viernes, 21 de agosto de 2009

Los piojos

Ryunosuke Akutagawa (Tokio, 1892-1927), uno de los mejores cuentistas de todos los tiempos, deslumbra al lector por la sencillez de su prosa, a la vez que profunda. En Rashomon y otros relatos encontramos ocho relatos de excelente factura, a través de los cuales nos muestra el egoísmo, la frivolidad, la miseria y degradación del ser humano. A continuación, presentamos dos fragmentos del estudio realizado por Kazuya Sakai acerca de Akutagawa, y el relato que da título a este artículo.



Ryonosuke Akutagawa pertenece a la generación de escritores denominada "neo-realista", que surgió a fines de la Primera Guerra Mundial, reaccionando contra las escuelas en ese momento en boga: naturalista, esteticista y, en cierto modo, contra el Shirakaba (grupo humanista que postulaba la filosofía de Bergson y el ideal de Tolstoi). Genéricamente hablando, el estilo empleado por estos escritores, en particular los del grupo Shinshicho, al que perteneció Akutagawa, se singulariza por ser mucho más racional y constructivo que el de los naturalistas; no se dejan dominar por cualquier tipo de idealismo un tanto fantástico (como el grupo Shirakaba) y observan fríamente la realidad del universo y del hombre, señalando sus debilidades y contradicciones aguda e ingeniosamente con paradojas y aforismos que asombran por su lozanía.

Akutagawa fue considerado el maestro del cuento de todos los tiempos; como poeta, ensayista y crítico desarrolló una fecunda labor en los cortos años de su vida literaria que comenzó en 1914, cuando aún era estudiante universitario. Al siguiente año dio a conocer Rashomon; pero solo obtuvo cierto renombre en 1916 con la aparición de La nariz -publicado en Shinshicho-, que mereció el elogio de su maestro, el novelista Soseki Natsume (1867-1916), célebre autor de El pobre corazón de los hombres (Kokoro), de quien heredara su estilo literario. A partir de esa entrada triunfal a la edad de 24 años hasta su trágica desaparición, Akutagawa escribió fervorasmente diversas series de cuentos, novelas, poesías, ensayos, crónicas de viaje y crítica literaria.



El 26 del decimoprimer mes de 1864, los guerreros del feudo Kaga de la familia Maeda, encargados de guardar Kioto -la capital- al mando del comandante provincial Cho Osumi no Kami, zarparon desde la boca del río Aji, en Osaka, para incorporarse a la sedición en la provincia de Choshu(*).

La pequeña partida era conducida en dos barcos de unas 90 toneladas cada uno, capitaneados por los subcomandantes Tsukuda Kyudayu y Yamagishi Sanjuro, el primero llevando como insignia estandartes blancos, el segundo rojos. La partida de estos barcos Konpira (**), haciendo ondear sus estandartes rojiblancos mientras enfilaban hacia el mar abierto, se recuerda como una de las escenas más heroicas y emocionantes.

En cambio, los hombres que iban a bordo no se sentían ni lejanamente intrépidos. En primer lugar, cada barco era ocupado por 38 personas: 34 miembros de la partida y cuatro tripulantes; y por el tamaño de la embarcación, los guerreros apenas tenían espacio para moverse. Más aun, la cantidad de cubas de rábanos encurtidos que transportaban en la cubierta no dejaba lugar donde poner los pies, y debido a la falta de costumbre, los hombres sufrían náuseas cada vez que los asaltaba aquel hedor de rábanos.

Por otra parte, estando en el final del decimoprimer mes del calendario lunar, es decir, a principios de enero, el mar traía un viento helado que parecía cortar los cuerpos. Especialmente al ponerse el sol, el viento que bajaba del monte Maya se sumaba al frío del mar, haciendo castañetear los dientes a la gran mayoría, aun a los samurais jóvenes oriundos del norte.




Aparte de todo esto, los barcos estaban totalmente plagados de piojos. Y no eran de la simple clase que se oculta en las costuras de la ropa; pululaban en toda la extensión de la nave: en las velas, en los estandartes, en mástiles y anclas. Para decirlo crudamente, no se sabía si los barcos transportaban hombres o piojos. Era natural que en esas condiciones grandes cantidades de ellos anidaran en la ropa de cada uno de los guerreros. Al encontrar la piel, se prendían inmediatamente para picar con regocijo. Cinco o diez piojos se habrían podido controlar de alguna manera, pero cuando, como ya dijimos, eran tantos que se veían como sésamo blanco derramado por doquier no había esperanza alguna de deshacerse de ellos. Los samurais de los dos barcos, sin excepción, mostraban puntos rojos e inflamados en el pecho, el abdomen o cualquier otra parte del cuerpo, como si padecieran sarampión.

Pero si bien no había modo de dominar a los parásitos, peor era no hacer nada para remediar la situación; por lo tanto, los hombres se pusieron a cazarlos en la medida de lo posible. Todos, desde el comandante hasta los peones, se desnudaban, cazaban los piojos y los ponían dentro de la taza de té que cada uno de ellos llevaba. Imaginar tan sólo la escena de una treintena de samurais, desnudos salvo por un taparrabos, que tazas de té en mano hurgan afanosamente en todos los rincones, debajo de los cordajes o de las anclas, en esos barcos de velas iluminadas por el sol invernal, puede resultar cómico para cualquier persona; y sin embargo, en aquellos días del siglo XIX no era menos cierto que hoy el hecho de que a la luz de la necesidad, cualquier cosa se vuelve terriblemente seria. Así pues, los samurais desnudos que colmaban los barcos, semejantes ellos mismos a enormes piojos, se dedicaban cada día, con paciencia y diligencia a despecho del frío, a aplastar los piojos de la cubierta.



