sábado, 13 de marzo de 2010

El sexo, antes y ahora

Son pocos los periodistas que escriben bien y con el creciente imperio de lo audiovisual en el periodismo, la "especie" de estos periodistas que hacen buena literatura en sus trabajos, va a desaparecer. Con la muerte de Tomás Eloy Martínez la alianza de periodismo y buena literatura se ha empobrecido irremediablemente. A continuación, reproducimos un texto de don Tomás Eloy a modo de homenaje.




Aun a mediados de los años 1950, dos décadas después de que D.H. Lawrence hubiera publicado El amante de Lady Chatterley y Henry Miller su Trópico de Cáncer, la palabra "sexo" seguía pronunciándose en voz baja.

Se consideraba también ofensivo o de pésimo gusto verla asomar la nariz en diarios y revistas.

Aunque el sexo era inevitable, se vivía como si no existiera. Recuerdo los laberintos teológicos en que se internaban los profesores de religión cuando debían explicar el dogma de Pío IX según el cual María, madre de Dios, fue engendrada sin pecado original. Engendrar, concebir eran vocablos misteriosos en aquella época. Para definirlos, se empleaban sinónimos igualmente oscuros: procrear, reproducir, fecundar, copular. El lenguaje era una lluvia, pero los sentidos seguían siendo un desierto.

En ese mundo de represiones bajo control irrumpió el zoólogo norteamericano Alfred Charles Kinsey, y con sólo dos libros lo puso de cabeza abajo. Los tiempos eran inoportunos, porque la Guerra Fría había creado una paranoia que lo abarcaba todo: primero el comunismo, luego el sexo. La caza de brujas, encabezada por el senador Joseph McCarthy, estaba en su apogeo.

Ahora, quizá porque en el horizonte hay turbulencias parecidas, la figura de Kinsey vuelve a ser el centro de otro debate ideológico, tanto más insólito cuanto más se piensa en que los crímenes de medio siglo atrás -la homosexualidad, la masturbación, el aborto- son ya temas de reflexión abierta.




Fiebre Kinsey

En 1997 se había publicado una excelente biografía de Kinsey, escrita por James H. Jones, que destacaba la tortuosa intimidad del propio Kinsey, con episodios de voyerismo, aventuras homosexuales consentidas por su esposa y estímulo a pedófilos para usar esas experiencias en su investigación.

Pero la verdadera marea de obras sobre el tema empezó en el otoño boreal de 2004 con una inteligente novela de T.C. Boyle, The Inner Circle (El círculo íntimo), que recrea los primeros años de Kinsey en Indiana a través del relato de un ayudante ficticio.

El segundo paso, más contundente, lo dio el realizador Bill Condon -autor de una refinada película de 1998, Dioses y Montruos- con su obra Kinsey, en la que el investigador es encarnado por Liam Neeson y su esposa por Laura Linney.

Tanto en la novela como en la película se explican en detalle las técnicas de interrogación empleadas para alentar confesiones, inspirar rápida confianza y no exhibir jamás el menor prejuicio. Aunque las entrevistas se hicieron con el cuidado y rigor que permitía un campo aún inexplorado, la Encyclopaedia Britannica aduce todavía que los datos obtenidos no son por completo dignos de confianza.

El equipo de Kinsey anotaba los resultados en una tabla donde las situaciones estaban escritas en clave, pero más de una vez se revelaban intimidades no previstas. La imaginación sexual del ser humano parecía no tener límites.

La Reina Victoria debió de haberse estremecido en su tumba. Si no lo hizo, decenas de instituciones religiosas y ligas de defensa de la familia tomaron su lugar y pusieron, literalmente, el grito en el cielo.

A Kinsey se le atribuyeron culpas varias: desde haber dado los primeros pasos para la revolución sexual que sobrevino en la década del 60 -en lo que hay algo de razón- hasta tener responsabilidad en los índices crecientes de sida, abusos sexuales a los niños, incesto y pornografía.




Todos contra el científico

La inquina llegó tan lejos que, en vísperas del estreno de Kinsey, la película de Bill Condon, una comentarista de televisión, la doctora Laura Schlessinger, hizo un llamado a un boicot nacional, sin éxito. Quizás alguien le haya advertido que por algún milagro de la esquizofrenia, la obra era una producción de Fox Searchlight, otra de las empresas del magnate conservador Rupert Murdoch, uno de los mayores donantes de las campañas para el aborto y sostén decisivo de George W. Bush en su campaña por la reelección.

Kinsey, la película, corre peligro de desatar pasiones más flamígeras en América Latina y España, donde todavía dura el desconcierto por las persistentes condenas últimas de Juan Pablo II al uso del preservativo -aún en los casos de riesgo severo de contraer el sida- "porque la práctica correcta de la sexualidad supone castidad y fidelidad".

Lo que Bill Condon pone en escena -sin juegos de palabras- es la idea de que el instinto sexual, para la mayoría de la especie, está ligado al placer antes que a la reproducción, y que más bien ésta es consecuencia de aquél.

Un personaje olvidado y marginal de la ciencia, al que la Encyclopaedia Britannica despacha en unas 20 líneas, va así camino de recomenzar el tumulto cultural que provocó con sus dos únicos libros, poco después de la Segunda Guerra.

El primero, Comportamiento Sexual del Hombre, publicado en 1948, tuvo un éxito instantáneo. Aunque es un relato ante todo estadístico, con fragmentos de confesiones intercalados, en los primeros tres meses vendió 200 mil ejemplares.

Cinco años después, el segundo libro, dedicado a las mujeres, levantó una polvareda aún mayor. Indignado, el reverendo Billy Graham declaró que Kinsey se había olvidado de entrevistar, sin duda, "a las cristianas de este país que construyen sus vidas con virtud, decencia y pureza".

Un par de semanas antes del estreno de Kinsey, Bush convocó a los senadores recién electos y les dijo que, si defendían causas como la pena de muerte para las prácticas de aborto y tolerancia cero a los matrimonios homosexuales, había llegado el momento de poner manos a la obra.

Los tiempos que corren son de prohibición y represión, pero la especie humana no acepta que se la prive de los derechos que creía ganados. Mientras el poder va en una dirección, el mundo sigue a pie firme en la dirección opuesta.



La República (Lima-Perú), 03.04.2005
Imágenes: blogs.rtve.es, americanfortruth.com

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