viernes, 27 de marzo de 2009


Blanca Varela (III)

Continuamos con el homenaje a esta gran poeta peruana, presentando una reseña elaborada por Octavio Paz, así como una segunda selección de los poemas antologados en Camino a Babel.




Nacida en el seno de una familia de escritores y artistas (biznieta de Manuela Antonia Márquez, nieta de Delia Castro e hija de Serafina Quinteras). En 1943, ingresa a la Universidad de San Marcos para estudiar Letras y Educación. Allí conoce a Sebastián Salazar Bondy, Javier Sologuren, Jorge Eduardo Eielson, Francisco Bendezú y de quien sería su esposo, el pintor Fernando de Szyszlo, al tiempo que comienza a asistir a la tertulia de Peña Pancho Fierro, dirigido por Alicia y Celia Bustamante. En 1949, los esposos parten rumbo a Francia. . Una vez en París conocen a Octavio Paz. En 1954, viajan a Florencia, para volver al Perú un año más tarde. Entre 1957 y 1960 se instalan en Washington, D.C., donde Varela vivirá de hacer traducciones y eventuales trabajos de periodismo. Es también en 1957 cuando Salazar Bondy y Alejandro Romualdo la incluyen en su Antología general de la poesía peruana. De 1977 a 1979 Varela es secretaria general del Centro Peruano del PEN Club Internacional, y en calidad de tal acude a los congresos de Hamburgo (1977), Estocolmo (1978) y Río de Janeiro (1979). De 1974 a 1997 representó en el Perú a la editorial mexicana Fondo de Cultura Económica. Además ha colaborado en numerosas revistas del Perú y el extranjero.

Ha publicado: Ese puerto existe (1959), Luz de día (1963), Valses y otras falsas confesiones (1972), Canto villano (1978), Camino a Babel – Antología (1986), Canto villano – Poesía reunida (1986), Poesía escogida 1949-1991 (1993), Del orden de las cosas (1993), Ejercicios materiales (1993), El libro de barro (1993), Canto villano (Poesía reunida, 1949-1994) (1996), Como Dios en la nada (Antología 1949-1998) (1999), Concierto animal (1999).

Blanca Varela es una poetisa que no se complace en sus hallazgos ni se embriaga con su canto. Con el instinto del verdadero poeta sabe callarse a tiempo. Su poesía no explica ni razona. Tampoco es una confidencia. Es un signo, un conjuro frente, contra y hacia el mundo, una piedra negra tatuada por el fuego y la sal, el tiempo, la soledad. Y, también, una exploración de la propia conciencia. En sus primeros poemas, demasiado orgullosa (demasiado tímida) para hablar en nombre propio, el yo del poeta es un yo masculino, abstracto. A medida que se interna en sí misma –y, asimismo, a medida que penetra en el mundo exterior- la mujer se revela y se apodera de su ser. Cierto, nada menos "femenino" que la poesía de Blanca Varela; al mismo tiempo, nada más valeroso y mujeril: "Hay algo que nos obliga a llamar mi casa al cubil y mis hijos a los piojos". Poesía contenida pero explosiva, poesía de rebelión: "Los números arden. Cada cifra tiene un penacho de humo, cada número chilla como una rata envenenada…". Y en otro pasaje: "El pueblo está contento porque se le ha prometido que el día durará 25 horas. Esto es la inmortalidad." La pasión arde y se afila una frase que es, a un tiempo, un cuchillo y una herida: "Amo esta flor roja sin inocencia".




Curriculum vitae

Digamos que ganaste la carrera
y que el premio
era otra carrera
que no bebiste el vino de la victoria
sino tu propia sal
que jamás escuchaste vítores
sino ladridos de perros
y que tu sombra
tu propia sombra
fue tu única
y desleal competidora


Camino a Babel
a E.A. Westphalen

IV
...
y si me preguntan diré que he olvidado todo
que jamás estuve allí
que no tengo patria ni recuerdos
ni tiempo disponible para el tiempo.

que a veces
me despierta una mirada
que ávidamente se traga la oscuridad
y que esos ojos azules son restos de alguna luz
restos de algún naufragio
signos del deseo
y de la agonía del deseo.

y que nosotros
los poetas los amnésicos los tristes
los sobrevivientes de la vida
no caemos tan fácilmente en la trampa
y que
pasado presente y futuro
son nuestro cuerpo
una cruz sin el éxtasis gratificantes del calvario
y que no hay otra salida
sino la puerta de escape que nos entrega
a la enloquecedora jauría de nuestros sueños
nosotros o ellos
acertijo joker moneda perdida en el aire.
tibios temblorosos nonatos
sin estirpe ni prole
dispuestos siempre.


VII

Ayúdame mantra purísima
divinidad del esófago y el píloro
si golpeas infinitas veces tu cabeza
contra lo imposible
eres el imposible
el otro lado
el que llega
el que parte
el que entiende lo indecible
el santo del desierto que se traga la lengua
el que vuelve a nacer forzando a la madre
de su madre
el nadador contra la corriente
el que asciende de mar a río
de río a cielo
de cielo a luz
de luz a nada.





Imágenes: adn.es, poetasportugalcaracas.blogspot.com, poemasyacrosticos.blogspot.com
Navegar en balsa en el océano, o la realidad que supera la fantasía

El mar contiene muchas sorpresas para quien tiene el piso al nivel de su superficie y va navegando lenta y silenciosamente. Por lo general, lo cruzamos con rugientes motores y golpes de pistión, levantando olas de espuma con la proa. Luego, regresamos diciendo que no hay nada que ver en el océano.



