domingo, 8 de agosto de 2010


Argentinos



A comienzos del siglo XX, Argentina se contaba entre las 9 naciones más desarrolladas del planeta y alimentaba un futuro de orgullo que acrecentó la ilusión de hacer la Europa en Sudamérica. Soberbia y petulante frente a su verdadera historia y a los pardos, Argentina, sin embargo, fue empequeñeciéndose hasta dar su verdadera medida en la crisis del 2001, no más allá del tercer mundo. Mientras, por doquier los argentinos insistieron en rogar el milagro laico de sus mayores dioses o demiurgos: Evita y Maradona. Nunca se reveló la maravilla y hoy, los del Plata siguen en el papel del nº 10 que está solo frente al arco desguarnecido y manda la pelota a las tribunas. Por eso insisten en el Maradona entrenador y en la dinastía Kirchner. Por eso, tampoco han tomado en cuenta al eminente Ingenieros que dijo más o menos lo siguiente: cuando el hombre desespera de hacer cosas mejores, comienza a vivir de su pasado, como las naciones decadentes, como los templos sin fieles... A continuación, cinco textos referidos a la Argentina, los argentinos y la argentinidad.


"¿Argentinos? Desde cuándo

y hasta dónde; bueno es darse

cuenta de ello".

Sarmiento


Argentinos I

La libertad hispanoamericana y la constitución de nuestras nacionalidades no fue cuestión de razas, en el sentido estricto de este vocablo. Fincó en la tierra y el ideal indianos; por eso fraternizaron en la obra todos los nativos, ya fuesen blancos de origen europeo como Alvear, semitas africanos como Falucho, o cobrizos indígenas como los aliados del ejército de Buenos Aires en el Alto Perú. Si hubiera sido cuestión de raza, los hidalgos criollos que teorizaron y propagaron la revolución habrían estado con los españoles, de quienes descendían, pues casi todos ellos mostraban ejecutoria de nobleza o prueba de sangre. Españoles eran, además, no sólo por la genealogía y el nombre, sino por el tipo, la lengua, la religión, el vestido, las costumbres y hasta las Universidades donde habían estudiado. Eran indianos sólo por la cuna y muchos lo eran en primera generación; pero eso bastó para contrarrestar, por la caracterización del ambiente o la atracción del suelo nativo, todas las influencias atávicas. Patriota como el doctor don Francisco Guruchaga, diputado por el cabildo de Salta a la Junta de 1810, era no sólo vástago de pura cepa española, sino vástago de noble alcurnia, arrancado a su tierra natal durante la infancia y llevado a España, donde estudió y vivió en el medio de las altas clases hasta 1808. En caso análogo se encontraban San Martín, Alvear y Belgrano, y casi todos los hombres célebres de la revolución. Pero convino a la política de aquel instante y a la obra docente de los publicistas que narraron su historia explotar todas las pasiones que pudieran coadyuvar a la guerra, incluso el odio al español que bullía en el ánimo del gaucho despojado por el abuso de alcaldes y corregidores, del indio explotado en la servidumbre feudal de las estancias, del mulato injuriado por el blanco, del esclavo vendido por su amo, del cholo excluido de la sociedad; y aunque muchas veces fuera ese hidalgo criollo el enemigo del gaucho en el estrado judicial, del indio en el latifundio, del mulato en la ciudad, del esclavo en la merca, del cholo en el salón -llegado el instante de la guerra se unió con ellos, en nombre de la cuna común y de la libertad indianas. Correligionarios de los liberales de América fueron los liberales de Cádiz.


La emancipación vino, al término de tres siglos, como una fatalidad geográfica, y la nueva sociedad de las Indias vio germinar aquí ideas sembradas desde los tiempos de Carlos III, mientras allá se malograron por la inepcia de Carlos IV, por el despotismo napoleónico y por la restauración de Fernando VII, a favor de todas las monarquías coligadas.

Seguir la historia de las naciones tan sólo por sus peripecias dramáticas, lleva al error en que nosotros hemos sido educados: el creer que las sociedades cambian sustancialmente apenas cambian sus instituciones políticas. Pero si buscamos la continuidad de la historia en la vida pacífica de los hogares y las almas, veréis que después de 1810 seguimos siendo tan españoles por nuestra civilización, como antes de 1810 éramos ya argentinos por nuestro territorio.



La obra de los conquistadores ha sobrevivido para nosotros en tres elementos fundamentales de nuestra constitución espiritual: el honor, que es el régimen de nuestra moral doméstica y sólida base de nuestra familia; el cristianismo, que es la norma sentimental de nuestra vida pública y base de nuestras instituciones democráticas; el castellano, que es el idioma de nuestros pensamientos y el signo intelectual de nuestras nacionalidades y su cultura. (...)

