jueves, 31 de diciembre de 2009

El gato Jeremías, jefe forestal

El gato está en convivencia cercana al ser humano desde hace unos 9 500 años. Esta asociación ha llevado a que ocupe un lugar importante en la mitología y leyendas de diversas culturas, incluyendo la egipcia, escandinava, china y japonesa. Debido a sus costumbres y hábitos, el gato ha sido identificado con la independencia, la astucia, la limpieza y la elegancia.




Hubo una vez, no hace mucho tiempo, un viejo campesino que tenía un gato al cual no quería nada. En su juventud el animal le había prestado grandes servicios, porque cazaba ratones como nadie. Pero, con la edad, aquel gato, buen luchador en otra época -incluso había perdido una oreja y no era agradable de ver-, con la edad, repito, se había vuelto muy indolente. Más de una vez el viejo campesino lo había sorprendido contemplando, con ojos llenos de indiferencia, a un ratón que se paseaba con descaro a pocos pasos de donde él se encontraba.

El viejo campesino decidió desembarazarse de él y sustituirlo por un gatito. No quiso matarlo, pero tomó un saco, metió en él al gato y se lo echó al hombro; después, se encaminó al bosque. Anduvo largo rato bajo el sol de aquel mes de abril, y cuando creyó que ya estaba lejos de su isba, arrojó el saco entre los árboles.

Hecho esto, sin preocuparse en absoluto, regresó a su casa y, a cambio de un poco de tabaco, un vecino le dio un gatito pelirrojo muy simpático. Contentísimo, se instaló con su nuevo michino ronroneante junto a la estufa y, según mis noticias, es muy posible que allí sigan todavía. Pero no son ellos quienes nos interesan, sino sólo aquel gato que se debatía en su saco en medio del bosque.



La caída del saco había sido amortiguada por los matorrales, y el gato cayó de cuatro patas sin más daño que el susto. "Este viaje por los aires, esta voltereta y este porrazo significan que voy a cambiar de vida -se dijo-. Muy bien, hay que cambiar de vida de vez en cuando". Y se desperezó a conciencia. "El mundo es muy grande -se dijo-, más grande que el pueblo. Iré de exploración".

Anduvo largo rato, y llegó a una vieja cabaña que había pertenecido a un leñador. Estaba deshabitada desde hacía muchos años, y el gato la convirtió en su domicilio. En el granero encontró un poco de heno. "He aquí una buena cama", se dijo. Y se hizo un ovillo y se durmió. "La vivienda no es mala -se dijo-, pero he de buscarme comida. En el pueblo me alimentaba mi amo. Yo cazaba por gusto. Todo tiene que ser como antes. Un personaje de mi categoría no debe trabajar".

Salió a darse un paseo por el bosque. Fue entonces cuando encontró a una joven zorra muy bonita, muy alegre y un poco locuela como muchas jovencitas. Cuando vio al gato se quedó estupefacta.



- Pensar que he vivido -se dijo la zorra- todos estos años en el bosque y que hasta hoy no he conocido a un animal como este... ¡Qué animal tan extraño! ¡Qué piel más lustrosa! Y solamente tiene una oreja. Pero eso no importa. ¡Es muy hermoso!

Se adelantó hacia el gato, se inclinó ante él y le habló así:
- Decidme, señor, ¿quién sois? ¿Qué afortunada casualidad os ha traído a nuestros bosques? ¿Qué nombre debo dar a Su Excelencia?

El gato curvó el espinazo, erizó la cola y dijo con voz lenta y muy tranquilo:
-Vengo de los lejanos bosques de Siberia. Soy el nuevo jefe forestal. Mi nombre es Gato Jeremías Ivanovich.
- ¡Gato Jeremías Ivanovich! -exclamó la hermosa zorra haciendo reverencias-. Lo ignoraba. Suplico a Su Excelencia que me perdone. ¿Me concederia Su Excelencia el honor de visitar mi humilde morada?
- Con mucho gusto -dijo el gato-. Y ¿cómo te llamas?
- Mi nombre, Excelencia, es Lisabeta Ivanovna.
- Os acompañaré, Lisabeta -repuso el gato.

Partieron juntos y llegaron a la madriguera de la zorra. Era muy confortable y estaba muy limpia. El gato se tendió en el mejor sitio, mientras Lisabeta Ivanovna, la pequeña y bonita zorra, se afanaba preparando el té y pastas con miel.
En tanto trabajaba en la cocina, quitaba el polvo con la cola y miraba al gato. Por último, dijo tímidamente:
- Decid, Gato Jeremías, ¿sois soltero o casado?
- Soltero -respondió el gato.
- Como yo -replicó la hermosa zorra lanzando un suspiro. Y se inclinó ruborosa sobre la taza de té.
- Si estuviéramos casados, Gato Jeremías Ivanovich, haría todo lo posible por ser una buena esposa. Coso, bordo camisas y zurzo; sé hacer frituras excelentes, pastelillos y puches de avena. Tendríais a punto vuestras zapatillas ante el fuego y un calientapiés en la cama para cuando hiciera mucho frío.
- Muy bien, Lisabeta -dijo el gato, encantado-. Me casaré contigo inmediatamente.




La zorra buscó sus reservas, no escatimó manteca ni pollos en gelatina y preparó un banquete de bodas digno de aquel gran Gato Jeremías Ivanovich, que sólo tenía una oreja y había llegado de los lejanos bosques de Siberia en calidad de jefe forestal.
Se lo comieron todo y a partir de aquel momento vivieron días felices yendo a buscar bayas por el bosque y a pescar en la orilla de los lagos. Era Lisabeta quien pescaba... Jeremías sólo tenía que engullir exquisitos pescados de agua dulce sin tomarse siquiera el trabajo de llevarlos a su isba para que Lisabeta los friera.
Una mañana, Lisabeta salió de caza para alimentar a su famoso marido. El se quedó en casa para atusarse los bigotes y dormir. Era un gato perezoro y soberbio. La zorra recorría el bosque en busca de caza, cuando se encontró con su viejo amigo el joven lobo, que comenzó a mostrarse obsequioso con ella.

- ¿Dónde os habéis metido, linda comadre? He visitado las mejores madrigueras y no pude encontraros...
- No insistáis -repuso la zorra con tono cortante-. Basta de galanterías. Me conocisteis soltera y ahora estoy casada.
- ¡Casada! Y ¿con quién os habéis casado, Lisabeta Ivanovna?
- ¡Cómo! -exclamó la zorra-, ¿acaso no sabéis que de los lejanos bosques de Siberia nos han enviado como jefe forestal al gran Gato Jeremías Ivanovich, que sólo tiene una oreja? Pues bien, yo soy su esposa.
- Lo ignoraba, Lisabeta Ivanovna. ¿Cuándo podría presentar mis respetos a Su Excelencia?
- Ahora no, ahora no -dijo la zorra-. Gato Jeremías se pondría furioso si dejara que alguien se acercase a él. Escuchadme, cazad una oveja, preparadla y llevádsela como regalo para darle la bienvenida y mostrarle el acato debido. Dejad cerca la oveja y ocultaos de modo que no os vea, porque si os ve podría costaros caro.
- Gracias, gracias, Lisabeta Ivanovna -dijo el lobo, y corrió en busca de la oveja.

