jueves, 30 de diciembre de 2010
Anacarsis Klooth
Argentinos IV
En busca de la divinidad constante
sábado, 18 de septiembre de 2010
sábado, 11 de septiembre de 2010
Pero la verdadera mancha del lenguaje argentino es el voseo. La frase rioplatense está como salpicada de viruelas con esa ignominiosa fealdad. Es de veras extraño que un pueblo tan hermosamente orgulloso de su personalidad como el nuestro haya venido a singularizarse con tan calamitoso rasgo. Porque, ¡ay!, es demasiado pintoresco el voseo argentino como para fundar en él una satisfacción patriótica... Ese mazacote del pronombre vos entreverado con los enclíticos y posesivos del tú (Callate vos... Venite aquí con tu libro... A vos te hablo... Ite, que me incomodás...), constituye de por sí un atentado contra la lógica. Ni habla bien el que piensa mal ni piensa bien en que más habla. Hablar así es verdaderamente una caída en el caos. El pensamiento no puede salir incólume, a la postre. Dejar de hablar así es, al contrario, una adquisición luminosa. Bien lo sé yo. Cuando por el cariño de una venerada memoria yo adopté el tú, siendo todavía muchacho, sentí como que se aclaraba mi espíritu. Las ideas cobraban con esto sólo una mayor cohesión. El pensamiento se fortalecía y se limpiaba. Callate vos... Venite aquí con tu libro... A vos te hablo.... Ite, que me incomodás..., vinieron a ser fórmulas insensatas, ya para siempre inaguantables. Me avergonzaba de haber podido hablar así alguna vez, como hoy me avergüenza oir hablar de ese modo a mis compatriotas.
Cosa rara. Si por no caer en plebeya ruindad la gente culta de España hubo de rechazar el voseo, aquel voseo tan sonoro de los clásicos, ¿cómo es que hubimos de conservarlo en nuestra Argentina, mezclado a la más desatinada conjugación que se conozca? El nuestro fué pueblo pobre: pueblo de pastores en que hasta los amos tenían algo de pastores. Viejos nombres que ahora mismo damos a prendas nuevas del indumento denotan que las modas se demoraban mucho en llegar por aquí. Por eso llamamos media al calcetín, pollera a la falda, saco a la americana. El voseo -ese arcaísmo- es una antigualla parecida, que de puro pobres no supimos sustituir a tiempo.
Fuera de esto, ¿cómo hablaba en nuestra América, Fernández de Oviedo, por ejemplo? Pues veréis: "Martín de Muza, dicho me han que os quejáis de mí e no tenés razón. Por vuestra vida, que no murmurés de mí." Donde vemos un tenés y un murmurés de todo punto rioplatenses. Y peor que él hablaría de seguro la masa de los conquistadores. Por otra parte, podemos convencernos de que hay una época en que las formas singulares del tú y los plurales del vos se compenetran a causa de la coexistencia de ambos tratamientos. Hemos hallado, nada menos que en Covarrubias, este gazapo de conjugación: "Acomodándonos con el uso de la lengua latina, decimos tú al mismo Dios y señor nuestro dizendo: Tú, Señor, aved piedad de mí..." esto por 1610.
domingo, 8 de agosto de 2010
A comienzos del siglo XX, Argentina se contaba entre las 9 naciones más desarrolladas del planeta y alimentaba un futuro de orgullo que acrecentó la ilusión de hacer la Europa en Sudamérica. Soberbia y petulante frente a su verdadera historia y a los pardos, Argentina, sin embargo, fue empequeñeciéndose hasta dar su verdadera medida en la crisis del 2001, no más allá del tercer mundo. Mientras, por doquier los argentinos insistieron en rogar el milagro laico de sus mayores dioses o demiurgos: Evita y Maradona. Nunca se reveló la maravilla y hoy, los del Plata siguen en el papel del nº 10 que está solo frente al arco desguarnecido y manda la pelota a las tribunas. Por eso insisten en el Maradona entrenador y en la dinastía Kirchner. Por eso, tampoco han tomado en cuenta al eminente Ingenieros que dijo más o menos lo siguiente: cuando el hombre desespera de hacer cosas mejores, comienza a vivir de su pasado, como las naciones decadentes, como los templos sin fieles... A continuación, cinco textos referidos a la Argentina, los argentinos y la argentinidad.
y hasta dónde; bueno es darse
cuenta de ello".
