sábado, 16 de febrero de 2013





Coda y adición a Poesía nativa (quechua) de los andes centrales

El sueño del pongo
(José María Arguedas)



Un hombrecito se encaminó a la casa-hacienda de su patrón. Como era siervo iba a cumplir el turno de pongo, de sirviente en la gran residncia. Era pequeño, de cuerpo miserable, de ánimo débil, todo lamentable; sus ropas, viejas.

El gran señor, patrón de la hacienda, no pudo contener la risa cuando el hombrecito lo saludó en el corredor de la residencia.
- ¿Eres gente u otra cosa? -le preguntó delante de todos los hombres y mujeres que estaban de servicio.

Humillándose, el pongo no contestó. Atemorizado, con los ojos helados, se quedó de pie.
- ¡A ver! -dijo el patrón- por lo menos sabrá lavar ollas, siquiera podrá manejar la escoba, con esas sus manos que parece que no son nada. ¡Llévate esta inmundicia! -ordenó al mandón de la hacienda.

***



El hombrecito tenía el cuerpo pequeño, sus fuerzas eran sin embargo como las de un hombre común. Todo cuanto le ordenaban hacer lo hacía bien. Pero había un poco como de espanto en su rostro; algunos siervos se reían de verlo así, otros lo compadecían. "Huérfano de huérfanos; hijo de viento de la luna debe ser el frío de sus ojos, el corazón pura tristeza", había dicho la mestiza cocinera, viéndolo.

El hombrecito no hablaba con nadie; trabajaba callado; comía en silencio. Todo cuanto le ordenaban, cumplía. "Sí, papacito; sí mamacita", era cuanto solía decir.

Quizá a causa de tener una cierta expresión de espanto y por su ropa tan haraposa y acaso, también, porque no quería hablar, el patrón sintió un especial desprecio por el hombrecito. Al anochecer, cuando los siervos se reunían pra rezar el Ave María, en el corredor de la casa-hacienda, a esa hora, el patrón martirizaba siempre al pongo delante de toda la servidumbre; lo sacudía como a  un trozo de pellejo.

Lo empujaba de la cabeza y lo obligaba a que se arrodillara y, así, cuando ya estaba hincado, le daba golpes suaves en la cara.
- Creo que eres perro. ¡Ladra! -le decía.
El hombrecito no podía ladrar.

- Ponte en cuatro patas -le ordenaba entonces.
El pongo obedecía, y daba unos pasos en cuatro pies.

- Trota de costado, como perro -seguía ordenándole el hacendado.
El hombrecito sabía correr imitando a los perros pequeños de la puna.

El patrón reía de muy buena gana; la risa le sacudía todo el cuerpo.
- ¡Regresa! -le gritaba cuando el sirviente alcanzaba trotando el extremo del gran corredor.
El pongo volvía, corriendo de costadito. Llegaba fatigado.

Algunos de sus semejantes, siervos, rezaban mientras tanto el Ave María, despacio rezaban, como viento interior en el corazón.

- ¡Alza las orejas ahora, vizcacha! ¡Vizcacha eres! -mandaba el señor al cansado hombrecito-. Siéntate en dos patas; empalma las manos.

Como si en el vientre de su madre hubiera sufrido la influencia modelante de alguna vizcacha, el pongo imitaba exactamente la figura de uno de estos animalitos, cuando permanecen quietos, como orando sobre las rocas. Pero no podía alzar las orejas.

Golpeándolo con la bota, sin patearlo fuerte, el patrón derribaba al hombrecito sobre el piso de ladrillo del corredor.
- Recemos el Padrenuestro -decía luego el patrón a sus indios, que esperaban en fila.

El pongo se levantaba a pocos, y no podía rezar porque no estaba en el lugar que le correspondía ni ese lugar correspondía a nadie.

En el oscurecer, los siervos bajaban del corredor al patio y se dirigían al caserío de la hacienda.
- ¡Vete, pancita! -solía ordenar, después, el patrón al pongo.

***


Y así, todos los días, el patrón hacía revolcarse a su nuevo pongo, delante de la servidumbre. Lo obligaba a reírse, a fingir llanto. Lo entregó a la mofa de sus iguales, los colonos.