Mientras nosotros flotábamos en la superficie del Pacífico, no pasaba día sin que fuéramos visitados por entremetidos huéspedes, que serpenteaban y ondulaban alrededor nuestro, y unos cuantos de ellos, como dorados y peces pilotos, se nos hicieron tan familiares, que acompañaban nuestra balsa en su travesía, manteniéndose día y noche junto a nosotros. Una vez puesto el sol, cuando las estrellas centelleaban en el oscuro cielo tropical, surgía alrededor nuestro una fosforescencia que rivalizaba con las estrellas, y partículas luminosas de plancton tomaban una tan viva apariencia de brasas ardientes, que involuntariamente retirábamos las piernas del agua cuando aquellas brillantes esferas eran lanzadas junto a nuestros pies en la popa de la balsa. Al apoderarnos de ellas, vimos que eran una especie de camarones pequeños y brillantes. Más de una vez, en tales noches, tuvimos una sensación de pánico cuando de pronto dos ojos redondos y resplandecientes emergían de la superficie con sus diabólicos ojos verdes fulgurando como dos trozos de fósforo en la oscuridad. Pero otras veces los resplandecientes ojos pertenecían a peces abisales, que sólo salían en la noche, y se quedaban allí absortos, fascinados por la luz de la linterna. Con frecuencia, cuando el mar estaba encalmado, las negras aguas en torno a la balsa se poblaban de redondas cabezas de casi un metro de diámetro, que permanecían inmóviles mirándonos con sus grandes ojos fosforescentes. Otras noches, veíamos a alguna profundidad esferas luminosas de más de un metro de diámetro, centelleando a intervalos como lámparas eléctricas que se encendieran y apagaran alternativamente.



Poco a poco nos fuimos habituando a tener estas criaturas submarinas a la puerta, como quien dice; sin embargo, siempre quedábamos sorprendidos cuando aparecía una nueva especie. Hacia las dos de la madrugada, en una noche nublada, en que el timonel apenas distinguía la negrura del agua de la negrura del cielo, su atención fue atraída por una débil claridad bajo la superficie, que lentamente fue tomando la forma de un gran animal. El resplandor en las oscuras aguas daba al fantasmagórico animal unas líneas ondulantes e inciertas. Al final había tres de estos enormes fantasmas describiendo sus lentos círculos a nuestro alrededor. Eran realmente monstruos, pues solamente la parte visible debía de tener de ocho a diez metros de largo, y, atraídos por el espectáculo, todos nos reunimos rápidamente en cubierta para seguir la danza de los fantasmas. El resplandor de la luz en sus lomos nos revelaba que eran mayores que elefantes, pero no eran ballenas porque nunca salieron a la superficie para respirar. ¿Eran rayas gigantes que cambiaban de forma al girar sobre sus costados? No sabríamos decirlo. No parecían ni siquiera darse cuenta de nada cuando aproximábamos la linterna a la superficie para observarlos mejor, y, al igual que los propios duendes, se sumieron en las profundidades al despuntar de la aurora.




Thor Heyerdahl. "La expedición de la Kontiki".
En Mi libro encantado. Tomo VII (1976). México: Cumbre.
Imágenes: bookrags.com, media-2.web.britannica.com

martes, 24 de marzo de 2009

Blanca Varela (II)

A continuación presentamos una primera selección de poemas de Blanca Varela, aparecidos en la antología "Camino a Babel" (1986), elaborada por la misma poeta para la colección Munilibros, editada por la Municipalidad de Lima.





Primer baile (V)

Hay un lugar lejos de toda ciudad. No hay un cielo sino varios, superpuestos, espejeantes, horribles.
¿Qué significará el amanecer para quien no conoce sino la noche y el sueño que sucede al sueño?
Despegar los párpados significa morir, desprenderse de una estrella. El ritual es breve, la entrega absoluta. Se grita con los ojos cerrados, empapado de sudor o crujiendo de frío: te amo porque tu latido ocasiona catástrofes, huracanes, guerras.

Te amo porque te bañas en un inmenso vacío y te alimentas de tinieblas. Nado en tus redondas pupilas ciegas como en un estanque infernal. Tus propiedades no tienen número y abundan las especies innominadas, estériles pero eternas.

Te amo porque eres una ficción malvada y saludable. Si cesaras se extinguiría mi existencia de inmediato. Te podría hacer desaparecer en un abrir y cerrar de ojos. Pero, luego, ¿cuál sería el castigo?



Bodas

Perdidos en la niebla
el colibrí y su amante.
Dos piedras lanzadas por el deseo
se encuentran en el aire.

La retama está viva,
arde en la niebla,
habitada.





Vals

No he buscado otra hora, ni otro día, ni otro dios que tú.
Laberinto, pirámide de humo, altura que canta,
pozo que amenaza, tierra de abismo, primavera ciega.

La soledad nos une en la humedad del guisante, en la hinchazón de la ola,
en el sudor de la raíz.

(Brota en el polvo gris de Lima la baya cargada de ira.
Gira el vals, manantial de orina, vaho dorado y golpe bajo,
labios negros, estrujados, fantasma que se
acaricia bajo las uvas amarillas y se flagela al alba con las estrellas.)