Sarmiento
Argentinos I
La libertad hispanoamericana y la constitución de nuestras nacionalidades no fue cuestión de razas, en el sentido estricto de este vocablo. Fincó en la tierra y el ideal indianos; por eso fraternizaron en la obra todos los nativos, ya fuesen blancos de origen europeo como Alvear, semitas africanos como Falucho, o cobrizos indígenas como los aliados del ejército de Buenos Aires en el Alto Perú. Si hubiera sido cuestión de raza, los hidalgos criollos que teorizaron y propagaron la revolución habrían estado con los españoles, de quienes descendían, pues casi todos ellos mostraban ejecutoria de nobleza o prueba de sangre. Españoles eran, además, no sólo por la genealogía y el nombre, sino por el tipo, la lengua, la religión, el vestido, las costumbres y hasta las Universidades donde habían estudiado. Eran indianos sólo por la cuna y muchos lo eran en primera generación; pero eso bastó para contrarrestar, por la caracterización del ambiente o la atracción del suelo nativo, todas las influencias atávicas. Patriota como el doctor don Francisco Guruchaga, diputado por el cabildo de Salta a la Junta de 1810, era no sólo vástago de pura cepa española, sino vástago de noble alcurnia, arrancado a su tierra natal durante la infancia y llevado a España, donde estudió y vivió en el medio de las altas clases hasta 1808. En caso análogo se encontraban San Martín, Alvear y Belgrano, y casi todos los hombres célebres de la revolución. Pero convino a la política de aquel instante y a la obra docente de los publicistas que narraron su historia explotar todas las pasiones que pudieran coadyuvar a la guerra, incluso el odio al español que bullía en el ánimo del gaucho despojado por el abuso de alcaldes y corregidores, del indio explotado en la servidumbre feudal de las estancias, del mulato injuriado por el blanco, del esclavo vendido por su amo, del cholo excluido de la sociedad; y aunque muchas veces fuera ese hidalgo criollo el enemigo del gaucho en el estrado judicial, del indio en el latifundio, del mulato en la ciudad, del esclavo en la merca, del cholo en el salón -llegado el instante de la guerra se unió con ellos, en nombre de la cuna común y de la libertad indianas. Correligionarios de los liberales de América fueron los liberales de Cádiz.
La emancipación vino, al término de tres siglos, como una fatalidad geográfica, y la nueva sociedad de las Indias vio germinar aquí ideas sembradas desde los tiempos de Carlos III, mientras allá se malograron por la inepcia de Carlos IV, por el despotismo napoleónico y por la restauración de Fernando VII, a favor de todas las monarquías coligadas.
Seguir la historia de las naciones tan sólo por sus peripecias dramáticas, lleva al error en que nosotros hemos sido educados: el creer que las sociedades cambian sustancialmente apenas cambian sus instituciones políticas. Pero si buscamos la continuidad de la historia en la vida pacífica de los hogares y las almas, veréis que después de 1810 seguimos siendo tan españoles por nuestra civilización, como antes de 1810 éramos ya argentinos por nuestro territorio.
La obra de los conquistadores ha sobrevivido para nosotros en tres elementos fundamentales de nuestra constitución espiritual: el honor, que es el régimen de nuestra moral doméstica y sólida base de nuestra familia; el cristianismo, que es la norma sentimental de nuestra vida pública y base de nuestras instituciones democráticas; el castellano, que es el idioma de nuestros pensamientos y el signo intelectual de nuestras nacionalidades y su cultura. (...)
Hablo aquí de una cosa antes no dilucidada en nuestro país: la constitución espiritual del pueblo argentino.
Se equivocan asaz quieren crean que nuestro pueblo modificará su íntima constitución espiritual, porque después de 1810, España haya dejado de enviar a Buenos Aires sus virreyes, y porque después de 1910 Italia siga enviándonos su inmigración e Inglaterra sus capitales. Inmigrantes y capitales, todo será absorbido por la tierra indiana, como lo fueron antes de la Revolución las cosas y los hombres que los virreyes regían. La constitución espiritual de un pueblo -o sea su efigie interna; la fuerza inmanente de su alma colectiva; la imagen de él que le preexiste y le subsiste; aquello de que sus instituciones, sus riquezas, sus ideas, sus obras todas, no son sino transitorias encarnaciones- eso se ha detenido ya en nuestro país; y como nada se malogra en la historia, la eternidad de nuestro pasado está ya en ella, preñada de futura eternidad.