La bella zorra prosiguió su paseo sin apresurarse, porque sabía que el lobo le evitaría el trabajo de cazar. Encontró al oso.
- Buenos días, Lisabeta Ivanovna -le dijo el oso-, estáis preciosa hoy...
- Grosero zanquituerto -replicó la zorra-, ¿no podríais hablarme con más respeto? Me conocisteis soltera y debéis saber que estoy recién casada.
- ¿Casada? -rezongó el oso-. Os ruego que me disculpéis. Y ¿con quién os habéis casado?
- El gran Gato Jeremías Ivanovich ha venido de los bosques siberianos con el cargo de jefe forestal. Pues bien, el Gato Jeremías es ahora mi marido -respondió la zorra.
- ¿Está prohibido ver a Su Excelencia?
- Justamente eso es lo que está prohibido -respondió la zorra-. Gato Jeremías Ivanovich se enfurecería si yo dejara que alguien se acercase a él. Id a buscar un buey y llevádselo como regalo de bienvenida. Y os aconsejo que dejéis el buey cerca y os ocultéis de modo que el gran Gato Jeremías Ivanovich no os vea, porque si os ve podría costaros caro.




El oso se fue apresuradamente en busca de un buey. Llegó el lobo a través del bosque, arrastrando la oveja que había matado. No se atrevió a acercarse a la madriguera de la zorra por temor al Gato Jeremías, el nuevo jefe forestal. Se detuvo para desollar a la oveja y prepararla de la manera más apetitosa posible. Cuando hubo terminado sus preparativos, se preguntó qué haría. Oyó un ruido y levantó la cabeza. Era el oso que arrastraba un buey.
- Buenos días, hermano Miguel Ivanovich -dijo el lobo.
- Buenos días, hermano León Ivanovich -contestó el oso-. ¿Viste a la zorra Lisabeta Ivanovna, con su marido el nuevo jefe forestal?
- No, hermano -dijo el lobo-, estoy esperándoles.
- ¿Qué te parecería si les invitáramos a compartir el banquete en nuestra casa? Estaríamos en un lugar conocido y, en caso de necesidad, podríamos refugiarnos en cualquiera de los escondrijos que nos son familiares.
- Está muy bien, León Ivanovich. Pero ¿quién le transmitirá nuestra invitación?
Mientras ellos discutían acertó a pasar la liebre por allí. El oso fue el primero en verla y la llamó con su gruesa voz:
- ¡Eh, Bisoja! ¡Ven acá!

La liebre se asustó y se acercó a saltitos, temblando de miedo.
- ¡Eh, Bisoja! -dijo el oso-. ¿Sabes dónde vive la zorra?
- Sí, Miguel Ivanovich. Bajo la gran haya, a veinte metros de la laguna.
- Entonces ve y dile que Miguel Ivanovich, el oso, y su hermano León Ivanovich, el lobo, han traído para Su Excelencia un buey y una oveja como regalo de bienvenida.
- Recuérdalo bien: Su Excelencia, ¡no lo olvides! -añadió el lobo-. Y dile también que, para evitarle la preparación de estos platos, les rogamos, a ella y a Su Excelencia, que nos hagan el honor de venir a nuestra casa.




La liebre se escabulló sin hacerse rogar, contenta de haber salido bien librada. Mientras tanto, el lobo y el oso pasaban revista al número de escondites de que disponían.
- Será mejor que me encarame a un árbol -dijo el oso-. Voy a instalarme en la copa de ese abeto.
- Y yo, ¿qué voy a hacer? -exclamó el lobo-. No puedo subir a tu árbol. Te ruego que me escondas, o me matará.
- Acurrúcate bajo esos chaparros -respondió el oso, y te taparé con hojas secas.
Mientras tanto, la liebre había llegado jadeante al pie de la ventana de la madriguera de la zorra. La ventana estaba abierta, porque la zorra, acodada en el alféizar, estaba tomando el fresco.
- Vengo de parte de Leon Ivanovich y de su hermano Miguel Ivanovich -le gritó la liebre-. Me han encargado que os dijera que para celebrar la feliz llegada de Su Excelencia el gran Gato Jeremías Ivanovich, le ofrecen un banquete y os ruegan tengáis a bien honrarlo con vuestra presencia.
- Vete, Bisoja -dijo la bella zorra-. Ya vamos.

Y el gato y la zorra salieron juntos. El oso los vio desde lo alto de su abeto y le dijo al lobo:
- Ya vienen hermano León. Vienen la zorra y su marido. Pero ¡qué pequeño es! ¡Diantre!
- ¡Cuidado! -susurró el lobo-. Si nos oyen, estamos apañados.

Jeremías Ivanovich abrió la marcha. Al ver el buey, curvó el lomo, erizó los pelos, se lanzó sobre el buey y empezó a desgarrar la carne con sus colmillos y sus zarpas. El lobo intentó ver, pero se lo impedía el montón de hojas que tenía encima. Suavemente movió la cabeza para dejar libres los ojos. Pero no pudo impedir que las hojas hicieran un leve rumor, que el gato advirtió con su única oreja. "Hoy no he atrapado ningún ratón", pensó. De nuevo rumorearon las hojas secas. El gato saltó y, con las uñas hacia afuera, cayó sobre la nariz del lobo. El lobo aulló de dolor. Las hojas volaron como polvo y el lobo salió de estampida.

Bueno, el lobo tenía miedo, es cierto, pero no más que el gato, os lo aseguro. Cuando el lobo dio el salto en el aire, el gato saltó todavía más en busca del árbol que tenía más cerca, que era precisamente el abeto donde se había escondido Miguel Ivanovich. "¡Oh, me ha visto! ¡Gato Jeremías me ha visto!", pensó el oso. El oso se encomendó a la divina Providencia y se lanzó desde lo alto del árbol. En su caída rompió más de una rama, y se quebró más de un hueso al llegar al suelo. Se incorporó como pudo y se puso de pie gruñendo. La hermosa zorra gritaba:
- ¡Huid, huid, hermano León!... ¡Corred, hermano Miguel! ¡Su Excelencia os sigue, Su Excelencia os atrapa!

