lunes, 30 de julio de 2018

Mujeres

Creciente y recurrente noticia de los últimos años han sido los feminicidios perpetrados en numerosos países dle mundo "desarrollado y subdesarrollado". Pero los ataques a las mujeres no solo han implicado la muerte física, sino también violaciones, asedios, misoginia, discriminación, etc., a tal punto que en Latinoamérica se han generado masivos movimientos de rechazo a estas agresiones bajo la consigna de "Ni una menos". Y en Norteamérica se ha desatado una serie de denuncias sobre agresiones sexuales a mujeres en el mundo de la política, de sectas cristianas y de Hollywood. En todos los casos son agresiones y asesinatos perpetrados por hombres en contra de mujeres. Y cuando se dan explicaciones a esta enfermiza tendencia siempre se habla del machismo y del patriarcalismo presentes en la cultura humana desde hace miles de años. Pero poco se habla de que en el mundo donde impera la propiedad privada, el varón considera que la mujer es de su propiedad, y de que a medida que avanza el conocimiento humano se va sabiendo que la mujer es más fuerte que el hombre en muchos aspectos, y que en el crucial aspecto sexual, tan manoseado por el negocio capitalista, la mujer tiene mayores posibilidades y capacidades que el varón. Además, la mujer es la única capaz de garantizar la legitimidad de la descendencia.
Quizá para nivelar todo este desbalance y asimetría que no le favorece y le genera inseguridad, el varón recurre a la violencia y a la instauración de una cultura que le da primacía y privilegios frente a la mujer. Aunque también es cierto que muchas mujeres que toman conciencia de las ventajas naturales que tienen, hacen gala de ellas ante sus parejas varones generando un clima de competencia y no de complementación, que puede incubar la violencia.
A continuación presentamos artículos y noticias que muestran a mujeres en diversos roles protagónicos que desdicen aquello de que constituyen el "sexo débil" y de menor nivel intelectual.


La nueva mujer de la Edad del Hielo

La Venus Negra de Dolní Vestonice, una pequeña y resquebrajada  figurita sensualmente moldeada en arcilla, es una emisaria de un mundo olvidado. Tiene curvas suaves, senos como almohadillas gigantes y la cara cubierta. Tallada hace 26.000 años, se encuentra entre los retratos de mujer más antiguos de la humanidad. Para generaciones de investigadores ha sido un poderoso símbolo de las costumbres sexuales de la Edad del Hielo (glaciaciones).

Los excavadores desenterraron a la Venus Negra de una ladera cercana a la población checa de Dolní Vestonice en 1924, junto a unos cuantos huesos rotos y chamuscados de mamut y herramientas de piedra. Pese a su nombre, la Venus Negra es, en realidad, rojiza. Debe este apelativo a la ceniza que la cubría al momento de ser hallada.




Desde mediados del siglo XIX, los expertos habían descubierto más de una docena de estatuillas similares en cavernas y yacimientos arqueológicos, desde Francia a Rusia. Todas estaban desnudas o semidesnudas, sepultadas en capas de tierra y rodeadas por armas de piedra y hueso, artesanías de marfil y restos de animales extintos de la Edad del Hielo. Se les llegó a conocer como las figulinas (estatuillas de arcilla u otra tierra cocidas) Venus, por su parecido a otra figura antigua de mujer desnuda: la Venus de Milo.

Orientados por los estereotipos sexuales predominantes, los expertos interpretaron  el significado de estas imágenes con bastante libertad. Los campamentos que produjeron este arte fueron dominio de cazadores muy activos y de aisladas mujeres que pasaban sus días ociosas como esclavas de esos harenes que eran tan populares en el arte del siglo XIX.

En los seis decenios siguientes, los arqueólogos checos ampliaron las excavaciones de Dolní Vestonice, e inspeccionaron con sumo cuidado el lugar metro a metro. A mediados de esas décadas desenterraron miles de artefactos de hueso, piedra y arcilla y determinaron 19 fechas radiocarbónicas del carbón de madera que cubría los pisos de las viviendas. Con ese material delinearon un perfil de la vida en la Edad de Hielo.