En el grupo Tsukuda había un hombre raro, un excéntrico de unos 50 años, de nombre Mori Gon'noshin. Era un oficial de infantería con cinco subordinados a su cargo y una asignación anual de setenta fardos de arroz. Extrañamente, era el único que no participaba en la caza y, por consiguiente, llevaba el cuerpo cubierto de piojos; mientras unos subían por su rodete, otros cruzaban el borde trasero y de su pantalón tipo falda. Mas él no les prestaba ninguna atención.

Sin embargo, es erróneo pensar que este hombre en especial no era asaltado por los piojos; igual que el resto de la tripulación, tenía el cuerpo cubierto de manchas rojas, como marcadas con monedas. Y por el modo de rascarse, no parecía inmune a las picaduras. Lo cierto es que le picara o no, se mostraba totalmente indiferente.

Si solo hubiera sido cuestión de indiferencia la cosa habría pasado; sucedía que además, cuando veía a los otros empeñados en combatir los piojos, les decía:
- Si los cazan, no los maten. Pónganlos vivos en las tazas de té, y entréguenmelos.
- ¿Y qué harás con ellos? -se asombró uno de sus compañeros.
- ¿Cuándo me los den? Bien, yo los criaré -dijo Mori con toda calma.
- Pues los cazaremos vivos y te los entregaremos.



Creyendo que Mori bromeaba, el amigo se dedicó durante medio día a llenar, con la ayuda de dos o tres compañeros, varias tazas con estos insectos. Pensó, al llevárselos, decirle: "Aquí los tienes, críalos", y el obstinado Mori se vería en un aprieto. Pero antes de que tuviera tiempo de decirle algo, fue el propio Mori quien preguntó impaciente:
- ¿Ya los tienen? Si es así me encargaré de ellos.

Sus compañeros enmudecieron.
- Pónganlos aquí -y, tranquilamente, Mori abrió el cuello de su kimono.
- No te hagas el héroe ahora, para luego no saber cómo librarte -le dijeron, pero él no los escuchaba.

Uno por uno pasaron, como arroceros midiendo el arroz, a voltear sus tazas repletas de piojos en el kimono de Mori, mientras éste, recogiendo los que caían afuera, murmuraba:
- Suerte la mía; con éstos, esta noche dormiré con calor -y sonreía con malicia.
- ¿Hacen sentir calor los piojos? -dijo el amigo oficial sin dirigirse a nadie en particular; todos se miraron, extrañados. Mori, ajustándose el cuello con esmero, los miró con sorna y explicó:
- Todos ustedes se han resfriado últimamente a causa del tiempo; pero ¿qué le ha pasado a Gon'noshin? Nada; no estornuda, no moquea. Tampoco ha tenido fiebre ni se le han helado las manos ni los pies. ¿Y a quién creen que se debe esto? Todo, todo, es debido a los buenos piojos.

Según la teoría de Mori Gon'noshin, los piojos alojados en el cuerpo pican, y esto produce la necesidad de rascarse. Cuando uno es atacado en todo el cuerpo, naturalmente lo rasca también en toda su extensión. El cuerpo humano está hecho de un modo maravilloso; cuando más se rasca uno un lugar, más calor se produce en esa parte, tal como si estuviera afiebrada. Cuando se siente calor en el cuerpo, el sueño llega, y cuando uno tiene sueño, no siente la picadura... De esta manera, cuantos más piojos se tienen, mejor se duerme, y no hay peligro de contraer ningún resfrío; en consecuencia, según Mori, lo acertado era conservar los piojos y no matarlos.
- Conque así es la cosa -dijeron sus compañeros, aprobando el argumento que se les acababa de exponer.



Después de esto apareció un grupo que decidió seguir el ejemplo de Mori. Sus compañeros no diferían del resto en cuanto a dedicarse a buscar los parásitos no bien tenían un rato libre; la sola diferencia era que luego los guardaban celosamente dentro de sus ropas.

Pero es sabido que en cualquier país y en cualquier época la enseñanza de un precursor no siempre es aceptada como tal por todo el mundo, y también en este barco había muchos fariseos que disentían con Mori en la teoría de los piojos. El grupo de los disidentes era encabezado por un oficial de infantería, Inoue Tenzo, otro excéntrico que comía los piojos que cazaba. Al terminar su cena, ponía una taza de té frente a él y empezaba a masticar lentamente algo que parecía delicioso. Alguien, intrigado, miró dentro de la taza y descubrió que contenía piojos.
- ¿Qué gusto tiene? -le preguntó.
- Bueno... aceitoso, como arroz tostado, creo -fue la respuesta.

En cualquier parte se pueden encontrar personas que matan a los piojos con los dientes, pero ése no era el caso de este hombre. Como si fueran dulces para la ceremonia del té, él paladeaba con parsimonia su ración diaria de piojos. Fue el primero que se opuso a Mori.

Nadie lo acompañaba a Inoue en su apetencia de piojos; pero un número crecido de personas lo apoyaba en su oposición a Mori. Allegaban ellos que el cuerpo humano no se calentaba con la sola presencia de los piojos. Más aún, el Libro de la piedad filial (***) dice que nosotros recibimos nuestro cuerpo, los cabellos y la piel, de nuestros padres, y si el principio de la piedad filial radica justamente en no causarles daño, el dejarse picar voluntariamente por un insecto despreciable constituía una grave falta. Por consiguiente, era un deber cazar los piojos por todos los medios, pero nunca criarlos.