Asciendo y caigo al fondo de mi alma
que reverdece, agónica de luz, imantada de luz.

Es este ir y venir bate el tiempo las alas
detenido para siempre.

Recrearte: polvo, brizna, herida.
Perderte: gesto, contacto, olvido.
Buscar tu sombra, reconocerte tras una ventana,
mancha de sol, sombra de lluvia, en cualquier calle del mundo.

Perseguirte, concenado girasol,
como una piedra encadenada al aire,
arrastrando la tierra, cauda que enciende universos,
que se desvanece en una plaza.

La mirada que soy entorna la puerta, atisba el vacío,
otea el cielo en ruinas.
En la rama vencida estalla una breva furiosa, la pupila en llamas
buscándote, exigiendo su razón de luz.



Nadie sabe mis cosas (6)

(tell me the truth)

dime
¿durará este asombro?
¿esta letra carnal
loco círculo de dolor atado al labio
esta diaria catástrofe
esta maloliente dorada callejuela sin comienzo ni fin
este mercado donde la muerte enjoya las esquinas
con plata corrompida y estériles estrellas?



Nadie sabe mis cosas (8)

(pobres matemáticas)

cuando nada quede de ti ni de mí
habrá agua y sol
y un día que abra las puertas más secretas
más oscuras más tristes
y ventanas vivas como grandes ojos
despiertos sobre la dicha
y no habrá sido en vano que tú y yo
solo hayamos pensado lo que otros hacen
porque alguien tiene que pensar la vida.





Conversación con Simone Weil

- Los niños, el océano, la vida silvestre, Bach.
- el hombre es un extraño animal.

En la mayor parte del mundo
la mitad de los niños se van a la cama
hambrientos.

¿Renuncia el ángel a sus plumas, al iris,
a la gravedad y la gracia?

¿Se acabó para nosotros la esperanza de
ser mejores ahora?

La vida es de otros.
Ilusiones y yerros.
La palabra fatigada.
Ya ni te atreves a comerte un durazno.

Para algo cerré la puerta,
di la espalda
y entre la rabia y el sueño olvidé muchas
cosas.

La mitad de los niños se van a la cama
hambrientos.

- los niños, el océano, la vida silvestre, Bach.
- el hombre es un extraño animal.

Los sabios, en quienes depositamos nuestra
confianza,
nos traicionan.

- los niños se van a la cama hambrientos.
- los viejos se van a la muerte hambrientos.

El verbo no alimenta. Las cifras no sacian.

Me acuerdo. ¿Me acuerdo?
Me acuerdo mal, reconozco a tientas. Me equivoco.
Viene una niña de lejos. Doy la espalda.
Me olvido de la razón y el tiempo.

Y todo debe ser mentira
porque no estoy en el sitio de mi alma.
No me quejo de la buena manera.
La poesìa me harta.
Cierro la puerta.
Orino tristemente sobre el mezquino fuego de
la gracia.

- los niños se van a la cama hambrientos.
- los viejos se van a la muerte hambrientos.

El verbo no alimenta.
Las cifras no sacian.

- el hombre es un extraño animal.









Imágenes: heduardo.com, alimbaratur.com, clasolo.wordpress.com

lunes, 23 de marzo de 2009

El puerto de la muerte

El viernes 13 de marzo los periódicos peruanos informaban del fallecimiento de una de las más altas voces de la poesía peruana y latinoamericana: Blanca Varela. Su obra fue reconocida y premiada en el extranjero; sin embargo, el Estado peruano le mezquinó -como a otros grandes poetas- un merecido reconocimiento. El periodista César Hildebrandt le dedicó un entrañable artículo, que reproducimos a continuación.




Ha muerto Blanca Varela y lo ha hecho de puntillas, tan discretamente como vivió. Ha muerto en el misterio que ella misma había decretado desde hace muchísimo tiempo. Ha volteado la cara hacia la pared, como ella misma presentía que debía hacerse en el momento adecuado.

Que ganara en el 2001 el premio Octavio Paz, en el 2006 el Federico García Lorca y en el 2007 el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana son hechos que confirman su universalidad y, al mismo tiempo, su exilio.

Como no podía ser de otra manera, el Perú jamás la trató con delicadeza. Y cuando en 1996 perdió a un hijo en un accidente de aviación el azar alevoso se sumó a la habitual mezquindad de esta tierra que pare poetas para maltratarlos.

Varela, como gustaba que la llamaran, jamás necesitó halagos, felizmente. Y cuando venían, generalmente de otros lados, los consideraba tan excesivos como prescindibles.

Su poesía empezó con esa piedra fundadora que es "Puerto Supe", un poema que escribió en París y que aparecería en el libro que Octavio Paz prologó y tituló, a despecho del título original, "Ese puerto existe".

Pero a partir de ese momento deslumbrante, de esos endecasílabos que venían de la tradición pero que daban forma a una ruptura parricida con lo viejo, a partir de esa tristeza deslumbrante, la poesía de Blanca Varela cambió en un sentido pocas veces visto en el Perú.




Porque en esta tierra de la abundancia, Blanca Varela fue afilando el silencio y aprendiendo el arte de decir apenas. Su poesía, que había empezado siendo volcán en erupción, quiso ser -y lo logró- lava esculpida dispuesta a que la interpretaran, formaciones que la rabia y la providencia forjaban sin propósito aparente.