Reposa la psicología del pueblo argentino ante todo en su poderoso instinto territorial. Este es un elemento común a todos los pueblos, y es algo así como el nexo que une el suelo con la verdadera constitución espiritual del pueblo que lo habita. Por consiguiente, no podrá esclarecerse dicho instinto sino estudiando las diversas formas en que la conciencia de la propia tierra se manifestara en sus habitantes anteriores, y estudiándola a aquélla tal com hoy la poseemos. Lo primero nos liga directamente a los primitivos indígenas y hace de ellos nuestros antepasados espirituales, cualquiera que sea nuestro abolengo de sangre individual y nuestro nombre de familia. Lo segundo explicará ciertos caracteres secundarios de su psicología: así para nosotros, brotan de nuestro suelo: el valor indomable en la guerra y el optimismo generosa en la paz. Sobre ese instinto fundamental que liga un pueblo a su territorio, los siglos concluyen por definir su espíritu, como la dominación española hízolo con nosotros, dejándonos el sentido caballeresco en la familia, el sentido humanitarioi en la sociedad, y el sentido idiomático que une por la expresión lo que hay de todo ello en cada uno de nosotros, haciendo la gran alma colectiva con hálitos de nuestras almas.
Por debajo de todos ellos y de las alternativas históricas, la fuerza del indianismo, el influjo de las tierras americanas, está oculto y presente como un instinto colectivo. Por eso cuando el hidalgo criollo proclamó la emancipación en nombre de la libertad -dogma de origen europeo-, todas las muchedumbres nativas le apoyaron, porque ese dogma favorecía aquel instinto. Mas cuando casi todos los hidalgos criollos, acordándose del color de su piel y de alcurnia de sus linajes personales, quisieron apartarse de las muchedumbres nativas y usufructuar en beneficio propio la conquista amasad con la sangre del pueblo -entonces la legión gloriosa se trocó en montonera, y atropelló contra los que auspiciaban el unitarismo, o contra los que auspiciaban el "localismo" porteño en contra de la unidad argentina: Moreno contra Liniers, Dorrego contra Rivadavia, Avellaneda contra Tejedor: - fácilmente percibiréis en esas perentorias personificaciones, cuáles fueron movidas por el indianismo territorial, durante los tres periodos en que tales héroes actuaron.
Esa alma argentina brotada de nuestro territorio, cuando ya fué consciente de sí misma, consciente de su suelo, consciente de la humanidad, -llegó a pedir su sitio entre los pueblos libres agitada por un bello movimiento dramático. Los grandes actos épicos parecían hasta entonces propios de los pueblos que ya hubieran conquistado su personalidad, pero el nuestro la conquistó entre el tumulto y el brillo de sus actos heroicos; llegó flameando al viento una bandera de victorias nunca hasta entonces vista y cantando a sus huestes un himno de libertad nunca oído hasta entonces. Comenzó la jornada guerrera proclamando la igualdad de los hombres en las ruinas de Tiahuanaco, y terminóla ofreciendo a los desheredados del mundo el refugio de su tierra y el amparo de su fraternidad.
Rojas, Ricardo (1954). Blasón de plata. Buenos Aires: Losada
Un universo que pesa kilo y medio
Sabemos para qué lo tenemos y conocemos algo sobre su anatomía. Sin embargo, ¿llegará el día en que sabremos realmente todo sobre su funcionamiento?
En ciencia tratamos de responder el cómo y el por qué del mundo que nos rodea. Cuando añadimos la pregunta para qué, nos limitamos a la biología, a aquello que tiene vida. Hoy sabemos cómo se originó la Cordillera de los Andes (tectónica de placas) y por qué (la dinámica de la Tierra), pero si preguntamos para qué, salimos del campo de la ciencia.
En las últimas décadas, el avance espectacular de la tecnología nos ha permitido descubrir muchos de los mecanismos del cerebro. Hoy conocemos algunas de las regiones responsables de registrar y procesar sensaciones y controlar ciertas actividades. También sabemos algo de la física y química con que transmite la información y la velocidad a la que lo hace. Lo que no conocemos -para decirlo en términos informáticos- es su idioma, sus algoritmos ni sus protocolos. En otras palabras, no sabemos cómo lo hace.