Pero... una tarde, a la hora del Ave María, cuando el corredor estaba colmado de toda la gente de la hacienda, cuando el patrón empezó a mirar al pongo con sus densos ojos, ése, ese hombrecito, habló muy claramente. Su rostro seguía un poco espantado.
- Gran señor, dame tu licencia; padrecito mío, quiero hablarte -dijo.

El patrón no oyó lo que oía.
- ¿Qué? ¿Tú eres quien ha hablado  u otro? -preguntó.
- Tu licencia, padrecito, para hablarte. Es a ti a quien quiero hablarte -repitió el pongo.
- Habla... si puedes -contestó el hacendado.
- Padre mío, señor mío, corazón mío -empezó a hablar el hombrecito. - Soñé anoche que habíamos muerto los dos, juntos; juntos habíamos muerto.
- ¿Conmigo? ¿Tú? Cuenta todo, indio -le dijo el gran patrón.
- Como éramos hombres muertos, señor mío, aparecimos desnudos, los dos, juntos; desnudos ante nuestro gran Padre San Francisco.
- ¿Y después? ¡Habla! -ordenó el patrón, entre enojado e inquieto por la curiosidad.
- Viéndonos muertos, desnudos, juntos, nuestro gran Padre San Francisco nos examinó con sus ojos que alcanzan y miden no sabemos hasta qué distancia. Y a ti y a mí nos examinaba, pesando, creo el corazón de cada uno y lo que éramos y lo que somos. Como hombre rico y grande, tú enfrentabas esos ojos, padre mío.
- ¿Y tú?
- No puedo saber cómo estuve, gran señor. Yo no puedo saber lo que valgo.
- Bueno. Sigue contando.
- Entonces, después, nuestro Padre dijo con su boca: "De todos los ángeles, el más hermoso, que venga. A ese incomparable que lo acompañe otro ángel pequeño, que sea también el más hermoso. Que el ángel pequeño traiga una copa de oro, y la copa de oro llena de la miel de chancaca más transparente".
- ¿Y entonces? -preguntó el patrón.




Los indios siervos oían, oían al pongo, con atención sin cuenta pero temerosos.
- Dueño mío: apenas nuestro gran Padre San Francisco dio la orden, apareció un ángel, brillando, alto como el sol; vino hasta llegar delante de nuestro Padre, caminando despacito. Detrás del ángel mayor marchaba otro pequeño, bello, de luz suave como el resplandor de las flores. Traía en las manos una copa de oro.
- ¿Y entonces? -repitió el patrón.
- "Angel mayor: cubre a este caballero con la miel que está en la copa de oro; que tus manos sean como plumas cuando pasen sobre el cuerpo del hombre", diciendo, ordenó nuestro gran Padre. Y así, el ángel excelso, levantando la miel con sus manos, enlució tu cuerpecito, todo, desde la cabeza hasta las uñas de los pies. Y te erguiste, solo; en el resplandor del cielo la luz de tu cuerpo sobresalía, como si estuviera hecho de oro, transparente.
- Así tenía que ser -dijo el patrón, y luego preguntó:
- ¿Y a ti?
- Cuando tú brillabas en el cielo, nuestro gran Padre San Francisco volvió a ordenar: "Que de todos los ángeles del cielo venga el de menos valer, el más ordinario. Que ese ángel traiga en un tarro de gasolina excremento humano".
- ¿Y entonces?
- Un ángel que ya no valía, viejo, de patas escamosas, al que no le alcanzaban las fuerzas para mantener las alas en su sitio, llegó ante nuestro gran Padre; llegó bien cansado, con las alas chorreadas, trayendo en las manos un tarro grande. "Oye, viejo -ordenó nuestro gran Padre a ese pobre ángel- embadurna el cuerpo de este hombrecito con el excremento que hay en esa lata que has traído; todo el cuerpo, de cualquier manera; cúbrelo como puedas. ¡Rápido! Entonces, con sus manos nudosas, el ángel viejo, sacando el excremento de la lata, me cubrió, desigual, el cuerpo, así como se echa barro en la pared de una casa ordinaria, sin cuidado. Y aparecí avergonzado, en la luz del cielo, apestando...
- Así mismo tenía que ser -afirmó el patrón- ¡Continúa! ¿O todo concluye allí?
- No padrecito mío, señor mío. Cuando nuevamente, aunque ya de otro modo, nos vimos juntos, los dos ante nuestro gran Padre San Francisco, él volvió a mirarnos, también nuevamente, ya a ti ya a mí, largo rato. Con sus ojos que colmaban el cielo, no sé hasta qué honduras nos alcanzó, juntando la noche con el día, el olvido con la memoria. Y luego dijo: "Todo cuanto los ángeles debían hacer con ustedes ya está hecho. Ahora ¡lámanse el uno al otro! Despadio, por mucho tiempo". El viejo ángel rejuveneció a esa misma hora; sus alas recuperaron su color negro, su gran fuerza. Nuestro Padre le encomendó vigilar que su voluntad se cumpliera.