Hace entre 29.000 y 25.000 años, grupos nómadas pasaban los meses fríos del año en Dolní Vestonice. Armados con lanzas de corto alcance, los hombres parecían haber sido especialistas en la caza de encolmillados mamuts y otros poderosos animales salvajes, los cuales acumulaban grandes cantidades de carne para alimentar a sus mujeres y a sus hijos. En las noches se reunían para comer trozos asados de mamut, alimentaban sus fogatas con los huesos y nutrían sus fantasías sexuales con pequeñas figuritas de mujer talladas en marfil y arcilla.. Este era el mundo del hombre por antonomasia.




¿O tal vez no? En los últimos meses, un pequeño equipo de arqueólogos estadounidenses ha planteado serios cuestionamientos a esas conclusiones. Basándose en pruebas contundentes y previamente desestimadas de Dolní Vestonice y el vecino yacimiento arqueológico de Pavlov, Olga Soffer, James Adovasio y David Hyland exponen ahora que todos los residuos humanos que fueron encontrados allí tenían muy poco que ver con aquellos hombres dominantes que arrojaban lanzas contra enormes animales salvajes.

En cambio, observa Soffer, una de las principales autoridades en grupos de cazadores y recolectores de la Edad del Hielo y arqueóloga de la Universidad de Illinois en Champaign-Urbana, dependían de las mujeres, las plantas y una técnica de caza invisible: la red. "Esta no es la imagen que siempre he tenido de los individuos machos del Paleolítico Superior, que mataban de cerca y con gran destreza personal", explica. "La caza con red es una actividad comunal e involucra tanto a mujeres como a niños".

Muchas de estas implicaciones resultan incómodas para sus colegas conservadores, debido a que plantean serios interrogantes sobre lo que ha sido el punto de interés de estudios previos.

La mayoría de los estudiosos descartó por razones biológicas toda posibilidad de que las mujeres fueran cazadoras. Las mujeres adultas se dedicaban a amamantar y atender a los bebés. "Los bebés humanos siempre han sido inmaduros y dependientes", expresa Soffer. "Si las mujeres están involucradas en la reproducción biológica y la crianza de los hijos, entonces tienen que ver restringido su ámbito de acción. Su misión es asegurar el porvenir del niño. Sin embargo, para los padres, esa actividad es opcional".

Para probar las teorías sobre la vida en el Paleolítico Superior, los expertos utilizaron la etnografía, que es la descripción científica de los grupos culturales modernos e históricos. Aun cuando la vida de los cazadores modernos no es una réplica exacta de la de los antiguos, proporcionan referencias valiosas para una conducta humana universal.


"No se debe utilizar la etnografía para copiar el pasado", señala Soffer. "Las personas han tenido que resolver los problemas que las agobian, pues las relaciones naturales y sociales les presentan dificultades. Aplicamos la etnografía para plantear algunas hipótesis sobre la conducta humana, para probarlas y, si funcionan, suponer que representan una característica universal de la conducta humana".

Cuando los científicos empezaron a utilizar las descripciones etnográficas de sociedades de caza depositaron su confianza en estudios que estaban incompletos. Al dar por hecho que las mujeres en sociedades de supervivencia eran sólo seres que atizaban los fogones y amamantaban a los hijos, la mayoría de los antropólogos del hombre primitivo dedicó su tiempo a buscar información sobre los machos. Sus publicaciones están llenas de descripciones de hombres que fabrican lanzas y arpones para arrojarlos contra renos, morsas y ballenas. Rara vez mencionan las actividades de las mujeres. La etnografía parecía así respaldar las teorías de cazadores machos de grandes especies salvajes. "Cuando hablaban del hombre primitivo, era de 'él'. El factor 'ella' no existía", comenta Soffer.