En un excelente ensayo sobre Varela, Rossella Di Paolo recuerda a Sartre hablando de la obra escultórica de Giacometti y rescata aquella frase genial con la que el francés intenta definir la parquedad formal del artista: "Los cuerpos de Giacometti no tienen más materia que la estrictamente necesaria para prometer". Rossella Di Paolo emparenta las brevedades de Giacometti y Varela y, como casi siempre, acierta.

Tuve la impresión de unas rocas lanzadas desde el infierno de la magma apenas leí a Blanca Varela. Siempre supuse que su tarea era la de adelgazar su sufrimiento y castigar su escritura hasta hacerla borrosa y sugerente.

En el país de los excesos, Varela eludía las facilidades del idioma y hasta su respiración. Parecía decirnos muy poco y aun tapándose la boca. La verdad es que decía mucho callándose el tundete.

No se oye bien a Varela, que huye de las sinfonías y que apela a chirridos y disonancias. Pero en el fondo de ese estanque sucio brilla algo vivo que no quiere presentarse con una forma definida y que es, en suma, una vibración, una intuición, casi una amenaza de sentido.

Venida del surrealismo sin aceptarlo del todo, Varela goteaba lo que escribía y escondía muchas cosas y rompía muchas otras. No puedo jurarlo pero algo me dice que hacía pedazos el papel que albergase un poema que no viniese de la materia oscura.

Al fin y al cabo, estamos rodeados de materia oscura. Y esta verdad estelar estaba de algún modo en la poesía de Varela. Ella era un observatorio que declaraba la imposibilidad de descifrar el universo. Había una especie de placer en ese reconocimiento, un modo honesto de ser un ser humano despojado de sus peores arrogancias. El goce de la sabiduría destituido por el goce de la insuficiencia.

En el testimonio de la venezolana Yolanda Pantin (1996) se cita a Blanca Varela diciendo "me da miedo caer en una retórica del horror". Lo que no hizo jamás fue caer en el horror de la retórica. La Pantin, que grabó largas horas de conversación durante una permanencia de Varela en Caracas, recuerda que la poeta nacida en Supe declaró su admiración por Francis Bacon y "esas figuras borradas". Esa afinidad está retratada en un solo verso que es toda una doctrina vareliana: "De lo inexacto me alimento/ y toda el agua de los cielos es incapaz de lavar/ esta ínfima y rebelde herida de tiempo que soy...".

Ayer, esa herida ha terminado de cerrarse. Para nuestro pesar.







César Hildebrandt, "El puerto de la muerte".
En: La Primera (Lima - Perú), 13.03.09
Imágenes: abc.es, bnp.gob.pe, juntos1201.spaces.live.com

jueves, 19 de marzo de 2009

El verdadero Shakespeare

Un grupo de críticos literarios ingleses recordó el aniversario de la muerte del Conde de Oxford, al que consideran el autor original de "Romeo y Julieta", "Hamlet" o "Macbeth".



Su verdadero nombre era Edward De Vere, conde de Oxford. Cuatrocientos años después de su muerte, una sociedad literaria que lleva su nombre afirmó en un comunicado que este casi desconocido autor inglés sería el hasta ahora no identificado genio que escribiera los geniales dramas y poemas bajo el nombre de "William Shakespeare".
"Es hora de reconocer que 'Shakespeare' era un seudónimo del verdadero genio literario", comentó un portavoz de la asociación, quien fundamentó que De Vere tenía una formación mucho más profunda, más viajes y mejores relaciones con la corte inglesa que el Shakespeare histórico, que murió en 1616 en Stratford upon Avon. Eso haría, según argumentan los expertos, que De Vere sea mucho más creíble como el autor de las geniales obras teatrales del teatro isabelino.

A pesar de que todo esto suena a superchería, los miembros de esta asociación no estarían tan despistados. Historiadores británicos coinciden que Shakespeare no fue sino un actor ignorante y de tercera, comerciante en granos y mercader de espectáculos teatrales de Stratford, cuyo nombre fue usado como seudónimo por el mencionado Conde de Oxford. En medio de la polémica identificación, los especialistas concuerdan en que el autor de "Hamlet" no pudo ser otro que un miembro de la nobleza, por el conocimiento tan preciso del mundo de la Corte que hay en sus obras, el mismo que no pudo haber obtenido un simple actor y empresario teatral de ascendencia campesina como Will Shakespeare, el personaje nacido en Stratford en 1564 y que, según los rastros de su vida conocidos, su testamento y muestras de su caligrafía y ortografía, fue todo menos un escritor, hasta el punto de que con su muerte en Londres en 1616 no aparece asociado ningún homenaje, como si sus contemporáneos no hubieran tenido noticias de sus obras y de su grandeza.


La hipótesis del seudónimo se explica porque en esa época el teatro era una actividad considerada de baja cultura, cosas del populacho que eran muy mal vistas por la Corona, y los hombres de la realeza no podían dar a conocer sus obras so pena de caer en desgracia y exponer a sus familias. El teatro isabelino estaba confinado a los sitios más tenebrosos de Londres, en donde, durante siete años tales obras shakesperianas fueron representadas sin su autoría, a nombre de la compañía teatral "Hombres del Rey", de la cual el actor Shakespeare era miembro y promotor.