González-Vigil, R. (1984). El cuento peruano 1959-1967. Lima: COPÉ
 Imágenes: vntanazul.blogspot.com, omni-bus.com, cinesinvisitas.blogspot.com, bajoelsignodelibra.blogspot.com 

martes, 12 de febrero de 2013

Coda y adición a Poesía nativa (quechua) de los andes centrales


A nuestro Padre Creador Tupac Amaru - Himno Canción
(Fragmento)




Tupac Amaru, hijo del Dios Serpiente; hecho con la nieve del Salqantay; tu sombra llega al profundo corazón como la sombra del dios montaña, sin cesar y sin límites.

Tus ojos de serpiente dios que brillaban como el cristalino de todas las águilas, pudieron ver el porvenir, pudieron ver lejos. Aquí estoy, fortalecido por tu sangre, no muerto, gritando todavía.

Estoy gritando, soy tu pueblo; tú hiciste de nuevo mi alma; mis lágrimas las hiciste de nuevo; mi herida ordenaste que no se cerrara, que doliera cada vez más. Desde el día que tú hablaste, desde el tiempo en que luchaste con el acerado y sanguinario español, desde el instante en que le escupiste a la cara; desde cuando tu hirviente sangre se derramó sobre la hirviente tierra, en mi corazón se apagó la paz y la resignación. No hay sino fuego, no hay sino odio de serpiente contra los demonios, nuestros amos.

Está cantando el río,
está llorando la calandria,
está dando vueltas el viento;
día y noche la paja de la estepa vibra;
nuestro río sagrado está bramando;
en las crestas de nuestros Wamanis montañas, en sus dientes, la nieve gotea y brilla.
¿En dónde estás desde que te mataron por nosotros?

Padre nuestro, escucha atentamente la voz de nuestros ríos; escucha a los temibles árboles de la gran selva; el canto endemoniado, blanquísimo del mar; escúchalos, padre mío, Serpiente Dios. ¡Estamos vivos; todavía somos! Del movimiento de los ríos y las piedras, de la danza de árboles y montañas, de su movimiento, bebemos sangre poderosa, cada vez más fuerte. ¡Nos estamos levantando, por tu causa, recordando tu nombre y tu muerte!

En los pueblos, con su corazón pequeñito, están llorando los niños.
En las punas, sin ropa, sin sombrero, sin abrigo, casi ciegos,
los hombres están llorando, más triste, más tristemente que los niños.
Bajo la sombra de algún árbol, todavía llora el hombre, Serpiente Dios,
más herido que en tu tiempo; perseguido, como filas de piojos.
¡Escucha la vibración de mi cuerpo!
Escucha el frío de mi sangre, su temblor helado.
Escucha sobre el árbol de lambras el canto de la paloma abandonada, nunca amada:
el llanto dulce de los no caudalosos ríos, de los manantiales que suavemente brotan al mundo.
¡Somos aún, vivimos!

De tu inmensa herida, de tu dolor que nadie habría podido cerrar, se levanta para nosotros la rabia que hervía en tus venas. Hemos de alzarnos ya, padre, hermano nuestro, mi Dios Serpiente. Ya no le tenemos miedo al rayo de pólvora de los señores, a las balas y la metralla, ya no le tememos tanto. ¡Somos todavía! Voceando tu nombre, como los ríos crecientes y el fuego que devora la paja madura, como las multitudes infinitas de las hormigas selváticas, hemos de lanzarnos, hasta que nuestra tierra sea de veras nuestra tierra y nuestros pueblos nuestros pueblos.