Y desde aquel día todos los animales salvajes temieron al gato, y el gato y la zorra vivieron muy felices y tuvieron caza durante todo el año, caza que los demás mataban para ellos y dejaban en las proximidades de la madriguera. Y aquí termina la historia del gato que sólo tenía una oreja y a quien su amo había abandonado en el bosque.






Imágenes: floresdedientedeleon.blogspot.com, pintaos.blogspot.com, 13gatosnegros.blogspot.com

martes, 29 de diciembre de 2009

Erotikon . Eroticon

En esta época de abrumador imperio del mercado burgués, la manipulación del instinto sexual para lograr ganancias y vender ha llevado irremediablemente a producir en las nuevas generaciones una sexualidad angustiada, enferma o interesada. Esto es particularmente cierto en la hipócrita "sociedad occidental", heredera de la atormentada religiosidad judeocristiana, que pone al sexo como principalísima fuente de pecado y condena. Sin embargo, en esta misma "sociedad" existe una larga tradición erótica y/o procaz (u obscena) que da cuenta del rechazo a las enfermizas represiones o de la voluntad de vivir por encima de ellas. A continuación algunos textos, no solo "occidentales", de la literatura relacionada con este tema, supuestamente picante.


EROS I


Yo dormía, pero mi corazón velaba.
¡La voz de mi amado que llama!:
“¡Ábreme, hermana mía, amiga mía,
paloma mía, mi perfecta!
Que mi cabeza está cubierta de rocío
y mis bucles del relente de la noche”.


- “Me he quitado mi túnica,
¿cómo ponérmela de nuevo?
He lavado mis pies,
¿cómo volver a mancharlos?”
¡Mi amado metió la mano
por la hendedura;
y por él se estremecieron mis entrañas.
Me levanté
para abrir a mi amado,
y mis manos destilaron mirra,
mirra fluida de mis dedos,
en el pestillo de la cerradura.


Abrí a mi amado,
pero mi amado se había ido de largo.
El alma se me salió a su huída.
Le busqué y no le hallé,
le llamé, y no me respondió.
Me encontraron los centinelas,
los que hacen la ronda en la ciudad.
Me golpearon, me hirieron,
me quitaron de encima mi chal
los guardias de las murallas.


Yo os conjuro,
hijas de Jerusalén,
si encontráis a mi amado,

¿qué le habéis de anunciar?
Que enferma estoy de amor.



Cantar de los cantares, Salomón, La Biblia





EROS II

Este Candaules, pues, estaba enamorado de su propia esposa y, como enamorado, pensaba poseer con mucho la mujer más hermosa del mundo. Pensando así -y como entre sus guardias Giges, hijo de Dáscilo, era muy su privado-, Candaules, que confiaba a este Giges sus más serios negocios, le solía alabar desmedidamente la belleza de su mujer. No mucho tiempo después, Candaules (a quien había de sucederle una desgracia) dijo a Giges estas palabras: "Giges, me parece que no te convences cuando hablo de la belleza de mi mujer, porque los hombres dan menos crédito a los oídos que a los ojos. Así, pues, haz por verla desnuda".


Giges, dando una gran voz, respondió: "Señor, ¿qué discurso tan poco cuerdo dices?, ¿me mandas que ponga los ojos en mi señora? Al despojarse una mujer de su vestido, con él se despoja de su recato. Hace tiempo han hallado los hombres las normas cabales que debemos aprender y entre ellas se encuentra ésta: mirar cada cual lo suyo. Yo estoy convencido de que ella es la más hermosa de todas las mujeres, y te pido que no me pidas cosa fuera de ley".


Con tales términos se resistía Giges, temeroso de que de ese caso le sobreviniera algún mal, pero Candaules le replicó así: "Ten buen ánimo, Giges, y no me temas a mí pensando que te digo esas palabras para probarte, ni a mi mujer, pensando que pueda nacerte de ella daño alguno, porque, por empezar, yo lo dispondré todo de manera que ni aún advierta que tú la has visto. Yo te llevaré a la alcoba en que dormimos, y te colocaré detrás de la puerta. En seguida de entrar yo, vendrá a acostarse mi mujer. Junto a la entrada hay un sillón; y en éste pondrá una por una sus ropas, a medida que se las quita, y te dará lugar para que la mires muy despacio. Luego que ella venga del sillón a la cama y quedes tú a su espalda, preocúpate entonces de que no te vez cruzar la puerta".






Viendo, pues Giges que no podía escapar, se mostró dispuesto. Cuando Candaules juzgó que era hora de acostarse, llevó a Giges a la alcoba, y bien pronto compareció la reina. Después de entrar, mientras iba dejando sus vestidos, Giges la contemplaba; cuando quedó a su espalda, por dirigirse a la cama, Giges dejó su escondite y salió, pero ella le vió salir. Al advertir lo ejecutado por su marido, ni dió voces, avergonzada, ni demostró haber advertido nada, con intención de vengarse de Candaules: porque entre los lidios, y entre casi todos los bárbaros, es grande infamia, aun para el varón, dejarse ver desnudo.


Entre tanto, sin demostrar nada, se estuvo quieta; pero así que rayó el día, previno a los criados que sabía más leales a su persona, e hizo llamar a Giges. Éste, sin pensar que supiese nada de lo sucedido, acudió al llamado porque también antes solía acudir cuando le llamaba la reina. Luego que llegó, ella le habló de esta manera: "Giges, de los dos caminos que hay te doy a escoger cuál quieres seguir: o matas a Candaules y me posees a mí y al reino de los lidios, o tienes que morir al momento, para que en adelante no obedezcas en todo a Candaules ni mires lo que no debes. Así, pues, o ha de perecer quien tal ordenó o tú, que me miraste desnuda y obraste contra las normas".

Por un instante quedó maravillado Giges ante sus palabras y luego le suplicó que no le obligase por la fuerza a hacer semejante elección. Pero no pudo disuadirla, y vió que en verdad tenía ante sí la necesidad de dar la muerte a su señor o de recibirla él mismo de otras manos. Eligió quedar con vida, y la interrogó en estos términos: "Puesto que me obligas a matar a mi señor contra mi voluntad, también quiero escuchar de qué modo le acometeremos". Ella respondió: "El ataque partirá del mismo lugar en que aquél me mostró desnuda; y le acometerás mientras duerma".


Concertada así la asechanza, cuando llegó la noche, Giges, que ni podía librarse ni tenía escape, obligado a matar a Candaules, o a morir, siguió a la reina a su aposento; ella le dió una daga y lo ocultó detrás de la misma puerta. Luego, cuando Candaules reposaba, salió de allí Giges, le mató y se apoderó de su mujer y del reino juntamente. De Giges hizo mención Arquíloco de Paro, que vivió hacia la misma época, en un trímetro yámbico.