En esas circunstancias, se volvieron frecuentes las disputas entre ambos bandos, y todo estaba bien mientras quedaba reducido a argumentos; pero por último la situación tomó un giro inesperado y tuvieron que recurrir a las espadas.

El incidente se originó como sigue: un día Mori recibió de sus compañeros una cierta cantidad de piojos, los puso dentro de una taza de té que guardó celosamente, pensando en usarlos como era su costumbre; pero Inoue, aprovechando un descuido, se los comió. Cuando Mori fue por ellos, no quedaba uno solo. Esto hizo estallar al precursor. Con ojos encendidos y los brazos en jarras, interpeló al culpable:
- ¿Por qué comiste mis piojos?
- El hecho de criar piojos es estúpido -replicó Inoue con desdén. No parecía dispuesto hacerle caso.
- ¡Estúpido es comérselos! -gritó furioso Mori golpeando la cubierta- ¡Escúchame bien! ¿Hay alguien en este barco que no recibe beneficio de los piojos? ¡Cazar y comer estos animalitos es devolver las gracias con insultos!
- No creo ni remotamente haber recibido algún favor de los piojos.
- Está bien, pero aunque no te hayan hecho ningún favor, es imperdonable que se mate injustificadamente a un ser viviente.

Así intercambiaron otros dos o tres argumentos hasta que Mori, colérico, llevó su mano a la empuñadura -tallada y laqueada en rojo con diseños de langostinos- de su espada corta. Por supuesto, Inoue no se quedó atrás; empuñó la espada de vaina roja y se puso de pie.

Si los guerreros desnudos que cazaban piojos no los hubieran separado de inmediato, la vida de uno de ellos habría estado en peligro. De acuerdo a un testigo de esta agitada escena, los dos hombres, aún sujetados por los otros, seguían gritando, con la boca llena de espuma: "¡Piojos! ¡Piojos!".




Y así, mientras estos samurais llegaban al borde de un hecho de sangre a causa de los piojos, los barcos Konpira, ajenos del todo al suceso, avanzaban más hacia el oeste. Con sus estandartes blancos y rojos agitados por el frío viento, bajo un cielo que anunciaba nieve, en pos del largo camino hacia la misión de Choshu.


(*) Se refiere a la sedición de 1864 en la provincia Choshu, cuatro años antes de la restauración de Meiji, que pone fin al feudalismo bajo el gobierno militar de los Tokugawa.
(**) Konpira (Kumbhira, en sánscrito), de origen hindú, es considerado en Japón com el dios protector de la navegación. También se denominan así los barcos que llevan peregrinos a este templo.
(***) Libro clásico del confucianismo, recopilación de las enseñanzas sobre el amor filial que Confucio dictó a su discípulo Ts'eng tzu.

jueves, 20 de agosto de 2009

Por qué el latín ha sido el lenguaje de la ciencia

Tomás Unger, divulgador científico peruano, nos explica las razones en el siguiente artículo.




Mediante la etimología (del griego 'etimos'=verdad y 'logos'= palabra) conocemos el origen de las palabras y además nos ayuda a comprender su significado. Uno de los motivos por los que muchos huyen de los temas científicos son las palabras 'difíciles'. Esto ha dado lugar a que muchos textos, por no traducir las palabras científicas o técnicas, resulten difíciles de leer y sean abandonados a mitad de camino. Un buen ejemplo es el de la mosquita de la fruta usada para experimentos genéticos por su breve tiempo de reproducción. Su nombre científico es 'Drosophila melanogaster', palabras provenientes del griego. 'Droso' es rocío y 'philo' es inclinación, preferencia o tendencia a; melano es negro y gaster es barriga. Por consiguiente 'Drosophila melanogaster' quiere decir "aficionada al rocío, con barriga negra". Usando la misma nomenclatura, una perra bóxer que tuve sería 'Ornitofila albogaster' (aficionada a comer ave, con barriga blanca).

Hay buenas razones por las que las ciencias emplean raíces griegas y latinas. Los primeros tratados científicos se originaron en Grecia y la terminología que utilizaron pasó a los romanos, cuyo vocabulario mantuvo muchas raíces griegas. En Europa, el latín fue la lengua universal utilizada por la Iglesia y fue el idioma en el que se hicieron los documentos, pues los pocos que sabían leer y escribir lo hacían en latín. Hoy nos puede parecer pretencioso que un español, un inglés o un francés hayan descrito sus investigaciones científicas en latín, pero en la Edad Media y el Renacimiento este era el único idioma en el cual podían entenderse todos, que tenía un vocabulario común y una ortografía aceptada.



Newton y Leibnitz, que inventaron el cálculo infinitesimal, lo describieron en latín. La primera física experimental, que se atribuye a Galileo, fue descrita en latín, como lo fue el discurso del método de Descartes y la física de Newton. Durante la Edad Media la ciencia en Europa pasó a segundo plano ante la religión y los eruditos se dedicaron a disquisiciones teológicas más que a las ciencias naturales. El vacío lo llenaron los árabes, que tradujeron los libros griegos y llevaron las matemáticas modernas a Europa. El nombre de álgebra viene del árabe 'Al jebr' que significa "unir partes rotas". El famoso tratado de Muhammad ibn Musa al-Khwarizmi "Kitab al-Jaber W'al-Muqabala" es "El libro de la reintegración y reducción" que introdujo el álgebra y los números arábicos a Europa. Hasta hoy nos queda en castellano un impuesto municipal cuyo origen está en el título del libro: la alcabala.A los árabes también debemos 'alcohol', que viene de al-kuhul, un polvo usado por la mujeres para oscurecer los párpados (kahala = pintar), debido al proceso de destilación con que se asoció. La ciencia de la química viene de alquimia, al-kimiya, una combinación de árabe con la palabra griega 'khemioa', que al parecer viene de 'verter' (líquidos). En astronomía, los árabes, grandes navegantes del desierto, nos dejaron el nombre de muchas estrellas como Algol (al-ghul=el demonio) una estrella variable que cambia periódicamente de magnitud.