Estudios recientes antropológicos revelan cuánto habían soslayado los colegas de Soffer. Al observar a las mujeres en las pocas sociedades cazadoras y recolectoras y al rebuscar las versiones históricas de grupos tribales, los antropólogos se percataron de lo importante que fue la mitad femenina de la población para la supervivencia. Mujeres y niños tendían celadas, tensaban trampas, avistaban a los animales y participaban en su arreo y rodeo, todas ellas formas de caza que no ponían en riesgo a las madres ni a sus hijos. Ellas buscaban raíces feculentas y recolectaban otros carbohidratos vegetales esenciales para la supervivencia. Incluso cazaban, en ocasiones, con los instrumentos afilados y arrojadizos que se consideraban típicos del hombre. "Descubrí referencias de mujeres inuit (es el nombre con que los esquimales se designan a sí mismos) que llevaban arcos y flechas, especialmente las flechas mochas usadas para cazar aves", manifiesta Linda Owen, arqueóloga de la Universidad de Tubingen, en Alemania.

Las revelaciones dieron lugar a una oleada de nuevos estudios. En América del Norte, Soffer y su equipo hallaron muestras de aperos de caza preferidos por las mujeres de las sociedades históricas. En Europa, los arqueobotánicos analizan los fogones del Paleolítico Superior en busca de evidencia de restos de plantas recogidas por mujeres y niños, mientras que los especialistas trabajan con herramientas de piedra para detectar indicios de sus usos. Los resultados están remoldeando el modo en que entendemos la sociedad de la Edad del Hielo.

Las famosas figulinas de las Venus, según los arqueólogos de la nueva escuela, nunca fueron juguetes pornográficos masculinos. En su lugar, formaron parte clave de rituales que tenían como centro a la mujer. Este tipo de descubrimiento, que apunta hacia un papel más significativo de la mujer de los tiempos paleolíticos de lo que se pensaba hasta ahora, ha despertado serías dudas entre los investigadores.




Como algunos de sus colegas, Soffer está entusiasmada con el cuadro emergente de la vida del Paleolítico Superior. "La vida entonces era más igualitaria de lo que fue en las sociedades campesinas posteriores", declara. "Por supuesto, las mujeres del Paleolítico tenían que ganarse el sustento de alguna manera".

Después de explorar todas las características de la Edad del Hielo durante casi dos décadas, Soffer presenta -abrumando a sus colegas varones- un nuevo enfoque sobre la idea del poderoso cazador de mamuts. "Pocos arqueólogos son cazadores", manifiesta, de manera que nunca se les ocurrió echar una mirada a los pormenores de cazar peligrosos animales de grandes colmillos. Sencillamente, aceptaron las ideas que heredaron del pasado.

Pero los detalles de la caza inquietó a Soffer. Antes del siglo V a.C. ninguna tribu de cazadores de Asia o África se arriesgó a buscar el sustento matando elefantes. Las enormes bestias constituían una amenaza demasiado grande para ello. Con el advenimiento de la Edad del Hierro en África, la situación registró un cambio. Las nuevas armas permitieron a los africanos cazar elefantes y comercializar marfil con los griegos y los romanos. Hace una década, deseosa de entender cómo los grupos prehistóricos cazaban mamuts, Soffer comenzó a estudiar los depósitos arqueológicos del Paleolítico Superior en las planicies de Rusia y Europa Oriental.

Para su sorpresa, los famosos lechos de huesos de mamut estaban repletos de grandes partes del cuerpo, como cráneos de 150 kilos, que fueron abandonadas por cazadores sensatos. Más aún, los huesos presentaban diversos grados de conservación, como si hubieran estado allí durante distintos periodos. Sin embargo, para Soffer, esto resultaba sospechoso, ya que parecía indicar que los cazadores del Paleolítico Superior acamparon cerca de lugares donde los paquidermos perecieron de forma natural -como lamederos de sal- y rapiñando los huesos en busca de materia prima.

Soffer analizó la información sobre promedios de sexo y edad de los mamuts encontrados en los yacimientos arqueológicos del Paleolítico Superior. Descubrió animales jóvenes, un pequeño número de hembras adultas y alguno que otro macho adulto. La distribución era similar al patrón de muertes que otros investigadores observaron en abrevaderos africanos, donde los animales más débiles perecieron en lugares próximos al agua y los más fuertes en sitios más distantes.

