viernes, 3 de abril de 2009


Mentiras en la literatura


Ya sea por ganar dinero, gloria inmerecida o meramente para burlarse de la cultura, la historia de la literatura está teñida de grandes engaños públicos, algunos tan bien elaborados que en ocasiones han tomado varios siglos destapar. Estos son algunos de los mejores timos literarios de la historia.



Acaso el más grande timo literario de la historia lo condujo Jean-Baptiste Poquelin, Molière, a mediados del siglo XVII. El caso fue estudiado al detalle por el escritor francés Denis Boissier, quien en 2004 publicó El caso Molière, libro que se hizo famoso mundialmente porque sustenta que El tartufo, El avaro y El misántropo, entre otras comedias, no habían sido escritas por Poquelin, sino por su contemporáneo Pierre Corneille. Basándose en un escrupuloso estudio, Boissier desenmarañó algunas circunstancias no muy claras en la biografía de Molière y estableció que el fraude era evidente. Meses después, luego de un análisis de discursos, Dominique Labbé, profesor del Instituto de Estudios Políticos de Grenoble, concluyó que "el 99.9 por ciento de al menos 16 piezas de Molière fueron escritas por Corneille". Molière deberìa ser considerado el rey de las trampas literarias.


Otra exquisita tomadura de pelo fue engendrada por el humanista escocés James MacPherson en 1760. MacPherson alegó haber descubierto y traducido un enorme texto en gaélico de ochenta mil versos, acerca de Ossian, legendario guerrero y poeta celta del siglo III antes de Cristo, hijo del héroe irlandés Finn Mac Cumhail. En realidad, toda la epopeya era falsa y, al parecer, MacPherson terminó muy deprimido cuando lo despojaron de su máscara, tras una larga y penosa polémica entre expertos en literatura gaélica. Sin embargo, su texto dejó una inmejorable impresión en los autores románticos, como Byron o Goethe. El joven Werther, célebre personaje de Goethe, escribe en su diario el 12 de octubre de 1772: "Ossian ha suplantado a Homero en mi corazón. ¡Oh, qué mundo ese en el que tan magnífico poeta me introduce!".

La Inglaterra del siglo XVII consignó otros dos casos de asombrosa equivalencia. Uno fue el de Thomas Chatterton, prodigioso adolescente que en 1769 publicó poemas fraguados que atribuyó a un monje del siglo XV. Al descubrirse el engaño, Chatterton se suicidó días antes de cumplir los 18 años, sin saber que había ganado la inmortalidad literaria como el "muchacho maravilla" del romanticismo.


El segundo caso lo preparó William Henry Ireland, hijo de un ilustrado anticuario que siempre lo tomó como un chiquillo bueno para nada. A fin de impresionar a su padre, Ireland inventó cartas y documentos legales de William Shakespeare, que, para su suerte, fueron autenticados por peritos grafológicos en 1795. Ireland continuó con sus engaños fraguando los manuscritos de Hamlet y Rey Lear (a los que prescindió de versos que consideraba medianos), y "desenterrando" una pieza desconocida hasta entonces, Vortigern y Rowena. A poco de estrenarse esta obra en el Teatro Drury Lane, Edmond Malone, experto en la obra de Shakespeare, publicó una investigación que prontamente desbarató el timo. En este punto la vida de Ireland dio un vuelco inusitado: el propio Malone adquirió gran parte de sus documentos falsos y otros admiradores del genio de Stratford-upon-Avon siguieron ese camino. Ireland, que no deseaba desairar a ningún comprador, vendió todo lo que pudo, incluso falsificaciones de sus falsificaciones iniciales. Su labor de entonces fue tan prolífica que en nuestros días se conservan siete copias de Vortigern y Rowena, y nadie sabe con exactitud cuál es la verdadera.

¿Qué diferencia hay entre un plagio y un fraude? Por definición, un plagio es una copia sustancial de una obra ajena, que se atribuye como propia. Un plagio notorio y reciente es que se le hace cargo al escritor Alfredo Bryce, quien habría copiado ensayos y artículos periodísticos de cuando menos treinta autores, sobre todo españoles. Un fraude, por el contrario, no se encarga de copiar, sino de elaborar o fabricar algo falso, que en el ámbito de lo literario sería un texto. Salvo por excepciones como la de Molière, habitualmente quien comete un fraude no busca figuración artística. Sus más grandes aspiraciones son más bien terrenales y poco elegantes: el dinero y el escarnio.

Sobre esta última pretensión se pueden mencionar dos ejemplos, no necesariamente ligados a las ficciones literarias. El primero fue planeado por Max Aub, quien en 1958 publicó un libro biográfico sobre el inexistente pintor mexicano Jusep Torres Campalans, precursos del cubismo. Muchos diarios comentaron sus pinturas, insertas a manera de dossier en el libro, que en realidad habían sido creadas en sus ratos de ocio por el propio Aub, con ayuda de su nieto.


Cuarenta años después, en 1998, el novelista escocés William Boyd se las ingenió para burlarse de buena parte de la comunidad artística de Nueva York. Tras la publicación de una biografía falsa (Nat Tate. An American Artist, 1929-1960), Boyd organizó una fiesta de presentación en casa del escultor Jeff Koons, en Manhattan. Allí contó con numerosos y afamados compinches (Gore Vidal fue uno de ellos), que declararon haber conocido a Nat Tate y guardar respeto por su obra (que, por cierto, nadie había visto). Un periodista del rotativo británico The Independent, por desgracia poco afecto a las bromas, descubrió el complot al escuchar accidentalmente una conversación reveladora, de modo que Boyd se vio obligado a confesar su travesura, días antes de consumar una segunda fiesta en Londres.

En ciudad de México, en 2000, diversos diarios publicaron el poema "La marioneta de trapo", que adjudicaban a un Gabriel García Márquez próximo a la muerte, deseoso por despedirse de sus amigos y lectores. El poema iba de esta forma: "Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo, y me regalara un trozo de vida (...)/ Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan./ Dormiría poco y soñaría más". El autor de Cien años de soledad, tomando el embuste con muy buen humor, declaró: "Lo que me mata es que crean que escribo así (...). El poema es tan malo que no vale la pena desmentirlo".



Jorge Luis Borges, en cambio, no tuvo tiempo de desmentir nada. A él le imputaron el poema "Instantes", que comenzaba con estos ya famosos versos: "Si pudiera vivir nuevamente mi vida/ en la próxima trataría de cometer más errores./ No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más". Una divertida similitud de "La marioneta de trapo" con "Instantes" radica en el interés de sus autores por los helados. Así como en el primero se pretende uno de chocolate, en el segundo se dice: "Comería más helados y menos habas". "Instantes" había sido publicado inicialmente en The Reader's Digest, en setiembre de 1953, por el caricaturista estadounidense Don Herold, y no se sabe por qué malabares se relacionó con Borges. María Kodama, viuda del escritor, llegó a decir que si Borges hubiese escrito algún adefesio semejante a "Instantes", nunca se le habría cruzado en mente casarse con él.





Bondy, Juan Carlos. "Mentiras en la literatura". En Primera Semana (suplemento dominical de La Primera, Lima-Perú), 15.06.2008

Imágenes: nndb.com, upload.wikimedia.org, taringa.net, biografiasyvidas.com

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