Quien más hizo por la nomenclatura de la ciencia fue el botánico sueco Karolus Linnaeus, más conocido por Linneo, el padre de la taxonomía moderna (taxonomía del griego 'taxis'=ordenar y 'nomos'=administrar o nominar). En 1735 publicó el "Systema Naturae", el primer ordenamiento de la naturaleza en reinos, clases, órdenes y especies. Linneo usó principalmente el griego para describir los organismos, pero también el latín y hoy ambos se encuentran en la nomenclatura. Tenemos un rinoceronte (en griego, cuerno en la nariz) y un carnívoro felino (gato que come carne, en latín).Actualmente a los nombres descriptivos se suele añadir el de su lugar de origen o del científico que lo descubrió o clasificó. Así tenemos desde el microbio de la encefalitis, el 'Tripanosoma gambiensis' (soma = cuerpo y trepano=en forma de taladro, de Gambia) hasta la chinchilla de los Andes ('Abrocoma bennetti') por el señor Bennett que la descubrió. Así se han clasificado cientos de miles de organismos, cuyo nombre generalmente consta de dos partes: la descriptiva en griego o latín, y la segunda, más específica, un sustantivo o el nombre de un lugar o persona.Si bien los documentos científicos se escribían en latín y Linneo estableció el uso de las lenguas clásicas, algunas palabras científicas se originaron en idiomas locales. El elemento potasio (K) tiene dos orígenes. Los alquimistas lo llamaron 'pot ash', ceniza de olla en alemán e inglés. El símbolo K viene de kalium, potasio en latín. El 'saltpeter', salitre o nitrato de potasio, es "sal de piedra" en latín.

Los principales elementos conocidos en el siglo XVIII fueron bautizados por Antoine Lavoisier, considerado el padre de la química, quien publicó su "Método de nomenclatura química" en 1787. Lavoisier usó terminología griega para describir las características de los elementos, así el hidrógeno (del griego agua y generar) es el que "hace agua", el oxígeno "hace óxidos" y el nitrógeno "hace nitratos" (del griego, nitrón, cuyo origen se cree que viene de Egipto para describir el salitre).



Paralelamente a la nomenclatura de los organismos vivientes surgió la necesidad de describir los fenómenos físicos y biológicos, los instrumentos y las condiciones patológicas de la medicina. La nomenclatura, que se había iniciado en griego y latín, continuó usando los idiomas clásicos y desde la geometría hasta la medicina fueron ampliando su vocabulario con raíces griegas y latinas, así tenemos la trigonometría (del griego gonos=ángulo, que "mide triángulos") y la tangente (del latín tangere = tocar; la línea que toca el círculo). Cuando se estableció el sistema métrico bajo Napoleón se acordó usar el griego para las unidades y el latín para las fracciones. Así tenemos decámetro, hectómetro y kilómetro (diez, cien y mil en griego) y tenemos el decímetro, centímetro y milímetro (décima, centésima y milésima en latín). Los instrumentos también adquirieron nombres griegos: barómetro (del griego baro = peso y metrón = medir). Tacógrafo (velocidad y escribir), es un aparato que registra la velocidad. El crecimiento acelerado de las ciencias durante el siglo XX dio origen a muchos nuevos nombres. Desde la astronomía hasta la medicina, pasando por la biología, la geología y la antropología, vieron descubrimientos trascendentales que requirieron nuevas nomenclaturas. La física y la nueva tecnología, agotaron los nombres griegos y tuvieron que apelar a la literatura y la imaginación para bautizar las nuevas partículas subatómicas.




Tomás Unger. En elcomercioperu.com.pe
Canciones populares en "El mundo es ancho y ajeno"

Como siempre gustó de la literatura breve y sentenciosa, de la que se alimentan los cuentos populares, Alegría insertó numerosos cuentos y fábulas tradicionales dentro del relato mayor que los envuelve. Esa característica aparecería de forma más frecuente en El mundo es ancho y ajeno (1941), su novela más popular y más traducida a diferentes idiomas. En esta novela los comuneros de Rumi -que responden a la autoridad de Rosendo Maqui, líder que, junto a una extrema bondad y sentido de justicia, expresa también la capacidad de trabajo y la rebeldía-, se enfrentan a la codicia de los poderosos, a las maniobras de acólitos tinterillos, al sufrimiento cotidiano. De pocas novelas latinoamericanas, como de ésta de Alegría, puede decirse que expresan un mundo épico donde si bien la esquiva victoria es importante, más interesa haber luchado bien. La historia central se va haciendo densa con una serie de acontecimientos complementarios que contribuyen a hacer más interesante el conjunto. Junto a Rosendo Maqui destacan las figuras de Benito Castro, un comunero que es conscripto, o el fiero Vásquez, un bandolero picado de viruela, hombre bueno en el fondo. Escrita contra el tiempo, pues Alegría quería presentar su novela a un importante concurso en Nueva York, que luego ganó por encima de Juan Carlos Onetti, la narración es aluviónica. El estilo es a veces descuidado, pero el conjunto del texto gana el lector hasta constituirse en la novela de tema agrario más celebrada en América Latina, mejor incluso que Doña Bárbara del venezolano Rómulo Gallegos (Marco Martos). A continuación, una selección de las canciones populares presentes en El mundo es ancho y ajeno.