"Imaginemos la peor época del año en África, que es la de la sequía", explica Soffer. "No hay agua y los elefantes la necesitan en grandes cantidades. Los animales más débiles, los enfermos y las crías van a tener dificultad para llegar a esa fuente de agua antes de morir. Su estando es tan precario que no tienen energía para ir a ningún lado. Los que tenían mejores condiciones de salud recorrían una distancia corta y terminaban cayendo. La muerte era sólo cuestión de tiempo".

Para Soffer, las implicaciones de este estudio eran claras. Los grupos del Paleolítico Superior establecieron sus campamentos cerca de recursos críticos, como antiguos lamederos de sal o abrevaderos. En ese lugar los hombres pasaban más tiempo rescatando huesos y marfil de los cadáveres de los mamuts, que en faenas riesgosas atacando con pequeñas lanzasa un paquidermo de tres toneladas. "Si uno de estos individuos del Paleolítico Superior mataba a un mamut, y de vez en cuando alguno lo hacía", admite Soffer con sequedad, "posiblemente no se hablaba de otra cosa durante 10 años".

Cuando volvió a casa mandó a revelar la película. Y una noche, llevada por un impulso, preparó una muestra de diapositivas para mostrarlas a un colega visitante, Jim Adovasio. Mirando las imágenes proyectadas sobre el refrigerador de Soffer, Adovasio, arqueólogo del Mercyhurst College, de Pensilvania, y experto en tecnología de fibras antiguas, de inmediato reconoció las impresiones de fibras vegetales. En algunas, incluso pudo discernir una trama de fibras entrelazadas: era un tejido.

Sin duda, según Adovasio, lo que estaban observando eran textiles o cestería. Eran lo más antiguos, en casi 7000 años, descubiertos hasta la fecha. De qué manera estos tejidos quedaron impresos en arcilla era algo que él no podía descifrar. "Es posible que gran parte de estos materiales fueran encontrados sobre suelos de arcilla", apunta Adovasio. "Cuando las moradas se quemaron, lo que estaba en el suelo quedó fundido con el suelo de arcilla".



Soffer y Adovasio tomaron medidas rápidas para regresar a la República Checa. En la división de Dolní Vestonice, del Instituto de Arqueología, Soffer revisó cerca de 8400 piezas de arcilla quemada y eliminó lo que resultaría inútil. Adovasio hizo variados positivos de arcilla de 90 de ellos. De vuelta a Pensilvania, él y David Hyland, su colega del Mercyhurst College, examinaron los moldes bajo una ampliación por estereomicroscopio y midieron los tejidos y las tramas. Cuarenta y tres revelaron impresiones de cestería y textiles. Algunos eran tejidos con finos acabados como los de un mantel de lino moderno.

Pero cuando Hyland observó cuatro de las muestras, vio algo más fascinante aún: impresiones de cordaje que llevaban nudo de tejedor, técnica que permite unir dos extremos de una cuerda y que es usada para hacer redes de malla segura. Parecía el pequeño trozo de una bolsa de red, o tal vez una red de caza. Encantada, Soffer amplió el estudio. Pasó seis semanas en el Museo de Moravia, en Brno, inspeccionando el resto de las colecciones de Dolní Vestonice. A fines del año pasado, Adovasio descubrió la impresión reveladora de la red de la Edad del Hielo en uno de los nuevos moldes.

La red, que medía cinco centímetros de largo, es demasiado delicada para que haya sido empleada en la caza de venado u otra presa aún mayor. Pero los cazadores de Dolní Vestonice pudieron usar redes de este tamaño para capturar grandes liebres -se calcula que cada una de ellas con tres kilos de carne- y otros animales de piel, como el zorro ártico y el zorro rojo. Como, en efecto, se descubrió, los huesos de liebre y zorro están desperdigados en los depósitos arqueológicos de Dolní Vestonice y Pavlov. De hecho, estos pequeños cánidos representan el 46 por ciento de los restos de animales recogidos en Pavlov. Soffer no descarta la posibilidad de encontrar trozos de red incluso más grandes. En una ocasión, consumados tejedores de América del Norte fabricaron una red con la cual capturaron un alce de 450 kilos y un carnero cimarrón de 130 kilos."Cuando los guardabosques tienen que trasladar ovejas al oeste lo hacen con redes", agrega. "Se tiran las redes y las ovejas quedan quietas en el suelo. Es una forma segura de caza".

