viernes, 11 de mayo de 2012

Darwinismo III


Los seres vivos y los mecanismos creados artificialmente sólo presentan semejanza entre sí cuando se los considera como acabados, sin pensar en su origen, pero en cuanto se plantea este problema, aparece con claridad una diferencia fundamental entre la máquina y el organismo, y resulta desde todo punto de vista evidente que se trata de dos sistemas que difieren cualitativamente entre sí.

Esta comprobación se explica por el hecho de que el origen de la vida y la aparición de las máquinas han tenido lugar históricamente en periodos de la evolución de la materia muy alejados uno del otro.

Podemos indicar las etapas esenciales de esa evolución de la formación de la tierra hasta nuestros días. Durante las primeras centenas de millones o miles de millones de años de su existencia, nuestro planeta era inanimado, y todos los procesos que se desarrollaban en él obedecían únicamente a las leyes físicas y químicas. Esa etapa de la evolución de la tierra puede ser llamada etapa inorgánica o abiogenética. Luego apareció la vida en la tierra y comenzó una nueva etapa, biológica, de la evolución. Entonces, a las antiguas leyes físicas y químicas se agregaron las biológicas, que adquirieron una importancia primordial en la evolución progresiva de los seres vivientes. En la cúspide de esa evolución se sitúa la aparición del hombre, que inauguró una tercera etapa, social, de evolución. Las leyes biológicas pasaron a segundo plano, y las de la evolución de la sociedad humana adquirieron un papel predominante.

Con el comienzo de cada nueva etapa, con cada nueva forma de movimiento de la materia, se aceleraron las cadencias de su evolución, y este hecho tiene una importancia muy particular. Si el periodo abiogenético de la existencia de la tierra se prolongó durante varios miles de millones de años, las modificaciones decisivas de la evolución biológica sólo necesitaron centenares, e inclusive decenas de millones de años. La evolución del hombre apenas ocupó un millón de años. Las transformacoines sociales, a su vez, ses efectuaron durante varios milenios o varios siglos solamente, pero en la época actual comprobamos, en pocos decenios, cambios esenciales en la sociedad humana.

No cabe duda de que el hombre no cambió mucho, en términos biológicos, desde Aristóteles, pero desde hace apenas un centenar de años adquirió un asombroso poder sobre la naturaleza. Puede desplazarse sobre la tierra con más velocidad que un ciervo, nadar mejor que pez alguno y volar a más velocidad y más lejos que ningún ave. Y ello no se debe al hecho de que haya obtenido alas, aletas natatorias y branquias durante ese periodo. El poder adquirido por el hombre es el resultado de una evolución social, no biológica. Las máquinas, en particular, que desmpeñan un papel especial en la domesticación de las fuerzas de la naturaleza por el hombre, son el fruto de esa evolución, pues el hombre sólo pudo crearlas asimilando la experiencia secular de las generaciones precedentes, y sólo sobre la base de la vida social.

Por lo tanto, las máquinas no son simplemente sistemas orgánicos que funcionan según las leyes físicas y químicas. Han surgido de la forma social del movimiento de la materia, superior a la forma biológica. Por eso no podemos entender su verdadera naturaleza si no estudiamos su origen.


Oparin, A. (1984). El origen y la evolución de la vida. México: Cartago 
Imágenes: nodo50.org, buddhachannel.tv