San Isidro,
labrador,
saca champa
con valor.
San Isidro,
sembrador,
vuelve fruto
a toda flor.



Ay, cariñito, cariñito,
si eres cierto ven a mí.
Por el mundo ando solito
y nadie sabe de mí...



Palomita de alas blancas,
palomita generosa;
dime dónde está tu nido,
que yo ando buscando abrigo.




Ya viene la noche oscura,
si me voy me caeré.
Dame, dame posadita
y a tu lado dormiré...



Deja recuerdo de amor
a todo el género humano.
En territorio italiano
fue donde Chávez cayó.

Solito y en su aeroplano
los Alpes atravesó
y al universo asombró
el valor de este peruano.

A su patria ha engrandecido
este aviador valeroso
y el peruano lo recuerda
con espíritu orgulloso.




Ay, ojos, ojitos negros,
ojitos de capulí:
no se vayan por los cerros,
mírenme a mí.



Qué bonitas hojas
de la margarita,
qué bonita planta
para mi consuelo.

Qué bonitos ojos
de la Margarita,
qué bonita niña
para mi desvelo.

Sé de mi pobre cariño,
palomita,
como la planta llamada
siempreviva...





El veinticinco de agosto
me tomaron prisionero,
a la cárcel me llevaron,
al calabozo primero
ayayay,
al calabozo primero...

Calabozo de mis penas,
sepultura de hombres vivos,
donde se muestran ingratos
los amigos más queridos,
ayayay,
los amigos más queridos...

Penitenciaría de Lima,
de cal y canto y ladrillo
donde se amansan los bravos
y lloran los afligidos,
ayayay,
y lloran los afligidos...




Dicen que hay un hacendado,
hombre de gran condición,
al que sin embargo falta
un poco de corazón...

Le faltará corazón,
pero le sobran razones
pa convertir hombres libres
en miserables peones.

A unos los mata el susto,
a otros la enfermedad.
Dicen que va a morir uno
de comer comunidá.




Esta palomita blanca,
lleva una carta de amor.
Quiere que tú la respondas
con tu cariño mejor.

Oye mi triste gemido,
mis ruegos y mi clamor.
Amor no correspondido
es el más grande dolor.





Ayayay, que me maltrata
y no me guarda decoro
yo tengo una mina de oro,
paisana, y una de plata...

Qué haré con la mina de oro
y la gran mina de plata
si no puedo conseguir
el corazón de una ingrata...



Estaba yo preparando
la azúcar blanca
de mi señor,
y vino una chiquitita
muy remolona:
le hablé de amor...
Yo le dije: -Mi negrita,
quiéreme un poco
por compasión.
Pero la negra bonita,
la picarona,
no contestó.




Imágenes: terraglobo.blogspot.com, campoarcis.net, juntadeandalucia.es, fotosbrujas.com, historiadenuestroperuydelmundo.blogspot.com, fotoswebgratis.com, culturpop.blogspot.com,


miércoles, 12 de agosto de 2009


La antropología criminal

Bajo el término "ciencia" se han refugiado numerosas teorías que de científicas no tienen nada, pero que apelando a la recolección minuciosa de datos y a los prejuicios que subsisten en la sociedad, han terminado imponiéndose en determinadas épocas de la humanidad, generando no pocos abusos e injusticias contra los grupos considerados "débiles", "salvajes" o "criminales natos". A pesar de que estas teorías ya han sido desechadas al comprobarse su invalidez, es lamentable que en pleno siglo XXI todavía se mantengan algunas de estas posiciones "seudocientíficas": los gitanos son como son por herencia, las etnias de la selva peruana y brasileña son salvajes "por naturaleza" y la venganza es algo innato en ellos.




En Resurrección, la última gran novela de Tolstoi (1899), el asistente del fiscal, despiadado modernista, se considera autorizado a condenar a una prostituta falsamente acusado de asesinato:

El ayudante del fiscal habló largamente... En el discurso no faltó ninguna de las frases que por entonces sonaban en su círculo, todo lo que entonces se consideraba, y sigue considerándose, como la última palabra en materia de sapiencia científica: el carácter hereditario y congénito de la criminalidad, Lombroso y Tarde, la evolución y la lucha por la vida... "Se está entusiasmando, ¿verdad? observó el presidente inclinándose hacia el austero miembro del tribunal. "¡Vaya zopenco!, dijo el austero miembro.

En Drácula, de Bram Stoker (1897), el profesor Van Helsing insta a Mina Harker a que describa al malvado conde: "Decidnos... impasibles hombres de ciencia, qué ven vuestros sagaces ojos". Mina responde: "El conde es un criminal y su tipo es el del criminal. Así lo clasificarían Nordau y Lombroso, y como criminal tiene una mente deforme".

María Montessori expresó un optimismo combativo cuando, en 1913, escribió lo siguiente (pág. 8): "El fenómeno de la criminalidad se difunde sin encontrar obstáculo ni auxilio, y hasta ayer solo despertaba en nosotros repulsión y asco. Pero ahora que la ciencia ha puesto su dedo en la llaga moral, requiere la cooperación de toda la humanidad para luchar contral él".