La descripción anatómica del cerebro requeriría muchas páginas, pero algunas cifras pueden ayudar. La televisión nos ha familiarizado con la forma del cerebro, su aspecto de nuez de superficie corrugada y posición en el cráneo. Es un órgano que pesa aproximadamente 1,5 kilos y su volumen es de 1.600 cm3 (un poquito más que dos botellas de whisky de 750 cm3) y contiene cerca de un millón de millones (con 12 ceros) de células. En su mayoría son neuronas, que describiremos más abajo, conectadas entre sí. Se calcula que el total de estas interconexiones llega al trillón, una cifra con 18 ceros.
El cerebro consume entre un 20 a 25% de la energía de nuestro cuerpo. En un infante en crecimiento el consumo llega al 60% de la energía. Como dato interesante para los machistas, en promedio, el cerebro masculino tiene un 4% más de células y pesa 100 g más que el femenino.
Sin embargo, no será de gran consuelo, porque esta diferencia no se refleja en la inteligencia, como el tamaño y el peso de una computadora no refleja su capacidad de procesamiento. Son las conexiones y su eficiencia de comunicación lo que determina el nivel de eficacia del cerebro... o al menos eso creemos.
Los cientos de miles de millones de células nerviosas o neuronas forman la llamada materia gris. Cada neurona tiene forma globular y los órganos (núcleo, mitocondria, etc.) comunes a todas las células, pero además tiene una fibra larga (**), llamada axón, encargada de llevar las señales. El axón está forrado con una sustancia llamada mielina, que forma la masa blanca del cerebro. Además del axón, cada neurona tiene una serie de fibras que salen hacia el exterior, como las ramas de un árbol, llamadas dendritas. Estas ramificaciones se aproximan, sin llegar a tocar las otras neuronas.
El punto donde se encuentran dos dendritas se llama sinapsis y este minúsculo espacio, de dos cienmilésimas de milímetro, es el llamado sinapsis, por donde se comunican las neuronas. A través de los sinapsis se llevan a cabo todos los intercambios de información e instrucciones con las que el cerebro lleva a cabo sus funciones. Sentimos, pensamos y actuamos en función de las comunicaciones entre neuronas.
Las células del cerebro están rodeadas por agua salada, que también contienen en su interior. Esta agua, además de cloruro de sodio (sal común), tiene cloruro de potasio, de calcio y otras sales. Las moléculas de sales tienen carga eléctrica (están ionizadas) con diferente potencia entre el interior y el exterior de la célula. La membrana impermeable que rodea todas las células contiene millones de moléculas de proteínas que actúan como poros de diversas formas. A través de estos poros ciertas sustancias pueden ingresar a la célula o salir de ella.
El paso de iones a través de las membranas inicia el impulso a lo largo del axón de la neurona, pudiendo alcanzar hasta 800 impulsos por segundo. Estos impulsos emiten al extremos del axón sustancias conocidas como neurotransmisores. La dopamina, la acetilcolina y la noradrenalina son algunos de los neurotransmisores más conocidos, de los más de 20 identificados. Como su nombre lo indica, estas sustancias transmiten una señal a través del sinapsis a otra célula.
La velocidad de los impulsos y variedad de neurotransmisores y receptores (proteínas en la membrana de la célula) da una idea del número de posibles señales. Si añadimos la cantidad de conexiones, la complejidad es astronómica. Imaginemos a cada neurona como un frondoso árbol cuyos cientos de ramas apuntan al lado opuesto de las raíces. Imaginemos una habitación en la cual hay árboles creciendo en el piso, en el cielo raso y en todas las paredes, de modo que todas las copas coinciden en el centro. Las posibles conexiones entre en las ramas nos dan una idea de lo que es cada pequeño espacio del cerebro.
Hoy conocemos con bastante aproximación el sistema electroquímico de comunicación entre neuronas. También sabemos que hay neuronas de varias formas. Por el efecto de diferentes lesiones cerebrales, luego por los electroencefalogramas y tomografía por emisión de protones (PET) se ha identificado la función de ciertas regiones del cerebro. Por ejemplo, sabemos que es el "cortex visual" el que procesa lo que vemos y donde se procesa el lenguaje, o al menos parte de él. También conocemos las células que convierten estímulos externos (imagen, sonido, temperatura, presión, aceleración) en señales al cerebro.
Estos conocimientos han permitido hacer un mapa tentativo de ciertas regiones del cerebro y el tráfico entre ellas. Se ha diseñado ingeniosos experimentos para deducir cómo procesa el cerebro ciertas imágenes, al menos qué aspectos prioriza. Cada vez que se descubre algo sobre el funcionamiento del cerebro se abren nuevas interrogantes y se evidencia más su complejidad. Es posible que tengan razón quienes postulan la imposibilidad de descifrar el cerebro, aun juntando los mejores cerebros. Sin embargo, seguimos tratando y lo que se descubre en el camino muchas veces tiene aplicación en la medicina y algunas hasta en la informática.