El Comercio (Lima-Perú), 27.06.04
Imágenes: humphrysfamilytree.com,wilsonalmanac.com

jueves, 12 de marzo de 2009


El sí de las mujeres

En pleno siglo XXI, "era del conocimiento y de la igualdad de oportunidades", el Día Internacional de la Mujer cobra un significado especial: ella es, al igual que el varón, un ser humano con derechos, deberes, capacidades, intereses, etc. A pesar de los más de 100 años de lucha por el reconocimiento de los derechos de la mujer, en nuestra sociedad todavía persiste la iniquidad y los prejuicios hacia ella. Ejemplo de esto son la prostitución (ahora eufemísticamente llamado "trabajo sexual"), las inequidades de sueldo con los varones que cumplen la misma función que ellas, el uso de la mujer en los medios de comunicación como objeto sexual, el acoso sexual en las oficinas, etc. Y estos prejuicios no solo son alimentados por los varones, sino también por aquellas que dicen defender a la mujer, pero lo hacen contraponiéndola absurdamente con el varón, proclamando deshacerse de él y usándolo solo como "reproductor". Un mundo nuevo será aquel donde mujer y varón, en igualdad de condiciones, se complementen y puedan aportar productivamente al beneficio de su sociedad.



Hace casi cien años, en 1910, en Copenhague, Dinamarca, el Segundo Congreso Internacional de Mujeres Socialistas decidió llamar a celebrar el 8 de marzo de cada año el "Día Internacional de la Mujer".

El acuerdo, consagrado hoy a escala mundial, fue propuesto por las grandes revolucionarias alemanas Clara Zetkin y Käte Duncker. La idea acogía el proyecto de las socialistas estadounidenses, que querían homenajear a las 189 obreras asesinadas -sí, asesinadas- por el dueño de la fábrica textil Sirtwood Cotton de Nueva York.



Esas trabajadoras, que luchaban por aumento salarial y reducción de la jornada de trabajo a diez horas, murieron carbonizadas en el interior de la fábrica a causa de un incendio provocado por el patrón.
En todo caso, el acuerdo de Copenhague abrió una etapa en la lucha por los derechos de la mujer, como parte de la lucha del género humano por un mundo justo. La resolución explicaba que la agitación por los derechos femeninos debería servir para la lucha por la paz, la democracia y el socialismo.



Como se sabe, la sociedad patriarcal y la propia Iglesia Católica daban por supuesta la inferioridad de la mujer. Esa tradición fue rota por algunas mujeres -y también por algunos hombres-. Notable es el caso de la francesa Marie Gouze Aubry. Apenas se había secado la tinta de la Declaracion de los Derechos del Hombre y el Ciudadano (agosto 1789), cuando ella pidió, en 1791, que la Asamblea Nacional de Francia aprobara su propuesta de Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. No le hicieron caso, por supuesto. Pero las ideas que estampó en su proyecto eran una bomba de tiempo, que estalla ahora en el siglo XXI.

Proponía en el artículo primero: "La mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos. Las distinciones sociales solo pueden basarse en la utilidad común". Y en el artículo 2: "El objeto de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales imprescriptibles de la Mujer y el Hombre. Estos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y, sobre todo, la resistencia a la opresión". ¡Vaya mujer osada, lúcida y visionaria!




Mucha agua ha pasado desde entonces bajo los puentes de París. Pero la propuesta conserva actualidad y exige acción enérgica. Aquello de a igual trabajo, igual salario, se incumple hasta en los países avanzados.

Ha aumentado en el Perú el porcentaje de mujers con instrucción superior, pero el analfabetismo castiga más a ellas que a ellos. La violencia familiar, el acoso sexual, los abusos patronales, los despidos, el desamparo de la madre y el niño, son plagas sociales que nos sobrecogen en cada calle. A pesar de eso, las mujeres luchan, trabajan, estudian, avanzan. Ellas nos enseñan que otro mundo, otra vida, sí es posible.




César Lévano, La Primera (Lima-Perú), 08.03.09
Imágenes: apcarguedas.blogspot.com

viernes, 6 de marzo de 2009


Alejandro Romualdo (IV)

Reproducimos la columna editorial que dedicó el periodista César Lévano al fallecimiento de Alejandro Romualdo (La Primera, 29.05.09).


La estremecedora soledad en que ha muerto Alejandro Romualdo Valle me suscita meditaciones sobre la relación entre la sociedad peruana y la cultura, y, sobre todo, entre el Estado y la cultura.

Porque el extraordinario poeta recién fallecido es en ese aspecto solo un caso. No puedo olvidar que Juan Gonzalo Rose, otro gran poeta, de la misma generación de Valle, fue despedido del Instituto Nacional de Cultura, donde ganaba un sueldo inferior al de los dignísimos choferes. El poeta tuvo entonces que vivir de las propinas que le allegaba su madre. En ese momento empezó la depresión final de Rose.

"Si César Vallejo hubiera vuelto al Perú, lo habrían matado, como a Javier Heraud", me dijo cierta vez Georgette, la viuda del cholo.

En la Revista Sí publiqué el testimonio de un comunista español que en una carta narraba cómo Vallejo se moría literalmente de hambre en París. Había días en que no salía de su casa para no gastar la suela de sus zapatos.

¿Y acaso Carlos Oquendo de Amat no tuvo que huir constantemente de la represión y vivir de los almuerzos que le obsequiaban los trabajadores del Mercado Central?