Herodoto, Los nueve libros de la historia




EROS III

- Debes saber, oh gloriosa Maimuna, que en este momento vengo del fondo de un interior lejano, de los confienes de la China, país en que reina el Gran Ghayur, señor de El-Buhur y de El-Kussur, en donde se alzan numerosas torres y se hallan su corte y sus mujeres. ¡Allí mis ojos han visto la cosa más bella que haya hallao en todos mis viajes! Es su única hija. El-Sett-Budur.

Como no le es posible a mi lengua, aún exponiéndose a criar pelo, el pintarle la belleza de esa princesa única, me limitaré a enumerar sus cualidades. Por tanto, escucha oh Maimuna.


Te hablaré de su cabellera. Luego describiré su rostro. Después sus mejillas, sus labios, su saliva, su lengua, su garganta, sus pechos, su vientre, sus caderas, sus nalgas, su centro, sus muslos y, por fin, sus pies, oh Maimuna.

- ¡Su cabellera, señora mía, es tan oscura que resulta más negra que la separación de dos amantes! ¡Y cuanto la divide en trenzas, que descienden hasta sus pies, creo ver dos noches a un mismo tiempo!
¡Sus mejillas están formadas por una anémona dividida en dos corales; sus pómulos semejan la misma púrpura de los vinos y su nariz es más recta y más fina que una hoja de acero escogido!
¡Sus labios son ágata coloreada y coral; su lengua, cuando la mueve, segrega elocuencia, y su saliva es más deseable que el zumo de las uvas; apaga la sed más abrasadora! ¡Así es su boca!
¡Y su seno! ¡Bendito sea el Creador! ¡Es una viviente seducción! ¡Sostiene dos pechos gemelos del más puro marfil, redondos, y que caben en los cinco dedos de la mano!

¡Su vientre tiene hoyuelos llenos de sombra, colocados de modo tan armonioso como los caracteres árabes en el sello de un copto de Egipto! ¡Y ese vientre da nacimiento a una elástica y bien formada cintura! ¡Pero sus nalgas...!

¡Sus nalgas! ¡Oh sus nalgas! ¡Me estremezco al pensar en ellas! ¡Son una masa tan pesada que obligan a su ama a sentarse cuando se levanta y a levantarse cuando se tiende!


En verdad, oh dueña mía, que no puedo darte una idea de ellas más que recordando los versos del poeta:


¡Tiene un trasero enorme y fastuoso, que requeriría
una cintura menos frágil que aquélla de la que está
suspendido!
¡Constituye, tanto para ella como para mí, el origen
de incesantes torturas y conflictos, pues a ella la
obliga a sentarse cuando se levanta y a mí, al pensar
en él, me pone el zib erguido!


¡Así es su trasero! De él parten dos muslos de glorioso mármol blanco, sólidos, unidos por una corona en lo alto. Luego vienen las piernas y los delicados pies, tan pequeños que me asombra que puedan sostener tanto peso.


En cuanto a su centro, oh Maimuna, me temo que no podré hablarte de él como corresponde, pues es definitivo y absoluto. ¡Sólo esto puede mi lengua revelarte acerca de El-Sett-Budur, la hija del rey Ghayur, pues ni siquiera con ademanes me sería posible hacerte apreciar su belleza!





- Debéis saber, hermanos, que apenas tenía cinco años de edad cuando el mercader de esclavos me sacó de mi tierra para traerme a Bagdad, y me vendió a uno de los guardas de palacio. Este hombre tenía un ahija, que en aquella época debía contar tres años. Nos criamos juntos y a todos les divertía ver cómo jugaba con la niña. Les bailaba bailes muy graciosos y les cantaba canciones. Todos querían al negrito.


Crecimos así, juntos, y yo llegué a los doce años y ella a los diez. Nos dejaban seguir jugando juntos. Pero cierto día, al encontrarla sola en un sitio apartado, me acerqué a ella, que acababa de salir del hammam y estaba deliciosa y perfumada. Su rostro parecía la luna en su decimocuarta noche. Al verme, corrió hacia mí y nos pusimos a jugar y a hacer mil locuras. Me mordía y yo la arañaba, me pellizcaba y yo la pellizcaba, pero de tal modo que, al poco, se me alzó el zib y se me hinchó. Y, cual una enorme llave, se me dibujaba debajo de la ropa. Entonces ella rompió a reír, se me vino encima, me tiró de espaldas al suelo y a horcajadas, se me sentó en el vientre. A fuerza de restregarse conmigo, acabó dejándome el zib al aire. Lo vio tan erguido y poderoso que lo sujetó con la mano y comenzó a frotárselo contra los labios de la vulva, por encima del calzón que llevaba puesto. Pero tales juegos vinieron a aumentar de un modo alarmante el calor que sentía. Y la estreché entre mis brazos, mientras ella se me colgaba del cuello, apretándome con todas sus fuerzas. Y de súbito, mi zib, como si fuera de hierro, le atravesó el pantalón y, penetrando triunfante, le arrebató la virginidad.


Concluida la cosa, la niña rompió a reír de nuevo y volvió a besarme, pero yo estaba aterrado por lo que acababa de ocurrir y me escapé de entre sus manos, buscando refugio en casa de un negro amigo mío.


La niña regresó pronto a su casa, y la madre, al verle la ropa en desorden y el pantalón atravesado de parte a parte, lanzó un grito. Luego examinó el lugar que se oculta entre los muslos y vio lo que vio. Y cayó desmayada de dolor y de coraje. Pero al volver en sí, como ya no tenía remedio, tomó sus precauciones para taparlo y que su esposo no supiera la desgracia. Y tal maña se dio, que acabó consiguiéndolo. Transcurrieron dos meses y aquella mujer logró encontrarme, y no cesaba de hacerme regalos para obligarme a volver. Y, cuando lo hice, no se habló para nada de aquel asunto, y continuaron ocultándoselo al padre, ya que éste, de saberlo, me hubiera matado, y ni la madre ni nadie lo deseaba, pues todos me querían.






- Dos meses después de mi regreso a la casa, la madre consiguió poner en relaciones a su hija con un joven barbero, que lo era de su padre y por ese motivo iba mucho por la casa. Y la madre le dio una buena dote de su fortuna personal y le hizo un equipo magnífico. Luego llamaron al barbero, que se presentó con todos sus instrumentos, me ató, me cortó los compañones, y me dejó en eunuco. Se celebró la ceremonia del casamiento y yo quedé de eunuco con mi amita y, desde entonces, tuve que precederla a todas partes, cuando iba al zoco, de visita, o a casa de sus padres. Y la madre se desenvolvió tan bien que nadie supo nada de la historia, ni el novio, ni los parientes, ni los amigos. Y para que los invitados creyeran en la virginidad de la novia, degolló un pichón, tiñó con su sangre la camisa de la recién casada y, según costumbre, hizo que la pasearan por la sala de reuniones, por delante de todas las asistentes, que lloraban de emoción.