** El axón puede alcanzar más de un metro de largo.
miércoles, 28 de julio de 2010
Qué sabemos del cerebro
El premio Nobel de Fisiología lo recibieron este año tres investigadores del cerebro. El Dr. Arvid Carson de Suecia descubrió que la dopamina es un neurotransmisor. Los doctores Paul Greengard y Eric Kandel, ambos de Nueva York, dieron pasos cruciales para el entendimiento de los sinapses y los procesos de aprendizaje y memoria. Gracias a ellos, y muchos otros, hoy el estudio del cerebro ha entrado en una nueva etapa.
Aunque hoy nos parezca evidente, recién en el siglo II el cerebro fue identificado -por Galeno- como el órgano del pensamiento. Pasaron 14 siglos hasta que Thomas Willis publico la "Anatomía del Cerebro", un tratado ilustrado por Christopher Wren, considero el primero de su índole. Casi 130 años más tarde, Luigi Galvani, experimentando con patas de rana, demostró la relación entre la electricidad y la acción de los nervios. A principios del siglo XIX se planteó que diversas regiones del cerebro desempeñan funciones específicas. En el año 1898, cerca de Vermont, en el noreste de los EE.UU., un joven capataz del ferrocarril, Phineas Gage, sufrió un accidente: una barra de acero le atravesó la cabeza perforándole el cerebro de lado a lado. La barra fue extraída y Gage sobrevivió, aparentemente ileso, pero cambió totalmente de personalidad. De ser una persona afable con gran sentido de responsabilidad, sin perder sus facultades intelectuales, se volvió irresponsable y violento. El caso de Gage fue estudiado por los científicos más eminentes de su época y dio lugar a una serie de especulaciones en cuanto a las funciones del cerebro.
No había duda de que el cerebro está íntimamente ligado a la conducta y al conocimiento, pero no había indicios sobre cómo funcionaba. Recién a principios de este siglo el genial anatomista español Santiago Ramón y Cajal abrió el camino al conocimiento del cerebro. Ramón y Cajal identificó células individuales del cerebro, que llamó neuronas, capaces de enviar mensajes a través de uniones llamadas sinapses, con lo que dio inicio a la neurología moderna.
También a principios de siglo se descubrió que las neuronas tienen potencial eléctrico, el que se altera por el paso de iones (átomos con carga eléctrica) de potasio, sodio y cloro. Esta serie de descubrimientos dieron a los neurólogos la esperanza de eventualmente entender cómo opera el cerebro a nivel celular. En los años 40 se pudo explicar el movimiento de los iones a través de las membranas celulares, pero la transmisión de mensajes entre neuronas también tiene un componente químico, lo que fue demostrado recién en los años 50. En las siguientes dos décadas los investigadores identificaron que son los neurotransmisores los responsables de los mensajes interneuronales. Durante esos años fueron identificados diversos aminoácidos y otras moléculas como transmisores químicos. Además de la acetilcolina, se descubrió la glicina, serotonina, glutamato, GABA, dopamina y la norepinefrina. Hoy se conocen unas 100 moléculas que actúan como neurotransmisores. También se descubrió que no todas actúan directamente, que algunos neurotransmisores modifican la acción de otros y en ciertos casos el mensaje final es eléctrico.
Otro aspecto del cerebro, basado en el descubrimiento de Ramón y Cajal y que había quedado sin respuesta, era la forma en que las neuronas desarrollan sus conexiones. Miles de millones de conexiones cumplen funciones específicas y no son producto de un crecimiento casual. La primera idea de esto proceso la obtuvieron los científicos en los años 40 estudiando el sistema visual de ranas y salamandras. Descubrieron que los nervios del ojo, cuando son cortados, se regeneran y los axones (brazos de las neuronas) encuentran sus conexiones originales.
Mientras los biólogos moleculares iban descifrando la actividad electroquímica de las neuronas, los neurólogos trataban de ubicar las funciones del cerebro. A partir del accidente de Phineas Gage, y el estudio de otros pacientes con lesiones cerebrales, se llegó a la conclusión de que ciertas funciones mentales están ubicadas en zonas específicas del cerebro. En 1957, un paciente identificado con las iniciales H.M. permitió a la Dra. Brenda Milner ubicar ciertas funciones de la memoria en el lóbulo temporal. Al año siguiente neurólogos suecos descubrieron que la enfermedad de Parkinson está ligada a la dopamina y ubicaron su origen en una región determinada del cerebro.