El tema común de estas diferentes afirmaciones es la teoría de Lombroso sobre uomo delinquente -el hombre criminal-, quizá la doctrina más influyente que jamás produjo la tradición antropométrica. Lombroso, médico italiano, describió la intuición que lo condujo a la teoría de la criminalidad innata y a la creación de la disciplina por él fundada: la antropología criminal. En 1870 se encontraba investigando -"sin mayor éxito"- las diferencias anatómicas que podrían distinguir a los criminales de los locos cuando, "la mañana de un nublado día de diciembre", examinó el cráneo del famoso bandolero Vihella y tuvo aquel destello de jubilosa intuición que acompaña tanto los brillantes descubrimientos como las invenciones más descabelladas. Porque lo que vio en aquel cráneo fue una serie de rasgos atávicos que evocaban más el pasado simiesco que el presente humano:

No era una mera idea, sino un destello de inspiración. Al contemplar aquel cráneo, me pareció que, de golpe, iluminado como una vasta llanura bajo un cielo resplandeciente, podía ver todo el probelma de la naturaleza del criminal: un ser atávico cuya persona reproduce los instintos feroces de la humanidad primitiva y de los animales inferiores. Así se explicaban anatómicamente las enormes mandíbulas, los pómulos pronunciados, los arcos superciliares prominentes, las líneas de las manos separadas, el gran tamaño de las órbitas y las orejas en forma de asa que se observan en los criminales, los salvajes y los monos, la insensibilidad ante el dolor, la extrema agudeza de la vista, la debilidad por los tatuajes, la excesiva ociosidad, el gusto por las orgías y el ansia irresponsable de la maldad por sí misma, el deseo no solo de extinguir la vida de la víctima sino también de mutilar el cadáver, desgarrar su carne y beber su sangre (en Taylor et. al., 1973, pág. 41).


La teoría de Lombroso no fue solo una vaga afirmación del carácter hereditario del crimen -tesis bastante común en su época- sino una teoría evolucionista específica, basada en datos antropométricos. Los criminales son tipos atávicos desde el punto de vista de la evolución, que perduran entre nosotros. En nuestra herencia yacen aletargados gérmenes procedentes de un pasado ancestral. En algunos individuos desafortunados, aquel pasado vuelve a la vida. Esas personas se ven impulsadas por su constitución innata a comportarse como lo harían un mono o un salvaje normales, pero en nuestra sociedad civilizada su conducta se considera criminal. Afortunadamente, podemos identificar a los criminales natos porque su carácter simiesco se traduce en determinados signos anatómicos. Su atavismo es tanto físico como mental, pero los signos físicos, o estigmas, como los llamaba Lombroso, son decisivos. La conducta criminal también puede aparecer en hombres normales, pero reconocemos al "criminal nato" por su anatomía. De hecho, la anatomía se identifica con el destino, y los criminales natos no pueden quitarse esa mancha hereditaria...


Para que el argumento de Lombroso estuviese completo no bastaba con reconocer la presencia de rasgos atávicos simiescos en los criminales, porque esas características físicas simiescas solo podían explicar el comportamiento bárbaro de un hombre si los salvajes y los animales inferiores tenían una inclinación natural hacia la criminalidad. Si algunos hombres parecen monos, pero resulta que los monos son buenos, entonces el argumento no funciona. Así, pues, Lombroso dedicó la primera parte de su obra más importante (El hombre criminal, publicada en 1876) a lo que hemos de considerar como la más ridícula muestra de antropomorfismo de que se tenga noticia: un análisis de la conducta criminal de los animales. Cita, por ejemplo, el caso de una hormiga cuya furia asesina la impulsa a matar y despedazar a un pulgón; el de una cigüeña que, junto con su amante, asesina a su marido; el de unos castores que se asocian para asesinar a un congénere solitario; el de una hormiga macho que no tiene acceso a las hembras reproductoras y viola a una obrera, cuyos órganos sexuales están atrofiados, provocándole la muerte en medio de atroces dolores; llega incluso a decir que cuando el insecto come determinadas plantas, su conducta "equivale a un crimen".



A continuación, Lombroso da el siguiente paso lógico: compara los criminales con los grupos "inferiores". "Yo compararía", escribió uno de sus seguidores franceses, "al criminal con un salvaje que, por atavismo, apareciese en la sociedad moderna; podemos considerar que nació criminal porque nació salvaje" (Bordier, 1879, pág. 284). Para identificar la criminalidad como conducta en los pueblos inferiores, Lombroso se aventuró en el terreno de la etnología. Escribió un pequeño tratado sobre los dinka del Nilo Alto. En él se refirió a los profundos tatuajes que éstos practicaban en su cuerpo, así como al elevado umbral de dolor que les permitía soportar pruebas como la rotura de los incisivos en la pubertad, realizada a golpes de martillo. Su anatomía normal exhibía una serie de estigmas simiescos: "su nariz... no sólo es achatada, sino también trilobulada como la de los monos". Su colega G. Tarde afirmó que algunos criminales "hubiesen sido la aristocracia moral y el orgullo de una tribu de pieles rojas". Havelock Ellis destacó el hecho de que a menudo los criminales y los individuos pertenecientes a grupos inferiores no saben lo que es sonrojarse. "La imposibilidad de sonrojarse siempre se ha considerado como un rasgo concomitante del crimen y la desvergüenza. Los idiotas y los salvajes raramente se sonrojan. Los españoles solían decir lo siguiente acerca de los indios sudamericanos: "¿Cómo confiar en unos hombres que no saben sonrojarse?". ¿Y qué sacaron los incas con fiarse de Pizarro?

Prácticamente todos los argumentos de Lombroso estaban construidos de forma que nunca pudiesen fracasar; por tanto, eran vacuos desde el punto de vista científico.



Gould, Stephen Jay (1988). La falsa medida del hombre. Buenos Aires: Orbis-Hyspamerica




martes, 4 de agosto de 2009


Los monosílabos, a raya

Presentamos un artículo que nos ilustra sobre las razones de la acentuación de los monosílabos en español. A tomar en cuenta.