Desde entonces viví con mi amita en casa de su marido, el barbero. Y así pude deleitarme impunemente, y en la medida de mis fuerzas, con la hermosura y perfecciones de aquel cuerpo delicioso, pues, si bien había perdido otras cosas, aún me quedaba el zib. De modo que, sin peligro y sin despertar sospechas, pude seguir besando y abrazando a mi ama, hasta que murieron ella, su marido y sus padres. Entonces heredé todos sus bienes y llegué a ser eunuco de palacio, igual que vosotros, hermanos negros. Esa es la causa de que me castraran. Y ahora, que la paz sea con vosotros.






¡Nuestro siglo recuerda aquellos tiempos delicados en que vivía el venerable Lot, pariente de Abraham, el amigo de Alá!
¡El anciano Lot tenía una barba que parecía de sal, que servía de marco a un rostro juvenil, en el que respiraban las rosas!
¡En su ardiente ciudad, visitada por los ángeles, hospedaba a los ángeles y, en cambio, daba a sus hijas a la muchedumbre!
¡El propio cielo le libro de su antipática mujer, inmovilizándola al convertirla en sal fría y sin vida!
¡Ciertamente que os digo que este siglo encantador pertenece a los jóvenes!


Cuando Kamaralzamán oyó estos versos y comprendió su significado, se quedó turbadísimo, y sus mejillas se sonrojaron como un ascua. Luego dijo:
- ¡Oh rey, tu esclavo te confiesa su falta de interés en esas cosas a las que jamás pudo acostumbrarse! Además, soy demasiado joven para aguantar pesos y medidas que no podría tolerar la espalda de un ganapán viejo.


Al oírle, Sett-Budur rompió en carcajadas y le dijo:
- En verdad, oh delicioso joven, que no comprendo por qué te asustas. Escucha lo que debo decirte.

O eres un adolescente o una persona mayor. Si eres lo primero y no has alcanzado la edad de las responsabilidades, nada te podrán echar en cara, pues no deben considerarse con severidad y mirada dura los actos de los menores. Si tienes ya una edad responsable, lo que me parece más probable por oírte discutir con tal raciocinio, ¿por qué vacilas y te asustas, puesto que eres el único amo de tu cuerpo y puedes dedicarlo al uso que prefieras, aparte de lo que está escrito sucederá? En especial, piensa que soy yo el que debería asustarse, puesto que soy más pequeño que tú, pero yo me aplico estos versos del poeta:



Mientras el niño me miraba, el zib se me movió.
Entonces él exclamó: "¡Es grandísimo!" Y yo respondí: "¡Así lo afirman!"
Él replicó: "¡Demuéstrame en seguida su heroísmo y resistencia!" Yo le dije entonces: "Eso no es lícito". Él me replicó: "¡Para mí es muy lícito! ¡Apresúrate a manejarlo!" Así lo hice entonces, pero sólo por obediencia y cortesía.

Kamaralzamán, al oírlo, sintió que la luz se convertía en tinieblas ante sus ojos y bajó la cabeza, mientras le decía a Sett-Budur:
- ¡Oh monarca lleno de gloria, hay en tu palacio muchas esclavas jóvenes y vírgenes muy bellas, como ningún monarca de este tiempo las posee! ¿Por qué has de abandonarlas únicamente por mí? ¿Es que no sabes que te resulta lícito hacer con las mujeres cuanto pueda atraer tus deseos o alentar tu curiosidad y provocar tus ensayos?

Sett-Budur sonrió, cerrando a medias los párpados y dirigiéndole una mirada de reojo, mientras le decía:
- Muy cierto es lo que dices, ¡oh mi prudente visir hermoso! Pero ¿qué voy a hacer mi afición varía de deseo, cuando mis sentidos se afinan o transforman y cuando cambia la naturaleza de nuestro humor? Pero dejemos esta discusión, que a nada conduce, y oigamos lo que a este respecto dicen nuestros poetas más afamados. Escucha:


Uno ha dicho:
¡Aquí están los apetitosos puestos del zoco de los fruteros! A un lado, en la bandeja de gruesa palma, encuentras higos de culo gordo, oscuro y simpático. ¡Pero fíjate en la bandeja grande, que está en el sitio de honor! ¡Allí están las frutas del sicomoro, las frutas pequeñas, de culo sonrosado!


El segundo ha dicho:
Pregúntale a la joven por qué, cuando se le endurecen los pechos y le madura el fruto, prefiere el gusto ácido de los limones en vez de las dulces sandías y granadas.


Otro ha dicho:
¡Oh mi única beldad, oh mozalbete! ¡Tu amor es mi fe! ¡Es para mí la religión predilecta entre todas las creencias!
¡Por ti he dejado a las mujeres, hasta el punto de que mis amigos han observado esta abstinencia y han supuesto, los muy ignorantes, que me había hecho monje y religioso!


Otro ha dicho todavía:

¡Oh Zeinab, de morenos pechos, y tú, Hind, de trenzas teñidas con arte! ¿Sabes por qué hace tanto tiempo que desaparezco?He encontrado las rosas, que suelen verse en las mejillas de las jóvenes, no en las mejillas de algún joven, oh Zeinab, sino en el aterciopelado culo de mi amigo. Por eso, oh Hind, ya nunca podrá atraerme tu rubia cabellera, ni tampoco, oh Zeinab, tu rasurado jardín al cual le falta el bozo, y ni siquiera tu culo, demasiado liso, que carece de granulación.


Y otro ha dicho:
Procura no hablar mal de ese gamo joven, comparándolo con una mujer, simplemente por ser imberbe. Es preciso tener malos sentimientos para decir algo parecido. ¡Aún hay diferencias!
En efecto, cuando te acercas a una mujer es por delante y, por eso te besa en la cara. Pero el gamo joven, cuando a él te acercas, debe encorvarse y así, imagina, besa la tierra. ¡Hay diferencias!



Otro ha dicho:

¡Oh niño hermoso, eras mi esclavo, y te liberté para utilizarte en infecundos ataques! ¡Pues tú, por lo menos, no puedes criar huevos en tu seno! Iba a ser espantoso, en efecto, acercarme a una mujer virtuosa de anchas caderas. Nada más cabalgarla, me daría tantos hijos que no podría contarlos toda la comarca.


