sábado, 4 de febrero de 2012

Los fantásticos libros voladores del señor Morris Lessmore

En este siglo, donde se ha instalado la estúpida pretensión de que se puede prescindir de los libros, pues resulta que ser "moderno" es no leer más de unas cuantas páginas y no escribir más de 140 caracteres, videos como The Fantastic Flying Books of Mr. Morris Lessmore nos recuerdan que el libro y la lectura no solo son recursos informativos (como argumentan quienes quieren acabar con ellos) sino, y sobre todo, fuente inagotable de conocimiento, de historia, de sabiduría, de humanidad y fantasía, todo aquello que hizo posible seres humanos creadores como Da Vinci, Balzac, Goethe, Einstein, Mozart, Beethoven, Alegría, Arguedas...

Ahora solo queda disfrutar y motivarse a seguir los pasos del señor Lessmore...








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Los textos presentados hasta aquí, están referidos al Mundial de Fútbol (Soccer) 2006, realizado en Alemania, un año antes de que comience la Gran Crisis Mundial del Capitalismo, y que pasados ya cuatro años prosigue su marcha, castigando especialmente a las economías europeas. Hasta el mundial alemán se vivía la euforia de los grandes negocios y de las grandes ganancias en la estrambótica feria capitalista y, evidentemente, en el fútbol-soccer, el más grande negocio deportivo de todos los tiempos. En él, dinero y mercado pesan tanto o más que la calidad y capacidad deportiva.



Ya el campeonato mundial del 2010, realizado en Sudáfrica, no tuvo los oropeles ni fuegos artificiales del 2006. La desbocada codicia del capital financiero había mellado la euforia de los mercados y de los negocios. Ahora, avanzamos hacia la realización del mundial en Brasil (2014). El segundo que se realizará en este país, el más grande de Sudamérica. Motivados por tal repetición cerramos esta serie sobre el fútbol-soccer, con un texto referido al Mundial de 1950, donde el país más "futbolero" del mundo, sufrió la "tragedia del Maracanazo".




El 8 de abril de 2000 murió Moacyr Barbosa, primer portero negro de la selección brasileña. Unas 30 personas se acercaron a velar el ataúd cubierto por la bandera del desaparecido equipo Ypiranga. Poco antes de que el féretro fuera trasladado al cementerio, un directivo del Vasco da Gama llevó una bandera del club de la franja negra.



En un país donde los futbolistas alcanzan el rango de semidioses, Moacyr Barbosa fue despedido como un fantasma. Poco importó que el portero hubiera contribuido a darle cinco títulos de la liga de Río y un título de Sudamérica al Vasco da Gama. Su tragedia se cifró en un instante del que no podría recuperarse.






La escena ocurrió el 16 de julio de 1950. El recién inaugurado estadio Maracaná reunió a 200 mil fanáticos -cifra récord en la historia del fútbol- para la final de la Copa del Mundo entre Brasil y Uruguay. De acuerdo con el reglamento de entonces, al equipo sede le bastaba un empate para levantar el trofeo. Los periódicos de Brasil ya tenían listos los titulares del día siguiente con desaforados vítores para la oncena verde-amarilla. Por su parte, Jules Rimet, inventor de los mundiales, llevaba un discurso en el que elogiaba la destreza de los futbolistas cariocas y la calidez de su público. Aquellas palabras no abandonaron el bolsillo de Rimet.

Un lance de muerte decidió el partido: Ghiggia lanzó un tiro cruzado y Moacyr Barbosa, guardameta curtido ante las roscas más sofisticadas del planeta, viajó en pos del balón. La subjetividad del héroe no siempre tiene que ver con la realidad. El último hombre de Brasil tocó la pelota y se desplomó con alivio en el pasto sagrado de Maracaná. Estaba seguro de haber desviado el tiro de Uruguay. El silencio lo devolvió a un país de espanto donde lo observaban 200 mil espectadores mudos. La pelota estaba en las redes. Uruguay se había puesto 2 a 1.

En la película que narra la vida del Rey Pelé, este es el momento en que el joven león se lanza sobre el radio y lo golpea entre sollozos. Brasil perdía en su propia cancha, contra todos los pronósticos. La historia de Pelé iba a ser, en buena medida, la historia de una enmienda. Sus más de mil goles estarían destinados a corregir lo que no pudo detener Moacyr Barbosa.

El trágico portero de Maracaná siguió jugando hasta 1962, y aún obtuvo varios títulos con el Vasco da Gama. Los prejuiciosos que nunca faltan lo acusaron de carecer del temple de los jugadores blancos. El primer portero negro de la selección brasileña tuvo que sufrir la derrota y el desprestigio de su sangre.

Barbosa se jubiló con una pensión de 85 dólares mensuales que luego le mejoró el Vasco da Gama. Durante noches sin número soñó con el gol del desastre y padeció toda clase de humillaciones públicas. En una ocasión, una mujer lo señaló en la calle y le dijo a su pequeño hijo: "Ese es Barbosa, el hombre que hizo llorar a un país".




En 1993 la televisión inglesa rodó un documental para preparar el ambiente del Mundial de Estados Unidos. El equipo de grabación quiso que Barbosa visitara a la selección brasileña, pero el entrenador, Mario Lobo Zagallo, le negó la entrada para impedir que el embajador de la mala suerte contagiara su desgracia a sus muchachos. Cuando lo interrogaron acerca de este incidente, Barbosa miró a una cámara con ojos desolados y dijo que en Brasil la condena máxima por un crimen era de 30 años. En un país sin cadena perpetua sólo él estaba condenado de por vida.



Finalmente, a los 79 años, el guardameta cayó por última vez.
La primera muerte de aquel hombre había ocurrido medio siglo antes, en la soleada cancha de Maracaná.







Villoro, Juan. National Geographic en español, junio del 2006


Imágenes: kexual.blogspot.com, es.paperblog.com, pro-memoria-de-campinas-sp.blogspot.com