Una serie de experimentos con monos, gatos y ratones permitieron asociar directamente zonas específicas del cerebro con la percepción visual. Para sorpresa de los neurólogos se descubrió que la visión está dividida en funciones, y que diversas formas se registran en lugares especificos del cerebro. Los electroencefalogramas ayudaron a ubicar regiones de la actividad cerebral, pero recién en 1990 cuando Segi Ogawa logró crear imágenes de la actividad mental por resonancia magnética (PET), pudo estudiar el cerebro en actividad sin invadirlo. A partir de entonces se aceleró la identificación de las funciones de diversas regiones del cerebro.
El conjunto de estos descubrimientos, principalmente en la segunda mitad de este siglo, nos ha dado una visión del cerebro que nadie soñó alcanzar en la época de Ramón y Cajal. Paralelamente, los genetistas han descubierto la causa de ciertas enfermedades neurológicas en los genes defectuosos, como en la enfermedad de Huntington.
Al acabar el siglo XX, los neurólogos cuentan con un mapa parcial de las funciones cerebrales y con conocimientos de biología molecular sobre el funcionamiento de su inmensa red de conexiones. Sin embargo, a medida que se descubren nuevas funciones y mecanismos, resulta evidente la asombrosa complejidad del sistema. Tal vez el aspecto menos conocido y más importante es la capacidad del cerebro de modificarse, adquiriendo información, guardándola en la memoria para luego recabarla y darle uso. Este es el proceso de aprendizaje y alteración de la conducta de acuerdo a las circunstancias, que distingue a los seres pensantes y que estamos aún muy lejos de entender.
martes, 27 de julio de 2010
Poco después de realizar el primer trasplante de corazón del mundo, Christian Barnard declaró que el trasplante de cerebro era inverosímil, en un futuro próximo, pues la naturaleza del tejido del sistema nervioso central (que incluye el cerebro) hacía virtualmente imposible tal operación. Añadió el famoso cirujano que ni siquiera el caso de que fuera técnicamente factible podría hablarse realmente de trasplante del cerebro humano, pues lo que se haría en realidad sería proporcionar al cerebro un cuerpo nuevo. En consecuencia, tal operación sería un trasplante de cuerpo, no un trasplante de cerebro.
Esta distinción semántica indica claramente el puesto único del sistema nervioso entre todos los demás componentes del organismo humano. Representa el "yo" del individuo, mientras que los demás sistemas sólo representan funciones biológicas. Un cirujano puede cambiar el corazón, el hígado o el pulmón de un individuo, o hacerle un trasplante óseo o epidérmico, sin alterar su naturaleza esencial. Pero no puede decirse lo mismo en el caso de trasplante de cerebros. El receptor se consideraría, sin duda alguna, como el donante equipado con un cuerpo nuevo.
La explicación de Christian Barnard expresa algo que pocos estamos dispuestos a aceptar: que la masa de materia gris, húmeda y gelatinosa llamada cerebro es una y la misma cosa que nuestro yo consciente. Es a la vez mente y cuerpo, el órgano más importante del organismo vivo.
La neurona, unidad básica del sistema nervioso, es quizá la más interesante de todas las células vivas. Es, por una parte, una unidad eléctrica que (en la mayoría de los casos) o está conectada y en acción, o desconectada, sin presentar estados intermedios, y que produce su propia corriente a partir de un potencial de energía constantemente disponible. Cuando actúa, la neurona conduce un impulso eléctrico, el "impulso nervioso", a lo largo de una fibra llamada "axón". Por otra parte, la neurona es una unidad química, y cuando se transmite un impulso nervioso de una célula a otra célula (o a un músculo o una glándula), la transmisión momentánea constituye de modo general un fenómeno químico más que un fenómeno eléctrico. La actividad química tiene lugar en un complejo órgano de contacto, la "sinapsis" entre el axón de la célula transmisora y el cuerpo o una "dendrita" de la célula receptora. Las dendritas son las diversas prolongaciones (además de la neurita, axón o cilindroeje) del cuerpo celular. Lo que ocurre en la sinapsis determina el desarrollo del importantísimo proceso de comunicación entre las neuronas.