Otro ha dicho:
Mi esposa me dirigió muchas miradas pícaras y comenzó a mover las caderas con tanta elasticidad, que me dejé arrastrar a nuestro lecho, que desde tanto tiempo evitaba. ¡Pero no consiguió que despertase el niño al que solicitaba!
Entonces me gritó furiosa: "¡Si en seguida no le obligas a endurecerse para, cumpliendo tus deberes, penetrar, no te asombres si mañana despiertas cornudo!"


Otro ha dicho:
Por lo general, se le piden a Alá, mercedes y beneficios alzando los brazos. Pero las mujeres obran de otro modo. ¡Para solicitar los favores del amante, alzan las piernas y los muslos! Este ademán es sin duda más meritorio, pues se dirige a las profundidades.


Otro finalmente ha dicho:
¡Qué ingenuas resultan a veces las mujeres! Porque tienen trasero imaginan que, en caso de necesidad, pueden ofrecérnoslo por analogía. Le he demostrado a una de ellas cuánto se engañaba.
Esta joven vino a mi encuentro con una vulva excelente entre todas. Pero yo le respondí: "No hago las cosas de esta manera".
Ella me respondió: "Sí, ya lo sé, este siglo abandona la moda antigua. Pero no importa. Estoy al corriente". Y se volvió, presentando ante mi vista un orificio tan vasto como el abismo del mar.
Y yo le dije: "De veras que te doy las gracias, señora, te doy mil gracias. Veo cuán amplia es tu hospitalidad. Pero temo perderme en un camino cuya brecha resulta mayor que la de una ciudad tomada por asalto".




Anónimo, Las mil y una noches




lunes, 28 de diciembre de 2009


Disparos en la luna


Para comprender las condiciones del movimiento bajo la acción de la gravedad, leamos un episodio tomado de la novela "En la Luna", del gran inventor soviético K.E. Tsiolkovski. En la Tierra la atmósfera dificulta el movimiento de los cuerpos y oculta las leyes simples de la caída de los cuerpos, complicándolas con otras condiciones. En la Luna no existe aire. Por esto nuestro satélite sería un magnífico laboratorio para estudiar la caída de los cuerpos, si pudiéramos encontrarnos allí y dedicarnos a la investigación científica.



En el episodio, los dos interlocutores se hallan en la Luna y quieren investigar cómo se moverán allí las balas disparadas por una escopeta.

"- ¿Funcionará aquí la pólvora?
- Por qué no. Los explosivos en el vacío deben poner de manifiesto sus propiedades con más fuerza aún que en el aire, puesto que este último lo único que hace es dificultar su explosión. En cuanto al oxígeno, no les hace falta. Dentro de ellos mismos hay la cantidad suficiente.
- Colocaré la escopeta verticalmente para que la bala caiga más cerca y sea más fácil encontrarla después del disparo.

Hizo fuego y se sintió un ruido muy débil (*) y una pequeña sacudida del suelo.
- ¿Dónde estará el taco? Debía haber caído por aquí cerca.
- El taco salió disparado junto con la bala y lo más probable es que no se separe de ella, puesto que en la Tierra es la atmósfera la que le impide seguir al plomo; aquí una pluma cae y vuela con la misma rapidez que una piedra. Coge una pluma de ésas que salen de la almohada y yo cogeré esta bola de hierro colado. Tú podrás tirar tu pluma y atinar a un blanco, aunque se encuentre bastante alejado, con la misma facilidad que yo con mi bola. Yo puedo, si el peso es pequeño, lanzar la bola a 400 metros y tú puedes tirar tu pluma a la misma distancia; claro que con ella no le harás daño a nadie y al lanzarla te parecerá que no has tirado nada. Bueno, tiremos nuestros proyectiles arrojadizos con todas nuestras fuerzas -que no son muy dispares- a un mismo blanco; a aquella piedra de granito rojo...

La pluma adelantó un poco a la bola de hierro colado. Parecía que la había arrastrado un fuerte remolino.
- ¿Qué pasa? Desde que disparamos la escopeta han transcurrido tres minutos y aún no ha regresado la bala.
- Espera dos minutos más y verás como vuelve.



Efectivamente, al cabo del tiempo señalado sentimos una pequeña sacudida en el suelo y vimos cómo el taco botaba no muy lejos.

- ¡Cuánto tiempo estuvo volando la bala! ¿A qué altura tenía que remontarse?
- A unos setenta kilómetros. Puede alcanzar esta altura porque la gravedad es pequeña y porque no existe aire que le ofrezca resistencia.

Comprobémoslo. Si consideramos que la velocidad de la bala en el momento de salir del cañón es solamente de 500m por segundo (en comparación con las armas modernas esta velocidad es vez y medio menor que la real), la altura que subiría en la Tierra, si no existiera la atmósfera, sería:

h = v . v/2g = 500 . 500/ 2 . 10 = 12 500m

es decir, 12,5 km. En la Luna, donde la gravedad es 6 veces menor, en lugar de g hay que tomar 10/6; por consiguiente la bala deberá alcanzar la altura de

12 500 . 6 = 75 000 m = 75 km



(*) En la Luna el sonido se transmite a través del suelo y del cuerpo de las personas, y no a través del aire, puesto, que allí no lo hay.



Perelman, Y. (1980). Física recreativa. Libro II. Moscú: Mir
Imágenes: librosmaravillosos.com, bibliotecapirata

Lactancia prolongada como anticonceptivo

Para ovular después del alumbramiento, cada mujer debe tener una determinada proporción entre la grasa de su cuerpo y su peso total. La lactancia impide lograr el porcentaje requerido por un tiempo más allá del normal.




El mejor método de control de la población de que disponían los cazadores-recolectores de la Edad de Piedra consistía en prolongar la cantidad de años que la madre amamantaba al bebé. Los estudios recientes sobre los ciclos menstruales, llevados a cabo por Rose Frisch y Janet McArthur han iluminado el mecanismo fisiológico responsable de la disminución de la fertilidad de la mujer lactante. Después de dar a luz, la mujer fértil no retoma la ovulación hasta que el porcentaje del peso de su cuerpo consistente en grasa ha pasado un umbral crítico. Este umbral (alrededor del 20 al 25 por ciento) representa el punto en que el cuerpo de una mujer ha almacenado suficiente energía de reserva en forma de grasa para adaptarse a las demandas de un feto. El costo promedio de energía de un embarazo normal es de 27 000 calorías, o sea aproximadamente la cantidad de energía que una mujer debe almacenar para poder concebir. Un lactante absorbe alrededor de 1 000 calorías extras diarias de su madre, lo que dificulta que ella acumule la reserva grasa necesaria. Mientras el niño dependa de la leche de su madre, existen pocas probabilidades de que se reanude la ovulación. Al prolongar la lactancia, las madres bosquimanas parecen lograr retardar la posibilidad del embarazo durante más de cuatro años. El mismo mecanismo parece ser el responsable del retraso de la menarquia (el principio de la menstruación). Cuanto más elevada es la relación de la grasa corporal con el peso corporal, más pronto llega la edad de la menarquía. En las poblaciones modernas bien alimentadas, la menarquía se ha adelantado aproximadamente a los doce años de edad, mientras en las poblaciones que se encuentran crónicamente en el límite del déficit calórico, a una niña puede llevarle dieciocho o más acumular las necesarias reservas grasas.