Hablo aquí de una cosa antes no dilucidada en nuestro país: la constitución espiritual del pueblo argentino.

Se equivocan asaz quieren crean que nuestro pueblo modificará su íntima constitución espiritual, porque después de 1810, España haya dejado de enviar a Buenos Aires sus virreyes, y porque después de 1910 Italia siga enviándonos su inmigración e Inglaterra sus capitales. Inmigrantes y capitales, todo será absorbido por la tierra indiana, como lo fueron antes de la Revolución las cosas y los hombres que los virreyes regían. La constitución espiritual de un pueblo -o sea su efigie interna; la fuerza inmanente de su alma colectiva; la imagen de él que le preexiste y le subsiste; aquello de que sus instituciones, sus riquezas, sus ideas, sus obras todas, no son sino transitorias encarnaciones- eso se ha detenido ya en nuestro país; y como nada se malogra en la historia, la eternidad de nuestro pasado está ya en ella, preñada de futura eternidad.




Reposa la psicología del pueblo argentino ante todo en su poderoso instinto territorial. Este es un elemento común a todos los pueblos, y es algo así como el nexo que une el suelo con la verdadera constitución espiritual del pueblo que lo habita. Por consiguiente, no podrá esclarecerse dicho instinto sino estudiando las diversas formas en que la conciencia de la propia tierra se manifestara en sus habitantes anteriores, y estudiándola a aquélla tal com hoy la poseemos. Lo primero nos liga directamente a los primitivos indígenas y hace de ellos nuestros antepasados espirituales, cualquiera que sea nuestro abolengo de sangre individual y nuestro nombre de familia. Lo segundo explicará ciertos caracteres secundarios de su psicología: así para nosotros, brotan de nuestro suelo: el valor indomable en la guerra y el optimismo generosa en la paz. Sobre ese instinto fundamental que liga un pueblo a su territorio, los siglos concluyen por definir su espíritu, como la dominación española hízolo con nosotros, dejándonos el sentido caballeresco en la familia, el sentido humanitarioi en la sociedad, y el sentido idiomático que une por la expresión lo que hay de todo ello en cada uno de nosotros, haciendo la gran alma colectiva con hálitos de nuestras almas.


Por debajo de todos ellos y de las alternativas históricas, la fuerza del indianismo, el influjo de las tierras americanas, está oculto y presente como un instinto colectivo. Por eso cuando el hidalgo criollo proclamó la emancipación en nombre de la libertad -dogma de origen europeo-, todas las muchedumbres nativas le apoyaron, porque ese dogma favorecía aquel instinto. Mas cuando casi todos los hidalgos criollos, acordándose del color de su piel y de alcurnia de sus linajes personales, quisieron apartarse de las muchedumbres nativas y usufructuar en beneficio propio la conquista amasad con la sangre del pueblo -entonces la legión gloriosa se trocó en montonera, y atropelló contra los que auspiciaban el unitarismo, o contra los que auspiciaban el "localismo" porteño en contra de la unidad argentina: Moreno contra Liniers, Dorrego contra Rivadavia, Avellaneda contra Tejedor: - fácilmente percibiréis en esas perentorias personificaciones, cuáles fueron movidas por el indianismo territorial, durante los tres periodos en que tales héroes actuaron.

Esa alma argentina brotada de nuestro territorio, cuando ya fué consciente de sí misma, consciente de su suelo, consciente de la humanidad, -llegó a pedir su sitio entre los pueblos libres agitada por un bello movimiento dramático. Los grandes actos épicos parecían hasta entonces propios de los pueblos que ya hubieran conquistado su personalidad, pero el nuestro la conquistó entre el tumulto y el brillo de sus actos heroicos; llegó flameando al viento una bandera de victorias nunca hasta entonces vista y cantando a sus huestes un himno de libertad nunca oído hasta entonces. Comenzó la jornada guerrera proclamando la igualdad de los hombres en las ruinas de Tiahuanaco, y terminóla ofreciendo a los desheredados del mundo el refugio de su tierra y el amparo de su fraternidad.




Rojas, Ricardo (1954). Blasón de plata. Buenos Aires: Losada



Blasón de Plata fue publicado en 1910 por "La Nación", como ofrenda a la patria en su Centenario; M. García lo reeditó en 1912 y J. Roldán en 1922 en la serie titulada "Obras de Ricardo Rojas".

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