En muchas sociedades, las mujeres desempeñaron un papel clave en la cacería con red, ya que la técnica no requiere de fuerza bruta ni ponía a las mujeres en peligro físico. Entre los aborígenes australianos, por ejemplo, tanto mujeres como hombres tejían las redes y tardaban hasta dos a tres años para terminar una de punto fino. Entre los nativos de América del Norte, las mujeres ayudaban a tender su labor manual en diversas partes del valle. Después, todos unían fuerzas para buscar y aporrear a la presa. En una labor de barrido por el valle, hombres, mujeres y niños por igual saltaban y gritaban para asustar al animal y dirigirlo así hacia donde estaban las redes.

"Todo el mundo podía participar en la cacería", cuenta Soffer. "Algunos golpeaban, otros gritaban o sostenían la red. Una vez que caía la red sobre los animales, estos quedaban inmovilizados. No se requería de fuerza bruta. Solo golpear de la forma que fuera posible".


La gente rara vez retornaba a su casa con las manos vacías. Investigadores que vivieron entre los miembros de la tribu mbuti de cazadores con redes señalan que los aborígenes siempre capturan animales salvajes cada vez que tienden sus trampas tejidas, que conservan hasta un 50 por ciento de los animales capturados. "Las redes son un instrumento mucho más valioso entre los artefactos para conseguir alimentos, en comparación, que los arcos y las flechas", explica Adovasio. Estas trampas son tan letales que los mbuti generalmente acumulan más carne de la que pueden consumir, comercializando el sobrante entre sus vecinos.

Otros cazadores con redes ahumaban o secaban los productos provenientes de la cacería y los guardaban para cuando vinieran tiempos difíciles. O los consumían de inmediato en grandes festines ceremoniales. Los cazadores de Dolní Vestonice y Pavlov, añade Soffer, festejaban con antiguos rituales. Los arqueólogos no encontraron vestigios de depósitos de almacenamiento en ninguno de los dos yacimientos arqueológicos. Sin embargo, existe evidencia de ceremonias. En Dolní Vestonice, muchas figulinas de arcilla parecen haber sido destruidas en partes aisladas del yacimiento arqueológico.

Soffer duda que los habitantes de Dolní Vestonice y Pavlov fueran los únicos fabricantes de redes de la Edad del Hielo en Europa. En depósitos arqueológicos, que van desde Alemania a Rusia, se ha descubierto un abundante número de huesos de pequeños animales salvajes, desde liebres hasta aves. Por lo menos algunos de sus antiguos moradores tallaron herramientas de hueso parecidas a las leznas y los espaciadores, que eran favoritos de los antiguos fabricantes de redes.

Esos hallazagos, admiten Soffer y Adovasio, revelan lo dudosas que son la mayoría de las ampliamente aceptadas reconstrucciones de la vida del Paleolítico Superior. "Estas interpretaciones imaginarias", explica Adovasio, "de hombres que aguardaban en casa el sustento diario son solo un disparate".

En su casa de las afueras de Munich, Linda Owen encuentra otras debilidades en esta imagen tradicional. Owen, de origen estadounidense, se especializa en el análisis microscópico de instrumentos de piedra. En sus años de trabajo ha observado que muchas de las herramientas fabricadas por los cazadores que deambularon por Europa cerca del final del Paleolítico Superior, hace entre 18 000 a 12 000 años, parecían piedras de aporreo y otros instrumentos para la cosecha y para procesar plantas. ¿Se encargaban las mujeres y los niños de la recolección y almacenamiento de plantas alimenticias silvestres? La mayoría de sus colegas alega que no tiene objeto buscar una respuesta a este interrogante. De hecho, algunos arqueólogos alemanes sostenían que el 90 por ciento de la dieta humana durante el Paleolítico Superior estaba conformado por carne. Pero en cuanto Owen empezó a leer estudios nutricionales, vio que el alto consumo de carne podía acarrear la muerte.