El objetivo general de la acentuación gráfica española consiste en distinguir la sílaba tónica de entre sus vecinas dentro de la palabra, ya que ese rasgo resulta relevante en nuestra lengua. Efectivamente, la razón práctica de escribir parqué o libró radica en que no se confundan con parque o libro; y si tiene sentido tildar lápiz, compás o pájaro, es porque existe la posibilidad teórica de que tales vocablos se articulen como lapíz, como cómpas y como pajàro o pajaró. La única de los monosílabos, per se, no tiene sílabas vecinas dentro de su palabra; tildarlos, pues, no puede obedecer al objetivo general de la acentuación gráfica del español: tren, di o yo, por ejemplo, sólo pueden pronunciarse -como tónicos- trén, dí, yó, obviamente; teniendo en cuenta la ley de la economía en la que se fundamenta el sistema, sobrerrayarlos constituye una inutilidad y un despilfarro. De ahí que la RAE preceptúe que, como norma general, los monosílabos no se tilden, aunque (todos, claro, son agudos) terminen en vocal o en -n o -s simples.





Sin embargo, ha existido la costumbre inveterada, que todavía colea, de acentuar determinados monosílabos, entre los que destacan las formas verbales vió, dió, fuí y, sobre todo, fué. Tal tradición contó con el beneplácito de la RAE hasta 1959; desde el 1 de enero de ese año, la tilde de los vocablos en cuestión está declarada, expresamente, incorrecta. La decisión hay que aplaudirla por lógica y coherente: tildar porque sí los monosílabos que, como pan, ron, tres, zas, fe, vi o da, sólo contienen una vocal supone una incorrección por tratarse de un ejercicio superfluo; pero tildar los que, como vio, dio, fui o fue, incluyen un diptongo es mucho más grave porque, gratuitamente, se neutraliza así la posibilidad de reflejar gráficamente, sin equívocos, pronunciaciones distintas de relevancia lingüística. En efecto, la concurrencia inmediata de una i o de una u con cualquier otra vocal puede constituir un diptongo (como en Dios, Juan, pie... y en vio, dio, fui y fue) o un hiato (como en guión, lié, huís... y en crió, rió, huí o fié). Como se ve, en estos vocablos cortos la simple rayita es capaz de discernir la articulación bisílaba de la monosílaba. Sobrecolocársela a todos indiscriminadamente equivale a anular su función distintiva.

Sólo unos pocos monosílabos deben tildarse; nunca porque sí, sino para distinguirlos en su tonicidad de sus homónimos átonos: mí / mi; dé / de; él / el; sí / si; quién / quien...




Un pajarillo puede decir en un cuento: "Le pié, pero casi me aplasta con el pie; espero que la próxima vez que le píe me haga caso" Para que tríos así resulten transparentes como el cristal, no raye el monosílabo. Y, puesto que usted no "vi-ó" ni "di-ó" ni "fu-é" (yo tampoco "fu-í", se lo juro), libere ya a*vió, a *dió, a *fuí y a *fué de ese índice lacerante, de ese lastroso sambenito "carrozón".








Tomado de: canales.larioja.com
Imágenes: ampalalatina.wordpress.com, javcasta.wordpress.com, vagabundia.blogspot.com

sábado, 1 de agosto de 2009


La tierra tiembla

Catalogada como la mejor novela de Ciro Alegría, El mundo es ancho y ajeno (1941) reivindica el poder de la ficción no solo para dar cuenta de la realidad, sino también para intentar transformarla.





Novela de título inmejorable y poderosa vocación realista, El mundo es ancho y ajeno (1941), de Ciro Alegría, convirtió a su autor -entonces un joven aprista exilado en Chile- en uno de los pocos novelistas latinoamericanos anteriores al boom editorial y literario de los años 60 que alcanzó una lectoría internacional en varios idiomas. Ganadora de un premio continental al que aspiraron, entre muchos otros, José María Arguedas y Juan Carlos Onetti, la obra más importante y ambiciosa de Alegría conoció una difusión tan vasta que entre sus lectores estuvieron tanto Orson Welles -quien pensó hacer una versión cinematográfica del relato- como esos peruanos de pocos recursos que, según apuntó el propio escritor, conseguían copias de la novela a través de "una colecta que en el Perú se llama 'pandero'".

¿Cuál era el lugar simbólico y el peso histórico de lo andino en la nación peruana? ¿Qué obligación y deuda tenía el Perú con su campesinado indígena? Las dos preguntas animan y agitan a El mundo es ancho y ajeno, que concentra y grafica ejemplarmente las preocupaciones del indigenismo, ese amplio espectro de discusiòn y creación que marcó el debate cultural peruano durante los años formativos de Ciro Alegría. La historia de la diáspora, la resistencia y la destrucción de la imaginaria comunidad de Rumi, en la sierra del departamento de La Libertad, es mucho más que un memorial de agravios locales: los varios afluentes de la trama recorren la costa, la sierra y la selva del Perú para probar, mediante los casos de los campesinos forzados a emigrar o a resistir en su terruño los embates de un terrateniente sin escrúpulos, que en el Perú oligárquico los de abajo no eran individuos con plenos derechos, sino ciudadanos de segunda clase. La novela no esconde su posición ni vacila en señalar que el gamonalismo y el centralismo -cara y sello de un mismo sistema- son las causas del atraso semifeudal en el campo peruano durante las primeras décadas del siglo XX. Adverso a una democracia genuina, el gamonalismo se presenta como un régimen autoritario que, mediante el uso de la fuerza y el abuso de la ley, impone a nivel local un orden injusto y retrógrado. Al mismo tiempo, el centralismo arrogante del estado resulta incompatible con una modernidad popular y alternativa como la que encarna -de un modo ideal, pero no etéreo ni doctrinario- Benito Castro, último líder de Rumi y sucesor del bondadoso patriarca Rosendo Maqui, que a su vez no sueña con el retorno a una supuesta arcadia incaica y desea, más bien, que los horizontes de los niños y jóvenes de la comunidad se abran a través de la educación y el trabajo colectivo. Para los intelectuales positivistas del siglo XIX, el indio era enemigo del progreso y obstáculo principal para la modernización. Alegría, en su didáctica y episódica ficción, refuta con vehemencia esa postura, que había pretendido cubrir con un barniz de seriedad intelectual a un prejuicio racista.