¿Y no me contó el mismísimo Jorge Basadre que estaba sometido a tratamiento ambulatorio (de una grave enfermedad que lo llevó a la tumba) porque no tenía dinero para internarse en una clínica?

El editor y librero Juan Mejía Baca me relató que cierta vez explicó a Basadre que estaba buscando en la Historia de la República cuál era el gobierno que más había favorecido a la cultura. "¡No siga", le replicó el historiador. "¡Ninguno!".

Claro que hay "liberales" que creen que es mejor así, porque, en caso contrario, el Estado coartaría la libertad de artistas e intelectuales.

Pero hay, sin duda, un terreno intermedio en el cual el Estado sí puede ayudar a la cultura. Por ejemplo, mediante premios anuales (que antes existían), becas en el exterior, ediciones, fondos para producciones de filmes o investigaciones científicas, pensiones por una larga vida creadora y fructífera. ¿Por qué no se pudo ayudar así, no como un favor, sino como un deber cumplido sin estrépito, a Romualdo?

Anna Seghers, la gran novelista y ensayista alemana, reflexiona en su libro Glauben an Irdische (= Fe en lo terreno) sobre los fermentos de barbarie que atormentaron a los escritores alemanes antes del siglo XX. "Hölderlin murió loco, Georg Büchner murió de enfermedad cerebral en el exilio, Karoline Günderode se suicidó, Kleist se suicidó... Eso, mientras en Francia transcurría el tiempo de Stendhal y luego de Balzac". Del Stendhal enamoradizo y el gozoso Balzac.

La cultura no es un lujo inútil, señor Gobierno. Puede ser un buen negocio. Lo demuestra Colombia con su florenciente industria editorial; Colombia, que hace treinta años producía menos libros que el Perú.



De "Poesía concreta" (1952)


A otra cosa

Basta ya de agonía. No me importa
la soledad, la angustia ni la nada.
Estoy harto de escombros y de sombras.
Quiero salir al sol. Verle la cara.

al mundo. Y a la vida que me toca,
quiero salir, al son de una campana
que eche a volar olivos y palomas.
Y ponerme, después, a ver qué pasa

con tanto amor. Abrir una alborada
de paz, en paz con todos los mortales.
Y penetre el amor en las entrañas
del mundo. Y hágase la luz a mares.

Déjense de sollozos y peleen
para que los señores sean hombres.
Tuérzanle el llanto a la melancolía.
Llamen siempre a las cosas por sus nombres.

Avívense la vida. Dense prisa.
Esta es la realidad. Y esta es la hora
de acabar de llorar mustios collados,
campos de soledad. ¡A otra cosa!

Basta ya de gemidos. No me importa
la soledad de nadie. Tengo ganas
de ir por el sol. Y al aire de este mundo
abrir, de paz en paz, una esperanza.



Así es

Lucha el instinto hasta la perfección.
Lucha la tentación hasta el pecado.
Lucha el espacio hasta la concreción.
Lucha la tierra hasta el acantilado.

Lucha la ley hasta la selección.
Lucha la penitencia hasta el morado.
Lucha la y hasta la conexión.
Lucha el amor hasta el enamorado.

Lucha el sonido hasta la melodía.
Lucha el estímulo hasta el elemento.
Lucha el engaño hasta la fantasía.

Lucha la lógica hasta el pensamiento.
Lucha el oxígeno hasta la agonía.
Lucha el cadáver hasta el sedimento.

Lucha el metal hasta la resistencia.
Lucha el derecho hasta la antigüedad.
Lucha la libertá hasta la conciencia.
Lucha la masa hasta la libertad.

Lucha el espíritu hasta la existencia.
Lucha la carne hasta la humanidad.
Lucha la idea hasta la consecuencia.
Lucha el deseo hasta la realidad.

Lucha el trabajo hasta la condición.
Lucha la magnitud hasta la horma.
Lucha el amor hasta la concepción.

Lucha la concepción hasta la forma.
Lucha la forma hasta la creación.
Lucha la creación hasa la norma.

Lucha la piedra hasta la transparencia.
Lucha la sombra hasta la claridad.
Lucha la nube hasta la consistencia.
Lucha el instante hasta la eternidad.

Lucha la flor hasta la inflorescencia.
Lucha el azar hasta la actualidad.
Lucha el propósito hasta la experiencia.
Lucha el guarismo hasta la cantidad.

Lucha la decadencia hasta la rosa.
Lucha el proyecto hasta la arquitectura.
Lucha el gusano hasta la mariposa.

Lucha el adiós hasta la despedida.
Lucha el dolor hasta la criatura.
Lucha la nada hasta la propia vida.



Palabra de hombre

Continuamente, pero
continuamente,
me pongo a creer en un gran pueblo
todopoderoso,
creador del cielo aquí en la tierra.
Y me dan ganas de salir gritando
por todas partes. Y por todo el mundo.

Creo en sus hombres libres, en sus sombras
llenas de sol, y en su único
sitio: nuestro dolor de parias humanísimos.
Lo creo firmemente. Totalmente
creo de buena fe. Creo y doy fe
de vida. Como el sol. Y espero.

En tanto, espero. Victoriosamente.
En tanto, creo. Ciegamente
creo en un día todo luminoso
y en él un sueño tal,
que halle en la piedra su vital apoyo.