Para cargar los motores celulares del cuerpo, los seres humanos requieren de energía generada por proteína grasa o carbohidrato. De estas fuentes, las proteínas son las menos eficientes. Para quemarlas, el organismo debe incrementar su tasa metabólica en un 10 por ciento, forzando la capacidad del hígado de absorber oxígeno. A diferencia de los animales carnívoros, cuyos sistemas digestivo y metabólico están adaptados a una dieta solo de carne, los humanos que consumen más de la mitad de sus calorías gracias a la carne magra, morirán por envenenamiento proteínico. Es evidente que en el Paleolítico Superior los cazadores trataron de completar su dieta con grasa de origen animal. Pero durante el invierno, la primavera y comienzos del verano, la carne debe haber sido muy escasa. Entonces, ¿cómo sobrevivían?



Owen buscó indicios en relatos antropológicos e históricos de América del Norte subártica y ártica. Esos ambientes son similares a los de la Europa de la Edad del Hielo y representan retos similares para sus habitantes. Incluso en el lejano norte, las sociedades inui cosechaban bayas para almacenarlas en invierno y recolectaban otras plantas para uso medicinal y complementos fibrosos.

Para corroborar si parte de la flora que existió en la Europa del Paleolítico Superior recibió el mismo uso, Owen elaboró una lista de plantas económicamente importantes para las personas que habitaban en las regiones de clima frío de América del Norte y Europa y las comparó con una lista de especies que los botánicos identificaron a partir del polen atrapado en material sedimentario del sur de Alemania. Casi 70 plantas coincidieron en ambas listas.

"Elaboré una lista enorme de plantas que estaban disponibles en esa época. Entre otras, había varios tipos de carrizo utilizados en la fabricación de canastos por los esquimales y los habitantes subárticos en América del Norte. Había muchas plantas de tallos y hojas comestibles. Otras fueron usadas para la confección de medicinas y tintes. Está claro que las plantas formaron parte de la vida antigua".

Los principales recolectores de plantas en las sociedades prehistóricas fueron, indudablemente, las mujeres. "Era un trabajo típico de ellas", declara Owen. "Encontré apuntes de que los hombres en expediciones de caza recolectaban bayas o plantas para su propio consumo, pero ellos no participaban en los trabajos de recolección. Solían ir con ellas, acompañarlas, pero se dedicaban a la caza o a la pesca".

¿Eran las mujeres del Paleolítico Superior quienes recogían las plantas? Los trabajos arqueológicos no hacían mayor referencia al asunto. Pocos arqueobotánicos, según comprobó Owen, estaban interesados en las semillas y los residuos vegetales de los campamentos de la época. La mayoría estaba convencida de que ese tipo de esfuerzo sería inútil en lugares de tanta antigüedad. Sin embargo, en el Colegio Universitario de Londres, Owen conoció a una joven arqueobotánica, Sarah Mason, que analizó una pequeña muestra de restos parecidos al carbón vegetal de un fogón de 26.390 años de antigüedad, en Dolní Vestonice.

La muestra contenía algo más que carbón. Examinándola con un microscopio electrónico, Mason y sus colegas descubrieron fragmentos de raíces con cavidades secretorias típicas: marcas registradas de la familia de las margaritas y asteres, que producían varias especies de raíces comestibles. Es factible que las mujeres de Dolni Vestonice extrajeran las raíces y las cocinaran en alimentos almidonados. También habrían hervido otras plantas.

Mason y sus colegas detectaron una extraña sustancia pulverizada en una muestra chamuscada. Parecía como si las mujeres hubieran molido las plantas hasta convertirlas en harina que después hirvieron para hacer sopa, o majaron hasta convertirla en papilla para sus bebés. De cualquier forma, los resultados son evidentes. Son alimentos carbohidratados.