En El mundo es ancho y ajeno, el arco temporal se abre en 1912 y se extiende hasta finales de la década de 1920. En términos de la historia republicana del Perú, ese es el lapso en el cual vivieron su ascenso y su caída tanto el civilismo como su contendor y sucesos, e leguiísmo. La novela, sin embargo, no se ocupa de las pugnas que resquebrajaron a la República Aristocrática. No le interesan las fisruas en la escena oficial, sino el carácter mismo del estado oligárquico. Así, sardónicamente, se dice de Oscar Amenábar, diputado en Lima e hijo del enemigo principal de Rumi, que "después de vocear su adhesión inquebrantable a Pardo se hizo un fervoroso partidario de Leguía. Pronunciaba discursos llamándolo superhombre y genio". Por otro lado, incluso para Benito Castro, los inquilinos del Palacio de Gobierno son figuras borrosas y lejanas: "Tanto como recordaba, oyó nombrar de presidente a Leguía, a Billinghurst, a Benavides, a Pardo y de nuevo a Leguía. No vio ningún cambio en la vida del pueblo".

No son borrosos ni lejanos, sino nítidos y próximos, los personajes populares de El mundo es ancho y ajeno y, en particular, los miembros de la comunidad de Rumi. Rosendo Maqui, el alcalde, ve al inicio del relato una culebra que se desliza entre él y a la que no consigue matar: la premonición de la desgracia abre la historia y permite el retrato de una de las figuras protagónicas. Es Rosendo un hombre inteligente, justo y tierno que ama su tierra y a los suyos. Lo sabemos por sus actos, mesurados pero decididos, y también por sus solitarias cavilaciones, en las cuales se mezclan el animismo ancestral y mágico con el sentido común de la persona experimentada. El respeto por el personaje "tan poderoso y a pesar de todo tan sencillo" no impide, sin embargo, que un soplo de paternalismo e indulgencia se cuele en su caracterización: la voz autorial de El mundo es ancho y ajeno -que detiene a veces el curso de la ficción para comentarla, al modo de Víctor Hugo en Los miserables- dice haber "intervenido en instantes de apremio para aclarar algunos pensamientos y sentimientos confusos, ciertas reminiscencias truncas". Benito Castro no requiere de esos auxilios, pues en gran medida el último alcalde de la comunidad no es ya un ser tradicional que aspira al cambio, sino un hombre moderno que vuelve al espacio ancestral para defenderlo, pero también para transformarlo.



La diferencia cultural e ideológica entre Rosendo y Benito se sustenta en el conocimiento de la escritura y en la experiencia del viaje. Rosendo Maqui es analfabeto y no deja Rumi sino cuando las intrigas del terrateniente lo confinan a la cárcel del pueblo, mientras que Benito Castro aprende a leer y escribir en Lima, que es una de las escalas decisivas de su aprendizaje político. Por cierto, Enrique López Albújar, el autor de Cuentos andinos, había afirmado lo siguiente en un texto de 1927, titulado "Sobre la psicología del indio": "Una vez que ha aprendido a leer y escribir, menosprecia a su raza. Indio letrado, indio renegado". En la trayectoria y en la formación de los líderes de Rumi, Ciro Alegría ilustra con claridad su rechazo a la tesis de López Albújar.

Aunque el conflicto entre el latifundista y la comunidad es el eje dramático de El mundo es ancho y ajeno, los escenarios de la novela y las peripecias de sus personajes se extienden por todo el Perú. Esa expansión no desborda al relato, sino que traza su cauce: sin el éxodo de los comuneros por el territorio nacional no podría comprobarse la sentencia que le da título al libro. Ocho de los veinticuatro capítulos en que se divide el texto narran, precisamente, las vicisitudes de quienes se han visto obligados a salir de Rumi. Fuera de su sitio de origen, los campesinos suelen vivir como en el destierro o el cautiverio y su destino es, sin excepción, funesto. Amadeo Illas, que trabaja como peón en una hacienda cocalera y en Rumi era admirado como narrador oral, se enferma de paludismo y no puede defender a su esposa, a la que violan unos caporales. No menos terrible es la suerte de Augusto Maqui, el hijo del alcalde, quien queda ciego cuando una pelota de caucho hirviente, en la selva, le explota en el rostro. Calixto Páucar encuentra la muerte antes incluso de conseguir trabajo: las balas de la represión lo abaten cuando recién acaba de llegar a una mina, donde otros ex campesinos como él son ya proletarios y se han declarado en huelga.



Vasto fresco narrativo que denuncia un orden injusto, la mejor novela de Alegría reivindica el poder de la ficción para conmover las conciencias y promover cambios sociales. Esa estética -casi una pedagogía- puede descender con facilidad a la propaganda, pero pocas veces alcanza la nobleza de El mundo es ancho y ajeno.




Elmore, Peter. "La tierra tiembla. Sobre El mundo es ancho y ajeno". En El Dominical (suplemento de El Comercio, Lima-Perú). 29.07.2007
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