sábado, 12 de enero de 2008


Una visión destructiva de la naturaleza

Santificada por dios y los libros sagrados, la civilización occidental y cristiana avanza sin detenerse hacia la destrucción irreversible de la biosfera. Hay que detener este afán autodestructivo e irracional, invocando a otros dioses y a verdaderas razones.




"La religión de un pueblo refleja y determina a la vez su actitud ante la naturaleza. En el primer capítulo del Génesis, versículo 27, leemos:

Y los bendijo Dios diciéndoles: 'Procread y multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra'.

A pesar de que han pasado más de 100 años desde que Charles Darwin escribiera El origen de las especies (1859), la idea que tenemos de nuestro lugar en la naturaleza, de nuestra relación con el mundo natural se haya todavía determinada, en un sentido profundo, por este antiguo mito judeocristiano. Pasajes como éste nos ordenan someter la Tierra y a todas sus criaturas, y aumentar nuestra propia población hasta que consigamos llenar (henchir) la Tierra con el género humano.

Antes de mediar el último siglo, cuando unos pocos geólogos y biólogos se dieron cuenta de la antigüedad de la Tierra y de sus habitantes, todo el mundo creía (a partir de los cálculos de teólogos eminentes) que la historia de la creación descrita en el Génesis tuvo lugar en el año 4004 a. de C. El pasaje constituye una declaración de la actitud de la humanidad ante la naturaleza en los primeros años de la historia judía. Abel, el pastor, y Caín, el agricultor, representaban dos maneras de domeñar la naturaleza que hacían posible una tasa de extracción de alimento mucho más elevada del medio ambiente de la que previamente se conocía. Se trataba de dos modos de vida que iban a permitir a la humanidad procrear y multiplicarse, y henchir toda la Tierra.





El desarrollo del pastoreo y de la agricultura cambió de forma fundamental el equilibrio que previamente existía entre los seres humanos y su contorno. No sólo se domesticaron ciertas especies, sino que otras que podían competir con los rebaños domésticos y dañar la tierra agrícola tuvieron que ser expulsadas de pastos y campos. Los carnívoros, para los que el ganado era una presa fácil, fueron mantenidos a distancia o sacrificados. La humanidad necesitaba dominar y controlar la actividad de muchos mamíferos con los que empezaba a competir. Estos acontecimientos revolucionarios reforzaron una tendencia hacia una vida sedentaria que había aparecido anteriormente en la prehistoria, y la consecuencia fue un aumento de la población.

Para las pequeñas tribus de pastores y agricultores nómadas, el arquetipo judío era el apropiado. Mediante tales pretextos, la humanidad ha llegado a dominar y someter a la naturaleza y en la actualidad ocupa prácticamente todas las zonas disponibles y adecuadas de la superficie de la Tierra. Pero el pequeño mundo de los antiguos judíos (una zona de tierras semiáridas que corresponde al Israel de nuestros días y a las regiones vecinas) ha sido sustituido en la actualidad por una Tierra densamente poblada. Ya no hay tierras vírgenes que dominar, ni queda más espacio para una ulterior expansión de la humanidad. Porque el lugar de la especie humana en la naturaleza ha cambiado, nuestra actitud ante ella debe cambiar asimismo.





Esta visión judeocristiana del mundo que hemos descrito ha sido característica, naturalmente, de judíos, cristianos y, entre éstos, especialmente de los protestantes. Casi todas las demás religiones y filosofías reflejan una actitud de mayor respeto y preocupación por la naturaleza. Para nosotros, la importancia del punto de vista judeocristiano no es sólo que dirige buena parte de la tecnología occidental, sino también que, disfrazado de los valores comerciales y la tecnología occidentales, se está extendiendo por todo el mundo. Una actitud similar de explotación irreflexiva de los recursos naturales del mundo se está haciendo cada vez más común entre las personas de otros continentes que han estado en contacto con el mundo occidental.
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Todavía nos enfrentamos a los mismos problemas que tenían planteados nuestros antepasados: problemas de supervivencia. Dependemos todavía, de manera absoluta y final, de la naturaleza de este mundo, de la vida vegetal y animal con la que vivimos. Como Darwin nos demostró tan claramente, todavía somos parte de la naturaleza, y tal dependencia no puede disminuir en virtud de nuestra tecnología, ni ésta puede asegurar nuestra supervivencia. Ésta dependerá de un único factor: nuestro éxito o nuestro fracaso en conseguir un nuevo equilibrio con nuestros recursos, mediante la estabilización del crecimiento de la población y de la tasa de extracción. El hambre que amenaza a un tercio de la población mundial demuestra con terrible claridad que nuestra deuda con la naturaleza es ya muy grande, y que sus recursos son finitos".





Campbell, B.G. (1985). Ecología humana. Barcelona: Salvat.
Imágenes: cubasolar, geographos.com, amazon.com y kozyo.blogspot

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