Parado sobre escombros, ya lo veo.
Y sí lo creo. Salgo gritando a rayos
y centellas. Con toda el alma
grita el alma mía:
¡Creo en un pueblo
dulce y victorioso, constructor
de tu sueño y de mi sueño!

Continuamente,
pero heroicamente,
ya lo veo crecer. ¡Lo estamos viendo!



Los pobres también tienen sus castillos

También tienen los pobres sus castillos
en el hambre. Y levantan, claman, llaman.
Matan el tiempo con su vida. Muerden
manzanas con los ojos. También alzan

-a pura tumba- cruces contra el cielo.
Cierran los besos para siempre. Miran
con años de deseo. Avanzan, cuerpo
a tumba, con la muerte.

También tienen los pobres sus castillos
en la esperanza.
Los pobres ya no tienen qué ponerse
a vivir,
ni en qué valor caerse.
Hablan cómo les vienen las desgracias.

Dadles la luz. Y el pan de cada instante.
Porque de ellos es el reino vivo
de la tierra. Y el fruto de su vientre.



Perú en alto

Según mi modo de sentir el fuego,
soy del amor: sencillamente ardiendo.
Según mi modo de sufrir el mundo,
soy del Perú, sencillamente siendo.

Tierra del sol, marcada al negro vivo,
llorando sangre por los poros, sombra
a media luz del bien, a media noche
del día por venir. Yo estoy contigo.

Golpe, furia, Perú: ¡todo es lo mismo!
Saber, a ciencia incierta, lo que somos,
buscando, a media luz, otro destino,
con todo el cielo encima de los hombros.

Por eso quiero alzarte, recibirte
con los besos abiertos,
junto a la luz,
ardiendo de alegría.



Así estamos (1954)

No puede ser verdad lo que estoy viendo
con estos golpes, en la tierra mía.
No puede ser verdad lo que estoy siendo,
lo que seré, viviendo a la deriva.

Porque aquí estamos unos contra otros,
unos con otros. Vamos a la buena
de Dios. Como botellas o rastrojos
que arroja el mar. Al margen de la ley

vamos andando -¿a dónde? ¿a qué?- nos damos
unos con otros, unos contra otros,
a la mala de Dios. Y naufragamos
al margen de la luz. Hablo por todos,

estriada patria sin estrellas, tierra
estrellada. Y arriada por los sueños.
No puede ser verdad tanto rastrojo
al margen del amor. Pero lo vemos.

¡Ay tierra mía, cielo por los suelos!
Lo que serás seré junto contigo.
No puede ser posible. Esto se acaba.
No puede ser verdad. Pero hay testigos.




Imágenes: hablasonialuz.wordpress.com, latercera.cl,




lunes, 2 de marzo de 2009


¿Hay algo más razonable que un diccionario?

Un diccionario informa; y si nos molestamos en leerlo (y no solamente en consultarlo), también enseña, forma; sin largos discursos, sin vana retórica, distribuye el saber discretamente, democráticamente, a todo el que lo solicita. Y es que este objeto pesado -y hasta simplista, si consideramos la maraña de hechos, nociones y sustancias que componen el mundo- arrastra sin decirlo (pues no hay nada menos charlatán que un diccionario) los problemas más graves, los más candentes, y aun los más vertiginosos que haya conocido y debatido el espíritu humano.



El primero de todos atañe a la infinitud de las palabras de una lengua. Nadie sabe cuántas son las palabras que la forman. La lengua cambia minuto a minuto, sitio a sitio, al aire de las palabras inumerables que pronunciamos; a veces un vocablo nuevo (y ni siquiera: un simple balbuceo) se extiende, se propaga, "agarra", se deja capturar y verter en el diccionario (del que quizá, también, saldrá muy pronto). El diccionario lucha incansablemente contra el tiempo y el espacio (social, regional, cultural), pero es derrotado siempre, la vida es siempre más ancha, más rápida, la vida la desborda, no el lenguaje, pero sí sus códigos. Por eso hacen falta continuamente nuevos diccionarios. Por eso también, con cada diccionario, se ha de volver a una determinada idea de lo esencial: puesto que el número de las palabras es inasequible, hemos de decidir un enfoque (de materias o de público) que nos libere de la angustia de la infinitud y nos entregue un diccionario acabado, selecto: ¡qué seguridad poderlo manejar! Pero no nos engañemos: no es más que la delgada punta emergida del iceberg. Pero al menos, sabiéndolo, habremos entrevisto a través de este objeto, que para muchos no es más que un simple instrumento de verificación, el enigma fundamental del universo: su infinitud.



