viernes, 9 de abril de 2010


El misterio de la mente (II)


Con el afán de encontrar pruebas que ratificaran el prejuicio de la superioridad intelectual de la "raza blanca", hasta los más connotados científicos desbarraron: los argumentos más descabellados se dieron lugar para acomodar los "objetivos" datos numéricos a estos juicios a priori. A continuación, el evolucionista Stephen Jay Gould escribe acerca del sesudo estudio dedicado a la relación entre forma craneal y superioridad racial. Las conclusiones son sorprendentes.



El índice craneano


Aparte del tamaño mismo del cerebro, las más venerables, y más manipuladas, medidas craneométricas fueron, sin duda, la del ángulo facial (la proyección anterior del rostro y la mandíbula: cuanto menos pronunciada, mejor) y la del índice craneano. Este último nunca había servido demasiado, si bien era muy fácil de medir. Se lo obtenía calculando la proporción entre el ancho máximo y el largo máximo del cráneo. Los cráneos relativamente alargados (proporción de 0,75 o menos) se llamaban dolicocéfalo; los relativamente cortos (por encima de 0,8), braquicéfalos. Anders Retzius, el científico sueco que popularizó el índice craneano, construyó una teoría de la civilización basada sobre el mismo. Estaba convencido de que en la edad de piedra los pueblos europeos habían sido braquicéfalos, y de que posteriormente esa población autóctona y más primitiva había sido desplazada por elementos más avanzados (dolicocéfalos indoeuropeos o arios) que ya se encontraban en la edad de bronce. Alguna estirpes braquicéfalas autóctonas sobrevivirían entre ciertos pueblos atrasados como los vascos, los finlandeses y los lapones.



Broca refutó en forma categórica ese cuento popular descubriendo la existencia de cráneos dolicocéfalos tanto entre restos fósiles de la edad de piedra como en vestigios modernos de estirpes "primitivas". De hecho, Broca tenía buenas razones para desconfiar de los intentos realizados por científicos nórdicos y teutónicos para venerar la dolicocefalia considerándola signo de superioridad mental. La mayoría de los franceses, incluido el propio Broca (Manouvrier, 1899), eran braquicéfalos. En un pasaje que recuerda su descalificación de las tesis de Tiedemann en favor de la igualdad entre los cerebros negros y blancos, Broca caracterizó la doctrina de Retzius como una satisfacción de sus propios intereses egoístas que nada tenía que ver con la verdad empírica. ¿Se le habrá ocurrido alguna vez que él mismo podía incurrir en el mismo tipo de falta?
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Como es obvio, Broca se negó a identificar la braquicefalia con la estupidez intrínseca. Sin embargo, el prestigio de la dolicocefalia era tan grande que Broca se sintió bastante molesto cuando descubrió cabezas alargadas en sujetos cuya inferioridad estaba fuera de duda: suficientemente incómodo como para inventar uno de sus más sorprendentes, e irrefutables, argumentos. El índice craneano había conducido a una dificultad imprevista: los negros africanos y los aborígenes de Australia no sólo eran dolicocéfalos, sino que también resultaron ser la gente con cabeza más alargada del mundo. Para colmo de la humillación, los cráneos fósiles de Cro-Magnon no sólo eran más grandes que los de los franceses modernos, sino que también eran más dolicocéfalos que ellos.


A la dolicocefalia, razonó Broca, podía llegarse por diferentes vías. La dolicocefalia que se interpretaba como signo del genio teutónico derivaba, sin duda, del alargamiento frontal. En cambio, la dolicocefalia existente en pueblos cuya inferioridad era bien conocida debía de haberse desarrollado a través de un alargamiento de la parte posterior: dolicocefalia occipital, según la terminología de Broca. Con un solo golpe, el craneometrista francés dio cuenta de la superioridad craneana y de la dolicocefalia de sus fósiles de Cro-Magnon: "Su capacidad craneana general resultó mayor que la nuestra debido a un desarrollo más pronunciado de la parte posterior del cráneo". En cuanto a los negros, su cráneo habría sufrido un alargamiento posterior y una disminución frontal, lo que explica que su cerebro sea más pequeño en general y exhiba una dolicocefalia (que no debe confundirse con la de estilo teutónico) mayor que la de cualquier otro grupo humano. En cuanto a la braquicefalia de los franceses, no se trata de una ausencia de alargamiento frontal (como afirmaban los partidarios de la supremacía teutónica), sino de un suplemento de anchura en un cerebro ya digno de admiración.