Owen continúa ahondando en la investigación. "Si se es minucioso", afirma, "se pueden descubrir muchas cosas". A petición  suya, colegas de la Universidad de Tübingen están analizando los fogones paleolíticos en busca de residuos botánicos. Encontraron más plantas, incluyendo bayas, todas ellas preservadas en buen estado durante miles de años. A la luz de esos descubrimientos, Owen sugiere que fueron las mujeres, no los hombres, las que llevaban a casa la mayor parte de las calorías que consumían las familias del Paleolítico Superior. Estima que si las mujeres de la Edad del Hielo recolectaban plantas, huevos de aves, mariscos e insectos comestibles, y si cazaban o entrampaban pequeños animales salvajes y participaban en la caza de animales mayores -como las mujeres del norte lo harían mucho después- su contribución al consumo de calorías de la familia pudo haber llegado al 70 por ciento.



Más aún, algunas mujeres pudieron haber disfrutado de un poder incluso mayor, a juzgar por las más controversiales reliquias de la vida de entonces: las famosas figulinas Venus. Los excavadores recuperaron más de 100 de esas pequeñas estatuillas, que fueron talladas hace entre 29.000 a 23.000 años, de materiales tan resistentes como huesos, rocas, cuernos y marfil, o elaborados en arcilla cocida.

Las figulinas comparten una extraña mezcla de abstracción y realismo. Muestran senos prominentes, pero carecen de pezones. Sus cuerpos son minuciosamente detallados en las líneas ondulantes de sus columnas vertebrales y los discretos rollos de carne debajo de los omóplatos, pero los rostros con mucha frecuencia carecen de ojos, boca y expresión.

Durante años, los investigadores las tomaron como una forma de arte masculino. Los primeros antropólogos, después de todo, observaron a cazadores machos tallar las piedras, el marfil y otros materiales duros. Se pensaba que las mujeres carecían de la fuerza necesaria para emprender esa clase de labores. Además, solo los hombres adoptarían ese tipo de interés amoroso hacia el cuerpo de una mujer. Sorprendidos por la voluptuosidad de los pequeños cuerpos, algunos investigadores sugirieron que eran muestras eróticas de la Edad del Hielo, destinadas a ser tocadas y acariciadas por hombres. La idea todavía prevalece. En la década de los años 80, Dale Guthrie, el conocido antropólogo estadounidense, escribió un artículo académico en el que compara las figulinas con las poses provocativas de las modelos de Playboy.

Pero la mayoría de los expertos descarta en la actualidad esos argumentos. La búsqueda esmerada de Owen en fuentes etnográficas reveló que las mujeres de las sociedades árticas y subárticas trabajaban en el labrado de piedras y marfil. Existe poca razón para afirmar que las figulinas representan erotismo masculino. La Venus Negra, por ejemplo, parece haber pertenecido a un mundo secreto de ceremonias y rituales bastante alejado de la vida sexual cotidiana.

La evidencia, explica Soffer, se encuentra en la materia prima usada para darle forma a la Venus Negra. Los objetos de arcilla algunas veces se rompen o estallan al ser cocidos al fuego, un proceso llamado ruptura por choque térmico.

Estudios realizados por Pamela Vandiver, del Instituto Smithsonian, demostraron que la Venus Negra y otras figulinas humanas y de animales descubiertos en Dolní Vestonice -así como casi 2.000 bolitas de cerámica halladas en el lugar- fueron hechas de arcilla resistente al choque térmico. Muchas de las imágenes, incluyendo la célebre Venus Negra, despliegan las distintivas bifurcaciones del astillamiento causado por este choque, detalle que no se observa en las bolitas.

Llena de curiosidad, Vandiver hizo una réplica del antiguo proceso de cocido de arcilla. Un análisis de los pequeños hornos de calcinación de Dolní Vestonice reveló que fueron cocidas a temperaturas de alrededor de 787 grados centígrados, similar a la de un fogón ordinario. Entonces Vandiver preparó figulinas de tierra local y las calcinó en un horno parecido al fogón, que un grupo de arqueólogos construyó en los alrededores. Para producir el choque térmico, colocó los objetos mayores de un centímetro en la parte más caliente del fuego; más aún, las piezas tenían que ser tan húmedas que casi no podían conservar su propia forma.