Lo que considero interesante de este descubrimiento es que relaciona la baja fertilidad con dietas ricas en proteínas y pobres en hidratos de carbono. Por un lado, si una mujer ha de amamantar satisfactoriamente a un niño durante tres o cuatro años, debe ingerir una dieta rica en proteínas para mantener su salud, el vigor de su cuerpo y el flujo de leche. Por otro lado, si consume demasiados hidratos de carbono empezará a aumentar de peso, lo que desencadenará la reanudación de la ovulación. Un estudio demográfico realizado por J.K. van Ginneken, indica que la mujer lactante de países subdesarrollados -donde la dieta se compone principalmente de granos feculentos y de recolección de raíces- no puede esperar extender el intervalo entre un nacimiento y otro más allá de los dieciocho meses. Pero las bosquimanas lactantes, cuya dieta es rica en proteínas animales y vegetales, y carentes de elementos feculentos, como ya he dicho, logran impedir el embarazo cuatro o más años después de cada parto. Esta relación sugiere que durante las épocas buenas, los cazadores-recolectores pueden confiar en una lactancia prolongada como principal defensa contra la superpoblación. Inversamente, una disminución en la calidad de la provisión alimenticia tendería a producir un aumento de la población. A su vez, esto significaría que tendría que acelerarse la tasa de abortos e infanticidios o que serían necesarios cortes aún más drásticos en la ración proteica.


Harris, M. (1986). Caníbales y reyes. Barcelona: Salvat
Imágenes: maternidadfeliz.com, artelista.com

martes, 22 de diciembre de 2009


Villancicos

El coro infantil del colegio "Manuel Pardo" de Chiclayo (Perú) fue el más notable y emblemático coro peruano de niños del siglo XX. Su LP "Ronda de Pascua" cuenta con 25 temas, de los cuales hemos extraído los que, a nuestro criterio, muestran en todo su esplendor el desempeño coral de estos niños: "Vamos, pastores, vamos" y "Alegría, alegría".




El nacimiento del mesías histórico

Desde mucho tiempo antes, Dios había anunciado al pueblo de Israel, por medio de sus profetas, que enviaría un Mesías, un "ungido", para liberarlo.



Según se puede interpretar el texto de Isaías (700 a.C.), "y he aquí que una virgen dará a luz un niño", la profecía señalaba muy puntualmente la forma del advenimiento del rey prometido. Fueron muchos los anuncios; algunos intuían ya el verdadero carácter del enviado de Dios.

San Lucas y San Mateo cuentan cómo fue que Jesús se hizo hombre. San Mateo comienza con la genealogía de Jesús, esto es, diciendo de quién desciende, desde Abraham, padre del pueblo de Israel y padre de los creyentes, pasando por el rey David, el elegido de Dios. Lo que quiere significar esta genealogía es que Jesús es verdaderamente hijo de hombres y mujeres, tiene padres, abuelos, bisabuelos, como todos nosotros. Pero también tiene otros mensajes menos evidentes, como que entre esos ascendientes hay hombres y mujeres extranjeros o infieles... Como en cualquier árbol genealógico.




Concepción y nacimiento

Para poder investigar hechos astronómicos del pasado se requiere conocer la fecha en la que estos pudieron darse con cierta exactitud. De modo que, como quiera que la Estrella de Belén apareciera en tiempos de la Natividad, es necesario buscar informaciones y pruebas que puedan aclarar cuándo nació Jesús. Los escasos datos de los que se dispone son referencias bíblicas; a partir de ellas se tendrá que acudir a la historia para obtener datos concretos.

Leyendo el Evangelio según San Mateo, podemos obtener las primeras notas que pueden servir para acercar la fecha del nacimiento de Jesús y de paso, encontrar la primera referencia a la Estrella de Belén: "Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente y venimos a adorarle. Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él" (Mateo, 2. 1-3).



Por otra parte, el Evangelio según San Lucas afirma: "Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese empadronado. Este primer censo se hizo siendo Cirinio gobernador de Siria. E iban todos para ser empadronados, cada uno a su ciudad. Y José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia de David; para ser empadronado con María su mujer, desposada con él, la cual estaba encinta. Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lougar para ellos en el mesón. Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño" (Lucas, 2. 1-8).

No hay más que prestarle un poco de atención a estos textos para sacar algunos detalles. Según se indica, al nacer Jesús: reinaba Herodes, se estaba realizando un censo de población y Cirinio era gobernador de Siria. Detalles que la historia nos explica y desarrolla:

Herodes el Grande reinaba en Judea. Nació el 73 a.C. y según los historiadores modernos se sabe que murió después de un eclipse de Luna que pudo verse desde Jericó y antes de la Pascua judía. Según sabemos, dicho eclipse puede corresponderse con el sucedido el 13 de marzo del año 4 a.C. Con lo cual Herodes el Grande pudo haber muerto a finales de marzo o principios de abrilo de dicho año. Por tanto podemos establecer una primera cota en las fechas: la Natividad debió acontecer antes del 4 a.C. Ahora bien, si volvemos al Evangelio de Mateo tenemos que: "Herodes entonces, cuando se vio burlado por los magos, se enojó mucho y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores, conforme al tiempo que había inquirido de los magos" (Mateo, 2. 16). Si el hecho es así, Jesús tendría como mucho dos años al dictar Herodes la degollación de los santos inocentes. Por lo que, basándonos en el Evangelio de San Mateo, podríamos hablar de una fecha para la Natividad entre el 7 a.C. y el 5 a.C.



Realización de un censo. Se sabe que Augusto César mandó a realizar censos con carácter tributario en dos ocasiones durante sus cuarenta años de gobierno. Los censos fueron realizados en los años 28 a.C., en el 8 a.C. y en el 14 d.C. El que señalaría el nacimiento de Jesús habría sido el del 8 a.C.

Cirinio era gobernador de Siria. Hoy día conocemos que Cirinio o Quirinius fue gobernador de Siria no antes del 6 d.C. Aunque anteriormente desempeñó cargos gubernamentales entre los años 6 y 5 a.C. Así, pues el margen de fechas obtenido a partir del texto de Lucas se reduce al 8 a.C.