Escucha, padre mío, mi Dios Serpiente, escucha:
las balas están matando,
las ametralladoras están reventando las venas,
los sables de hierro están cortando carne humana;
los caballos, con sus herrajes, con sus locos y pesados cascos, mi cabeza, mi estómago están reventando,
aquí y en todas partes;
sobre el lomo helado de las colinas de Cerro de Pasco,
en las llanuras frías, en los caldeados valles de la costa,
sobre la gran yerba viva, entre los desiertos.

Arguedas, J.M. (1962). Tupac Amaru Kamaq Taytanchisman / Haylli-Taki




Imágenes: apontearturo.blogspot.com,  presenciaxauxa.blogspot.com
Poesía nativa (quechua) de los andes centrales - II


Apu Inca Atawallpaman (Siglo XVI)
Anónimo





¿Qué arco iris es este negro arco iris
Que se alza?
Para el enemigo del Cusco horrible flecha
Que amanece.
Por doquier granizada siniestra
Golpea.

Mi corazón presentía
A cada instante,
Aún en mis sueños, asaltándome,
En el letargo,
A la mosca azul anunciadora de la muerte;
Dolor inacabable.

El sol vuélvese amarillo, anochece,
Misteriosamente;
Amortaja a Atahualpa, su cadáver
Y su nombre;
La muerte del Inca reduce
Al tiempo que dura una pestañada.

Su amada cabeza ya la envuelve
El horrendo enemigo;
Y un río de sangre camina, se extiende,
En dos corrientes.

Sus dientes crujidores ya están mordiendo
La bárbara tristeza;
Se han vuelto de plomo sus ojos que eran como el sol,
Ojos de Inca.

Se ha helado ya el gran corazón
De Atahualpa.
El llanto de los hombres de los Cuatro Suyos
Ahogándole.

Las nubes del cielo han dejado
Ennegreciéndose;
La madre Luna, transida, con el rostro enfermo,
Empequeñece.
Y todo y todos se esconden, desaparecen,
Padeciendo.

La tierra se niega a sepultar
a su Señor,
Como si se avergonzara del cadáver
De quien la amó,
Como si temiera a su adalid
Devorar.

Y los precipicios de rocas tiemblan por su amo
Canciones fúnebres entonando,
El río brama con el poder de su dolor
Su caudal levantando.

Las lágrimas en torrentes, juntas,
Se recogen.
¿Qué hombre no caerá en el llanto
Por quien le amó?
¿Qué hijo no ha de existir
Para su padre?

Gimiente, doliente, corazón herido
sin palmas.
¿Qué paloma amante no da su ser
Al amado?
¿Qué delirante e inquieto venado salvaje
A su instinto no obedece?

Lágrimas de sangre arrancadas, arrancadas
De su alegría;
Espejo vertiente de sus lágrimas
¡Retratad su cadáver!
Bañad todos, en su gran ternura
Vuestro regazo.

Con sus múltiples, poderosas manos,
Los acariciados;
Con las alas de su corazón
Los protegidos;
Con la delicada tela de su pecho
Los abrigados;
Claman ahora,
Con la doliente voz de las viudas tristes.

Las nobles escogidas se han inclinado, juntas,
Todas de luto,
El Willaj Umu se ha vestido de su manto
Para el sacrificio.
Todos los hombres han desfilado
A sus tumbas.

Mortalmente sufre su tristeza delirante,
La Madre Coya;
Los ríos de sus lágrimas saltan
Al amarillo cadáver.
Su rostro está yerto, inmóvil,
Y su boca (dice):
"¿A dónde te fuiste, perdiéndote
De mis ojos,
Abandonando este mundo
En mi duelo;
Eternamente desgarrándote,
De mi corazón?"

Enriquecido con el oro del rescate
El español.
Su horrible corazón por el poder devorado;
Empujándose unos a otros,
Con ansias cada vez, cada vez más oscuras,
Fiera enfurecida.
Les diste cuanto pidieron, los colmaste;
Te asesinaron, sin embargo.

Sus deseos hasta donde clamaron los henchiste
Tú solo;
Y muriendo en Cajamarca
Te extinguiste.

Se ha acabado ya en tus venas
La sangre;
Se ha apagado en tus ojos
La luz;
En el fondo de la más intensa estrella ha caído
Tu mirar.