Con escasas excepciones, las células nerviosas, muy variadas, son microscópicas, a pesar de que en algunos casos sus neuritas ultrafinas llegan a medir varios decímetros. Estas minúsculas dimensiones se hacen patentes si pensamos que el cerebro humano de diez a doce mil millones de neuronas, todas las cuales están envueltas en otro tipo de células, las células "neuróglicas", que las superan en número. Incluso un nervio que corre a lo largo del cuerpo consiste en un manojo de fibras de células nerviosas, axones, y en un nervio único, que puede imaginarse como una línea telefónica principal, puede haber 100.000 fibras, siendo cada una de ellas la extensión de una neurona.
Todas estas células, que suman tres o cuatro veces el número de habitantes de la tierra, funcionan en armonía para dirigir el mecanismo electroquímico de un sistema infinitamente complejo de información y de control que decide lo que cada ser humano es en conjunto. Su poder más notable y misterioso es algo que todos aceptamos despreocupadamente: el poder de almacenar una asombrosa cantidad de información y recordarla a voluntad. El maravilloso proceso de la memoria puede verse en el hombre de ochenta o noventa años que relata los detalles de una experiencia vivida a los seis. Estremece, por ejemplo, el caso de un albañil que fue capaz, bajo hipnosis, de describir todas las muescas y vetas de un ladrillo que había colocado en una pared hacía veinte años. Hace varias décadas, los científicos estimaban que en setenta años de vida el cerebro humano, solo en estado de vigilia, recibe, y posiblemente almacena, unos quince billones de "bitios" de información (un bitio es la unidad más pequeña de información de un aparato de registro, como, por ejemplo, un computador). Pero esto no es más que un simple dato estadístico que difícilmente puede reflejar la naturaleza mágica de la memoria, cuyas funciones apenas hemos empezado a comprender, a pesar de que es primordial para todas las capacidades humanas.
Los investigadores descubrieron que las células nerviosas no se ajustan a ninguna descripción, sino que adoptan una amplia variedad de complejas formas geométricas y dimensiones. Sin embargo, hay características comunes. Toda célula tiene un cuerpo central, el "perikarion". Dentro de él se encuentra el centro metabólico que proporciona lo necesario para el propio mantenimiento de la célula y para satisfacer sus necesidades funcionales. Muchos de los elementos internos, los "organículos", que realizan el trabajo, son estructuras que se hallan en otros tipos de células vivas: las mitocondrias y los complejos de Golgi son dos ejemplos. Una de las principales tareas del perikarion es la síntesis de carbohidratos, líquidos, y, sobre todo, proteínas. "El significado biológico de las proteínas no necesita subrayados", explica un libro de texto de bioquímica. "Si podemos considerar a los carbohidratos y a los lípidos los combustibles del horno metabólico, debemos considerar que las proteínas forman no sólo el aparato estructural, sino también los mecanismos y palancas de la maquinaria operadora. De hecho, arriesgándonos a llevar a extremos la analogía, debemos considerar a las hormonas proteínicas (que actúan como reguladoras del metabolismo), como la alta dirección que proyecta la política de la empresa".
En resumen, la misión de recepción y transmisión de una célula nerviosa puede ser algo muy complejo. Como acabamos de ver al analizar las entradas celulares, cientos o miles, con mensajes bien inhitorios, bien excitatorios, pueden incidir en una sola célula cuya misión es a su vez inhibitoria o excitatoria. Si se activa un impulso en la célula receptora, la actividad eléctrica recorre el axón y es distribuida a través de sus ramas. Cada una de estas llega luego a una sinapsis entre varias otras (inhibitorias y excitatorias) que forman las entradas de otra célula, que es también por su parte inhibitoria o excitatoria. Tal complejidad desafía la capacidad de comprensión si se recuerda que el sistema nervioso central del hombre contiene suficientes conexiones sinápticas como para ligar diez o doce mil millones de células nerviosas. Incluso zonas funcionales independientes como el ojo, desafían cualquier intento de imaginar el intrincado circuito. La retina depende de unos 130 millones de células receptoras, y las fibras que conducen al cerebro son aproximadamente un millón.
sábado, 12 de junio de 2010
El misterio de la mente (IV)
martes, 18 de mayo de 2010
Vivimos en un siglo más sutil; pero no parece que los argumentos básicos cambien jamás. La torpeza del índice craneano fue reemplazada por la complejidad de los tests de inteligencia. Los signos de criminalidad innata ya no se buscan en notorios estigmas anatómicos, sino en criterios propios del siglo XX: en los genes y en delicadas estructuras cerebrales.