Stephen Jay Gould (1988). La falsa medida del hombre. Buenos Aires: Orbis-Hyspamerica

viernes, 2 de abril de 2010

El misterio de la mente (I)

La psiquis humana ha sido objeto de interés y de estudio desde la antigüedad. Ya entre los siglos V y IV antes de nuestra era, Hipócrates de Cos, médico griego, había identificado cuatro "humores" que, según él, daban fundamento a la naturaleza humana: flema, sangre, bilis amarilla y bilis negra. Varios siglos después, la psicología retomó esta teoría para establecer una de las tantas tipologías de la personalidad que se han elaborado. A continuación, iniciamos una serie dedicada a la psiquis humana, tan estudiada y tan malinterpretada, pero tan poco comprendida.




La verdad del hipnotismo


El fenómeno del hipnotismo está muy ligado a la histeria y la personalidad múltiple. Fue descubierto en Viena en 1774 por el médico Anton Mesmer. Al saber que algunos médicos ingleses trataban ciertas enfermedades con imanes, Mesmer dio a beber a una paciente agua que contenía hierro y entonces aplicó imanes en algunas partes de su cuerpo, con lo que sus síntomas se aliviaron. Durante el tratamiento, la paciente relató que creía notar un líquido misterioso que fluía por su cuerpo, y Mesmer creyó que este líquido misterioso, responsable de la curación de su paciente, estaba presente en todo el Universo, incluido el hombre. Así pues, pensó que no era necesario beber agua con hierro ni utilizar imanes para efectuar una curación, y que podría aliviar los síntomas de sus pacientes con sólo tocarlos, mirarles a los ojos o mover su mano sobre la parte del cuerpo afectada. Mesmer creía que lograba estos resultados por su propio "magnetismo animal", con el que dirigía el líquido misterioso por el cuerpo de sus pacientes.


Mesmer se trasladó a París en 1778, donde durante varios años causó sensación curando a cientos de pacientes, creando un culto y afanándose en vender su descubrimiento al Gobierno francés. El resultado fue que en 1784 el rey nombró una comisión para que investigara el asunto, y terminó prohibiendo la práctica del magnetismo animal.


En la década de 1780, uno de los seguidores de Mesmer, el marqués de Puységur, se dio cuenta de que el "magnetismo animal" era debido al efecto psicológico que tenía sobre el paciente la autoridad y el poder de persuasión de la persona que "magnetizaba". A este fenómeno se le llamó "hipnotismo", nombre dado por el inglés James Braid en 1840. A pesar de que hasta aproximadamente 1880 la profesión médica lo vio con recelo y en tres ocasiones la Academia francesa de Ciencias negó su legitimidad como técnica, en algunos casos se reconocía su eficacia, como en el tratamiento de Estela llevado a cabo por Despine. El hecho de que la Academia reconociera el hipnotismo en 1882 fue un triunfo personal de Charcot, resultado de sus trabajos.


Mientras aumentaba la fama de la Salpetriere, en Nancy se formaba una escuela rival de hipnotismo bajo la dirección del médico Hippolyte Bernheim. Contrariamente a Charcot, que creía que el hipnotismo era una condición patológica responsable de la aparición de la histeria por autosugestión y que podía ser utilizada en su tratamiento, Bernheim opinaba que el hipnotismo era un fenómeno general, un estado muy fuerte de sugestionabilidad (éste es el punto de vista actual). Bernheim empezó utilizando la hipnosis para tratar diversas alteraciones, aunque con el tiempo la sustituyó por la sugestión en estado de vigilia.


Bernheim sostenía que los resultados obtenidos en la Salpetriere eran meros artificios, y, de hecho, algunos de los ataques epilépticos más espectaculares allí observados resultaron ser simulados. Charcot murió en 1893, y poco tiempo después se supo que algunos de los miembros de su equipo preparaban a los pacientes más importantes para complacer al maestro sin que éste tuviera noticia de ello. Y , lo que quizás es más importante, los mismos enfermos, debido a la dependencia que crea el hipnotismo y la relación médico-paciente y también por haber observado ataques genuinos de epilepsia, producían estos síntomas sin ser conscientes de ello. (...) Después de la muerte de Charcot, el equipo de la Salpetriere se apartó de las teorías del maestro y de la hipnosis. Aparte de los artificios antes descritos, que podrían disculparse, la utilización de la hipnosis para ordenar o sugerir que los síntomas histéricos desaparecieran (el método de Charcot) no solían dar resultado...






Winson, J. (1987). Cerebro y psique. Barcelona: Salvat
Imágenes: sites.google.com, eleterokartya.hu, hypnos.co.uk