Para Vandiver y Soffer, el experimento -repetido varias veces en el Instituto Smithsonian- sugiere que el choque térmico no fue un accidente. "Lo que se pone al horno puede explotar de manera natural o se puede hacer explotar", advierte Soffer. "¿Cuál de esos casos ocurrió en Dolní Vestonice? Jugamos con ambas ideas. O estamos frente a los artesanos más inútiles, gente con dos manos izquierdas, o lo hacían a propósito. Rechazamos la idea de que esos individuos fueran ineptos, porque los otros materiales no hicieron explosión. Entonces, ¿cuáles eran las probabilidades de que esto pasara sólo con una categoría en particular de objetos?".

Estas figulinas que estallaban podrían haber desempeñado alguna función en los rituales, idea que es respaldada por la ubicación de los hornos. Estos estaban lejos de los enclaves de vivienda, como lo están las construcciones para los rituales. Aun cuando la naturaleza de las ceremonias no es clara, Soffer cree que pueden haber servido como ritos de adivinación para discernir qué depararía el futuro. "Algunos de los objetos iban a estallar. Otros no. Es evocativo, como deshojar una margarita: 'me ama, no me ama'".

Las figulinas de Venus de otras procedencias fueron usadas también en ceremonias. "No eran sólo algo hecho para parecer bello", explica Margherita Mussi, arqueóloga de la Universidad de Roma-La Sapienza, que estudia las figulinas del Paleolítico Superior. Mussi hace notar que varias pequeñas estatuillas de la Cueva Grimaldi del sur de Italia -considerada uno de los mayores tesoros de figulinas de la Edad del Hielo de Europa Oriental- fueron hechas con materiales raros, que los artistas obtuvieron con gran dificultad, algunas veces a través del comercio o tras largos viajes. Las estatuillas fueron laboriosamente talladas y pulidas y después cubiertas con ocre, un pigmento que tuvo importancia ceremonial, lo que sugiere que fueron reservadas para eventos especiales como, por ejemplo, las ceremonias rituales.

La naturaleza de estos rituales es motivo de investigación. Pero Mussi está convencida de que las mujeres tomaban parte en ellos y algunos arqueólogos consideran que tuvieron un papel central. Uno de los indicios más valiosos, manifiesta Mussi, se encuentra en una figulina de reciente descubrimiento en Grimaldi, conocida como la Bella y la Bestia.

Esta estatuilla serpenteada, de color amarillo verdoso, presenta dos cuerpos arqueados y de espaldas, unidos por la cabeza, hombros y extremidades inferiores. Uno de ellos es el típico de una figulina Venus. El otro, una extraña criatura que combina la cabeza triangular de un reptil, la cintura ajustada de una avispa, pequeños brazos y cuernos. Evidentemente, no es una criatura de este mundo", sostiene Mussi.

El emparejamiento de una mujer y una bestia sobrenatural, agrega Mussi, es muy significativo. "Considero que estas mujeres estuvieron relacionadas con la facultad de comunicarse con un mundo distinto", expresa. "Pienso que se creía que ellas eran la puerta a una dimensión diferente".

Al poseer poderes que sobrepasaban los de otros miembros de sus comunidades, esas mujeres pudieron haber formado parte importante de una elite espiritual, al estilo de los brujos de la antigua Siberia. Como intermediarios entre los mundos real y espiritual, se atribuía a los chamanes siberianos la capacidad de curar enfermedades e interceder en nombre de otros por el éxito de la caza. Es posible que las mujeres del Paleolítico Superior realizaran similares servicios para sus seguidores.

Aunque el ámbito total de sus actividades nunca será conocido con absoluta certeza, existe una buena razón para creer que las mujeres de la Edad de Hielo desempeñaran una serie de funciones protagónicas desde recolectoras de plantas y tejedoras, hasta cazadoras y guías espirituales. Las investigaciones que tienen a corroborar esas tareas están cambiando con gran rapidez nuestra imagen del pasado.



Pringle, Heather. La nueva mujer de la Edad del Hielo. Discover en español. Mayo 1998.