Gime, sufre, camina, vuela enloquecida,
Tu alma, paloma amada;
Delirante, delirante, llora, padece
Tu corazón amado.
Con el martirio de la separación infinita
El corazón se rompe.

El límpido resplandeciente trono de oro,
Y tu cuna;
Los vasos de oro, todo,
Se repartieron.

Bajo extraño imperio, aglomerados los martirios,
Y destruídos;
Perplejos, extraviados, negada la memoria,
Solos;
Muerta la sombra que protege;
Lloramos;
Sin tener a quién o a dónde volver,
Estamos delirando.

¿Soportará tu corazón,
Inca,
Nuestra errabunda vida
Dispersada,
Por el peligro sin cuento cercada, en manos ajenas,
Pisoteada?

Tus ojos que como flechas de ventura herían
Ábrelos;
Tus magnánimas manos
Extiéndelas;
Y con esa visión fortalecidos
Despídenos.



Imágenes: floreandote.blogspot.com

viernes, 8 de febrero de 2013




Poesía nativa (quechua) de los andes centrales

Quechua es el nombre común de "runa simi" (lengua de los hombres o de la gente), idioma que identificó al imperio inca o Tahuantinsuyo. Aunque fueron los doctrineros españoles los que consolidaron al quechua como lengua franca indígena, al usarlo en sus tareas de catequización y extirpación de idolatrías, para consolidar la dominación  hispana. Presentamos una muestra de esta poesía, traducida al castellano por J.M. Arguedas. Y también poesía quechua campesina.







Dile que he llorado

Picaflor esmeralda
el que vuela más alto
el de las plumas doradas,
picaflor esmeralda
que brilla en el sol
que tiembla en el aire
hincando las flores.

Quiero darte un encargo:
mi amada está lejos,
picaflor esmeralda,
llévale esta carta.

No sé si llorará todavía
cuando lea mi nombre,
o me habrá olvidado
y ya no llorrá.
Pero si ella entristece
dile que he llorado,
dile que también lloro
recordando a la amada.

Picaflor siwar
el que vuela más alto
el de las plumas doradas.


El fuego que he prendido

El fuego que he prendido en la montaña
el ischu que encendí en la cumbre
estará llameando
estará ardiendo.

¡Oh mira si aún llamea la montaña!
Y si hay fuego ¡anda niña!
con tus lágrimas puras
apaga el fuego;
llora sobre el incendio
y tórnalo en ceniza con tus lágrimas puras.


 


Que no encuentre ni el rocío...

Vicuña de los cerros, venado de los montes:
decidme si pasó por aquí la ingrata paloma,
la paloma que dejó su nido
que olvidó a su amado.

Vicuña de los cerros, taruka de los montes,
venid  a ver cómo lloran mis ojos;
así me dejó, con los ojos llorando,
así me dejó, con el corazón herido.

¡Oh, que tenga sed en el camino!
y que no encuentre ni la escarcha de los pajonales
que no encuentre ni el rocío en las yerbas
¡Que tenga sed en todos los caminos
la paloma que olvidó a su amado!

 


¡Ay flor morada...!

¡Por qué amé a ese desconocido,
por qué le escogió mi corazón
no sabiendo ni el nombre de sus padres
ni el camino por donde vino
ni el día en que llegó!
¡Ay espino de los montes!
¡ay flor morada!

Hubiera amado a la vicuñita
que llora en la orilla de las lagunas
sobre las cumbres y en las lomadas.
Hubiera amado
¡ay espino del monte!
¡ay flor morada!
al venado que come
la dulce yerba de los cerros.

La vicuñita lloraría mis penas
el venado me hubiera llevado
a la sombra de los montes.
No estaría sola
¡ay flor morada!
no tendría el corazón herido
¡Ay flor morada de los campos!
¡Ay espino de los motes!


 


Llorabas solo patito...

Desde la cumbre te vi llorar
águila del cielo.
Llorabas sola.
En tu soledad llorabas,
águila del cielo.
¡Ay, ser águila y llorar a solas!

Desde el frente del río te vi llorar
patito.
Llorabas solo en la orilla del río.
Hacía frío y lloraas, 
patito,
en la otra orilla del río.

Entonces te hablé
para hacer un nido, juntos,
para no ser tan solos, los dos.
Mi padre es primero
me dijiste,
mi madre todavía.