A mediados de la década de 1960 empezaron a publicarse artículos donde se establecía una relación entre una anomalía cromosómica de los varones denominada XYY, y la conducta violenta y criminal. (Los varones normales reciben un solo cromosoma X de sus madres y un cromosoma Y de sus padres; las hembras normales reciben un solo cromosoma X de cada uno de sus padres. Puede suceder que un niño reciba dos cromosomas Y de su padre. Los varones XYY se parecen a los varones normales, pero su altura suele ser un poco superior a la media, su piel presenta ciertos defectos y, en promedio -aunque sobre esto no existe consenso-, tienden a obtener resultados algo inferiores en los tests de inteligencia.) Sobre la base de un reducido número de observaciones y relatos anecdóticos acerca de unos pocos individuos XYY, y de la elevada presencia de dicha clase de individuos en instituciones mentales concebidas para la reclusión de delincuentes con deficiencias mentales, se urdió una historia acerca de unos cromosomas que determinarían la conducta criminal. La historia saltó al dominio público cuando los abogados defensores de Richard Speck, asesino de ocho estudiantes de enfermería de Chicago, intentaron atenuar su condena afirmando que se trataba de un XYY. (En realidad, es un varón XY normal.) La revista Newsweek publicó un artículo titulado "Criminales congénitos", y la prensa difundió innumerables notas acerca de la última reencarnación de Lombroso y sus estigmas. Entretanto, la investigación académica recogió el tema, y hasta el momento se han escrito cientos de artículos sobre las consecuencias comportamentales de ser un XYY. Un grupo bienintencionado, pero, en mi opinión, ingenuo, de médicos bostonianos empezaron a desarrollar un vasto programa de selección entre niños recién nacidos. Esperaban poder probar la existencia, o inexistencia, de una vinculación entre el hecho de ser un XYY y el de comportarse en forma agresiva, basándose en una vigilancia del desarrollo de una amplia muestra de niños dotados de dicha constitución cromosómica. Pero, ¿la predicción misma no asegura su propio cumplimiento? Porque los padres estaban al corriente, y las precauciones experimentales más extremas son incapaces de hacer frente a los informes de la prensa y a las inferencias que los padres preocupados extraen del comportamiento agresivo que de vez en cuando todo niño manifiesta. Y qué decir de la angustia de los padres, sobre todo si la correlación entre ambos fenómenos resulta falsa, como todo parece indicar.
En la actualidad, ha quedado en evidencia el carácter mítico de la historia de la constitución cromosómica XYY como estigma de criminalidad (Borgaonkar and Shah, 1974; Pyeritz et. al., 1977). Estos dos estudios revelan los defectos metodológicos elementales de que adolecen la mayoría de los trabajos que afirman la existencia de una vinculación entre la constitución cromosómica XYY y la criminalidad. El número de varones XYY internados en instituciones mentales para delincuentes parece ser mayor que el normal, pero no hay pruebas seguras acerca de una eventual presencia elevada de los mismos en las cárceles comunes. Un máximo del 1% de los varones XYY norteamericanos pueden pasar parte de su vida en este tipo de instituciones mentales. Sumándole la cantidad de dichos individuos que pueden ser internados en cárceles comunes con la misma frecuencia que los varones XY normales, Chorover (1979) calcula que un 96% de los varones XYY llevan una vida ordinaria y nunca atraen la atención de las autoridades penales. ¡Vaya porción relativamente elevada de individuos XYY en instituciones mentales para delincuentes guarde relación alguna con la existencia de niveles elevados de agresividad innata.
Otros científicos han atribuido la conducta criminal al mal funcionamiento de áreas específicas del cerebro. Después de los grandes disturbios ocurridos en los ghettos negros durante el verano de 1967, tres médicos escribieron una carta al prestigioso Journal of the American Medical Association, en la que decían lo siguiente (citado en Chorover, 1979): Es importante advertir que sólo un pequeño número de entre los millones de habitantes de los barrios bajos participaron en los disturbios, y que sólo una fracción de los mismos cometieron actos incendiarios, lanzaron disparos y perpetraron asaltos. Ahora bien, si la única causa y factor desencadenante de los disturbios fuesen las condiciones de vida en esos barrios, ¿cómo la amplia mayoría de sus habitantes podría resistir entonces la tentación de la violencia desenfrenada? ¿Acaso hay algo en el violento que lo distingue de sus vecinos pacíficos?