Y ahora, un segundo vértigo. Reunimos palabras, las definimos: tenemos un diccionario. Reunimos cosas (nombradas, por cierto), las describimos: tenemos una enciclopedia. A veces, como aquí, se casan las dos operaciones. Se crea un diccionario de palabras y de cosas, un diccionario enciclopédico. Y aun cuando la complementariedad de ambas funciones -una normativa (establecer el uso de las palabras), otra objetiva (describir las particularidades de las cosas)- haya sido sentida entre nosotros desde el siglo XVII, creo que los diccionarios enciclopédicos son numerosos. Lo que no deja de ser paradójico; pues de hecho -y aquí surge un enorme debate filosófico- toda palabra llama a una cosa, o a una nebulosa de cosas, pero ninguna cosa puede existir humanamente si no es adoptada, consagrada, asumida por una palabra. ¿Que las palabras conducen a las cosas? Sí, pero también y simultáneamente, a otras palabras. La separación entre palabras y cosas, como dos órdenes distintos y jerarquizados, es, pues, un fenómeno ideológico, como ha demostrado M. Foucault. Esta separación implica plegarse a una filosofía realista, que postula la cosa en sí, fuera del sujeto que la habla, y convierte la palabra en mero instrumento de comunicación: visión a la que se oponía en la Edad Media una tradición nominalista, vencida, como se sabe, por el espíritu moderno. Desde la victoria del realismo creemos que, por un lado, se habla, por otro lado, se fabrica: que por un lado se discurre, se embellece, se idealiza: mientras que por otro se construye, se produce, se vende, se apropia: de un lado el arte (las palabras), del otro la ciencia (los hechos). El diccionario, que históricamente es producto de la razón burguesa, la hace vacilar ni bien se observa: pues para describir una cosa, para pasar de la palabra a la cosa, hacen falta más palabras, y así hasta el infinito. Y si no, veamos: ¿qué es el "rostro"? Una parte del "cráneo". Pero, ¿qué es una "parte", un "cráneo"? ¿Qué justifica el detenerse aquí más bien que allá? ¿Dónde terminan las palabras? ¿Qué hay más allá? El lenguaje no es solamente el privilegio del hombre, es también su cárcel. Eso es lo que nos recuerda el diccionario.



Por último, la sorpresa final de este objeto con fama de serio: el diccionario desborda su propia instrumentalidad. Creemos que es una herramienta indispensable para el conocimiento, es verdad; pero es también una máquina de sueños, va como engendrándose a sí mismo, de palabra en palabra, y acaba por confundirse con el poderío de la imaginación. Una página de diccionario, o varias páginas, si lo hojeamos (que es la tentación más frecuente), hacen desfilar ante el espíritu, o ante los ojos, si está ilustrado, los grandes objetos conductores de sueños: los continentes, las épocas, los hombres, los utensilios, todos los accidentes de la Naturaleza y de la Sociedad. Valiosa paradoja: el diccionario, a la vez se aclimata, exilia, hace divagar: afianza el saber y desmantela la imaginación. Cada palabra es como un navío: parece al principio cerrado en sí mismo, perfectamente compacto en el rigor de su armadura; pero se convierte fácilmente en viaje, se evade hacia otras palabras, otras imágenes, otros deseos: y es que el diccionario está dotado de una función poética. Mallarmé le atribuía un refinado poder de creación. La imaginación poética es siempre exacta, y es la precisión del diccionario lo que hace gozar a sus mejores lectores, los poetas y los niños.



A estas funciones filosóficas y poéticas, hay que añadir el papel destacado que el diccionario desempeña en una sociedad históricamente definida, como son las nuestras. Bajo formas diversas, el diccionario siempre ha estado metido en Francia en los grandes combates de las ideas. Nacido en el siglo XVI, es decir, en la aurora de los tiempos modernos, ha acompañado de manera dinámica, y a veces militante, la conquista de un espíritu de objetividad, y, por lo mismo, de tolerancia; mediador de un saber accesible a todos, ha contribuido a la constitución de un ejercicio democrático del conocimiento. Hoy, sin embargo, se plantea un problema nuevo. La difusión del saber ya no depende únicamente de los libros (y por tanto de los diccionarios), sino también (¿sobre todo?) de lo que llaman los mass-media; y como esta difusión es masiva, lábil y desenfocada (puesto que queda confiada a la palabra, y no a la escritura), el saber adquiere una especie de falsa naturalidad: se escucha (más de lo que se habla), se absorbe, se resbala de aproximación en aproximación sin jamás comprobar nada; las palabras se convierten en mitos inconscientes y se ponen al servicio de ese poder blando (casi anónimo) que hoy ostentan la prensa, la radio, la televisión: se nos habla más y más, y hablamos cada vez peor.



El diccionario nos llama al orden. Nos dice que no hay verdadera comunicación, que no existe un diálogo leal, si no es mediante un uso riguroso de las sutilezas de la lengua. Oigo a veces acusar a algún autor de escribir "en difícil"; me dan ganas de contestar, como Valéry: "¿es que usted es de esas gentes para las que el diccionario no existe?". El diccionario nos recuerda que la lengua no existe de una vez por todas y de manera innata; que nadie tiene por sí solo la norma de lo claro; que la buena comunicación no puede ser fruto de la pereza del lenguaje; en suma, que todos nos vemos obligados a luchar con el lenguaje, que se trata de una lucha interminable, que hacen falta armas (como el diccionario): tan vasto, poderoso y tortuoso es el lenguaje. La existencia obstinada y renovada de diccionarios, los cuidados que se ponen en concebirlos y en realizarlos, todo nos indica que hay en ellos como un voto, un deseo social: que si los conflictos humanos son inevitables (como dicen), por lo menos que no sea jamás por culpa de malentendidos sobre palabras. Las palabras no son verdaderas ni falsas, por desgracia; el lenguaje no tiene la facultad de probarse a sí mismo; pero pueden ser justas: y a esa música de las relaciones del lenguaje es a la que nos invita un buen diccionario.



Roland Barthes
Imágenes: internetculturale.it, unoesowordpress.com, pablobpando.com