Mentiste
patito
Tu padre ha muerto y descansa,
tu madre llora en pueblos extraños.
¡Patito
deja ya tu soledad
en la otra orilla del río!

Llorabas sola
en la roca
águila triste.
Llorabas solo
en la orilla del río,
patito.



Un picaflor la desangró...

Mi flor de k'antu,
mi hermosa flor del monte,
¡Qué picaflor te mordió,
qué picaflor te envenenó,
flor de k'antu,
que ya no puedes florecer!

Un picaflor le mordió
a mi flor de k'antu,
un picaflor dorado la envenenó.
Antes
su flor morada
era mi encanto,
su flor era la flor del monte.
Su flor se murió
porque le hincó el picaflor
su pico dorado.

¡Ya el k'antu no tiene flor,
la flor del k'antu se murió!
Moviendo sus alas doradas,
un picaflor la desangró.

 

 
Sin nadie, sin nadie...

Qué solo me veo
sin nadie, sin nadie;
como la flor de la estepa,
apenas ella y su sombra triste.

Apreté mi quena
con nervios de toro
para que su voz fuera limpia,
hoy está ronca de tanto que ha llorado.

¡Qué es pues esta vida!
Los caminos se han perdido
han muerto los que daban amparo.
¡Todo, todo, se ha acabado!

 


Yo crío una mosca

Yo crío una mosca
de alas de oro,
yo crío una mosca
de ojos encendidos.

Trae la muerte
en sus ojos de fuego,
trae la muerte
en sus cabellos de oro,
en sus alas hermosas.

En una botella verde
yo la crío;
nadie sabe
si bebe,
nadie sabe 
si come.

Vaga en las noches
como una estrella,
hiere mortalmente
con su resplandor rojo,
con sus ojos de fuego.

En sus ojos de fuego
lleva el amor,
fulgura en la noche
su sangre,
el amor que trae en el corazón.

Nocturno insecto,
mosca portadora de la muerte,
en una botella verde
yo la crío,
amándola tanto.

Pero ¡eso sí!
¡Eso sí!
Nadie sabe
si le doy de beber,
si le doy de comer.


Arguedas, J.M. (1986). Cantos y cuentos quechuas. Lima: Municipalidad de Lima Metropolitana.

 

Corazón

Hermoso collar te estaba colocando
estaba succionando la dulzura de tu corazón
tan suavemente te estaba soñando
Valentinita.

Ella es la engalanada
hermosa escogida
ella es la de los ojos vidriosos
hermosa mujer.

También descanso en su corazón
¡me llegó el amor!
Entristecido estoy
¡también me llegó el amor!

Cansada su espalda
la veo barriendo
en ollita estrecha
la veo saboreante, cocinar.

Aún en el techamiento
estabas trenzando tu violácea cabellera
mira mirándote
até pocas pajas.

Solo mi corazón te llama
no nadie
solo mi corazón te escoge
y no se equivoca.

En una gran roca
grabaré tu nombre
y en el fondo de mi corazón
te tendré.

La luna destapa a la noche
y tú a mi corazón soñoliento
de noche y de día
¿dónde estás Valentinita?

No me asusta ni el frío
pasa, cuando me frotan tus manos
ni la escarcha me toma
tu corazón humeante hace que desaparezca.

Habla paloma
¿sólo voy a estar con tu mirada?
estoy hambriento 
de tu voz, de tu canción.

Muele mi corazón Valentinita
pero no me vas a maldecir
cuando yo me vaya
joven estrella.

Rumia mi corazón mujer
pero no vayas a llorar
cuando ya no vuelva
tierna flor.


 

Hermosa vicuñita

Hija del rayo
aliento de oro, de lana suave
de finas cuatro patitas
de un par de orejistas selectas
hermosa vicuñita.

Yo te busco
rodeado de suaves nubes blancas
bebedora solo de aguas de nevados
comedora solo de richas phalichas
hermosa vicuñita.

Sentado en el abra
donde el frío grita toco mi quenita
solo las montañas me responden
y tú, con tu tropa vas galopante
hermosa vicuñita.

Cuando veo el cielo
va resplandeciendo el sol dorado
y todo el Perú
hermosamente va floreciendo.

Instituto Nacional de Cultura (1989). Poesía quechua campesina. Cusco: INC Departamental Cusco - Dirección de Actividades culturales.


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