Dionisio el Exiguo

Dionisio el Exiguo fue un monje y astrónomo que vivió en el siglo VI d.C. y que después de declinar el imperio romano pensó sustituir el calendario romano (basado por entonces en los años transcurridos desde la fundación de Roma) por otro cristiano que tomara como origen el nacimiento de Jesús. Así, el inicio de contar los años, o lo que conocemos por Era Cristiana, fue propuesto por este astrónomo al obispo Petronio allá por el año 531 d.C. en un intento por realzar la figura de Jesucristo en perjuicio de la de Diocleciano, emperador romano que persiguió a los cristianos.

El método que usó Dionisio se basó en confeccionar una tabla en la que aparecerian los emperadores romanos desde adelante hacia atrás, contando los años que habían gobernado cada uno de ellos. El método funciona pero Dionisio se equivocó. En primer lugar marcó el año del nacimiento de Jesucristo como el año 1 (origen, por cierto, de la polémica de finalización del siglo) y por tanto no se tuvo en cuenta al número cero y no contó tampoco que Augusto César gobernó con su verdadero nombre, Octavio, durante cuatro años. Así pues, se deduce una diferencia de cinco años. Por lo cual, según el sistema de Dionisio, la fecha de la Natividad sería el 5 a.C.




No fue en diciembre

Lucas el evangelista comenta que los pastores vigilaban sus rebaños en las montañas, pero en Belén diciembre es un mes duro por el frío, en el cual las ovejas habrían estado bajo techo y no pastando fuera. Ese dato sugiere que el nacimiento de Jesús se produjo entre marzo y abril del año 6 a.C.

Pero en el Evangelio de Lucas se dice que el ángel Gabriel se aparece a Zacarías, padre de Juan el Bautista, cuando él ministraba en el templo. Teniendo en cuenta esto, se obtiene el dato de que, como era de la orden de Abías, ministraba el incienso la penúltima semana de mayo, y Juan le llevaba a Jesús seis meses de edad. Entonces, Jesús debe haber nacido para la fiesta de los tabernáculos, el mes de setiembre del año 7 ó 6 a.C.

Por otra parte, si se toma en cuenta que Lucas (1:26) afirma que "el sexto mes el ángel Gabriel fue enviado...", y que el sexto mes del calendario judió corresponde al mes de Etul, agosto-setiembre para el calendario gregoriano, podemos ubicar el momento de la concepción de María, por ende el nacimiento de Jesus, nueve meses después, en junio del calendario gregoriano, además coincide con el solsticio de verano para el hemisferio norte, siendo el día más largo del año el 21 de junio. Este fundamento es totalmente creíble ya que está basado en el texto bíblico y el dato astronómico.




Finalmente, tal vez lo más importante a tener en cuenta, es que aquella noche habría de nacer un hombre que cambiaría el destino de la humanidad... para siempre.



La Primera (Lima-Perú), 22.12.2009. Suplemento Ciencia y Tecnología
Imágenes: novarum.com.ec., artesanum.com, anadinten.iespana.es, historiasdefenertari, lakiray.com, kolumnaokupa.blospot.com, vidalgutierrezceramica.

martes, 15 de diciembre de 2009


Los cien libros más vendidos de la historia

Nadie se sorprenderá al comprobar que, entre los libros más vendidos de la historia, muchos son religiosos o políticos. En concreto el más vendido es, como no podía ser de otra forma, la Biblia, de la que se cree que se han podido vender al menos tres mil millones de copias (aunque otras fuentes hablan incluso del doble), seguido de lejos por El Libro Rojo de Mao Zedong (entre mil y dos mil millones) y el Corán (unos ochocientos millones). Tres libros chinos más acaparan los tres siguientes puestos del ránking: el diccionario Xinhua, y los recopilatorios de poemas y artículos de Mao. Hay que esperar al séptimo puesto para encontrar una novela, en este caso, y tal vez sorpresivamente, Historia de dos ciudades, de Charles Dickens, con la friolera de unos doscientos millones de ejemplares vendidos desde su primera edición ahora hace justo 150 años.



Comparten el octavo puesto El Señor de los Anillos, de J.R.R. Tolkien, y nada menos que el tomo de Escultismo para muchachos: un manual de instrucción en buena ciudadanía haciendo vida de campaña, de Robert Baden-Powell, libro de cabecera de todos los scouts del mundo, con ciento cincuenta millones de ejemplares cada uno. Con diez millones menos, el inefable Libro de Mormón, del profeta Joseph Smith. Los mormones ganan su particular batalla a los Testigos de Jehová, aunque el siguiente en la lista sea su libro La verdad que lleva a vida eterna, publicado por la Watchtower Society. Cierran la lista de libros con más de cien millones de ejemplares una obra teórica del político chino Jiang Zemin, Diez Negritos, de Agatha Christie, El Hobbit, también de Tolkien, y Sueño en el pabellón rojo, de Cao Xueqin. De los quince libros más vendidos, tan sólo cinco son novelas: dos de fantasía (y del mismo autor), un thriller, una novela histórica y un compendio de temáticas (me estoy refiriendo a Sueño en el pabellón rojo) imposible de definir desde el punto de vista occidental (yo, al menos, no me atrevería a hacerlo).

Belleza negra
Los libros siguientes de la lista, aquellos que teóricamente han vendido entre cincuenta y cien millones de copias, sí son predominantemente novelas: Ella, de H. Rider Haggard, El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry, El Código Da Vinci, de Dan Brown, El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger, El alquimista, de Paulo Coelho, Heidi, de Johanna Spyri, Ana de las tejas verdes, de Lucy Maud Montgomery, y Belleza negra, de Anna Sewell. Al César lo que es del César: las obras de Brown y Coelho adquieren mayor valor ya que son mucho más recientes que ninguna otra de la lista hasta este momento y, además, no han sido de lectura obligatoria en colegios e institutos desde hace décadas (cosa que sí ocurre con, por ejemplo, Belleza negra). La lista sigue y sigue: otras novelas superventas, aunque sin llegar al nivel de las mencionadas, serían (siempre por orden de importancia cuantitativa) El nombre de la rosa, de Umberto Eco, La telaraña de Charlotte, de E. B. White, Harry Potter y las reliquias de la muerte, de J. K. Rowling, Juan Sebastián Gaviota, de Richard Bach, Ángeles y demonios, de Dan Brown (otra vez), Guerra y paz, de Tolstoi, Matar a un ruiseñor, de Harper Lee,Valle de muñecas, de Jacqueline Susann o Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchell.


Los libros más vendidos escritos originalmente en español serían, por otra parte, Cien años de soledad (treinta millones de copias), de Gabriel García Márquez, La sombra del viento (quince millones), de Carlos Ruiz Zafón y Santa Evita (diez millones), del periodista argentino Tomás Eloy Martínez.


Tomado de: lecturalia.com