En la era informática se ha pretendido asimilar el funcionamiento del cerebro al de la computadora y, en muchas ocasiones, se le ha desmerecido al creerlo tan limitado como ella. En el artículo que leemos a continuación, César Hildebrandt revisa esta clásica comparación y nos muestra que si el cerebro fuera una máquina, sería un producto mal diseñado: irracional, capaz de autodestruirse y de matar por diversión.
El cableado cerebral decide el destino de los humanos y marca la naturaleza de sus relaciones con la gente y las cosas.
¿Cableado? ¿Chicotería? Sí, el cerebro es, fundamentalmente, una organización electroquímica, una planta hemoeléctrica, un sistema que produce respuestas frente a los estímulos y desafíos del exterior.
Esta máquina de extremas complejidades tiene, sin embargo, gruesos errores de diseño. Y hay quienes piensan que buena parte de la sangre derramada a lo largo de la historia procede de esta ingeniería insuficiente.
No estamos hablando de los desperfectos que algunos se empeñaron en llamar psicopatías. Estamos hablando de cerebros que funcionan al ciento por ciento.

Blas Lara, catedrático emérito de la Universidad de Lausane, Suiza, apunta que percibir al otro como lo que quizás no es, es una tendencia "de estos estereotipos culturales que son abstracciones almacenadas en el neocórtex como etiquetas simplificadoras".
Desde ese punto de vista modernamente químico-cerebral, un exceso, verbal o fáctico, es hijo remoto de una información contaminada. Y como acabamos de ver, hasta la memoria puede jugarnos una mala pasada al querer meterse en el presente tiñendo negativamente una experiencia actual que no tendría por qué parecerse a las experiencias guardadas en nuestro disco duro.
Todos los últimos avances en torno a la máquina cerebral parecen coincidir en una verdad que el narcisismo antropocéntrico habrá de admitir aunque mucho le duela: el "autocontrol social" del sistema cerebral humano es frágil y la capacidad de imponer razones y frenos en las barreras límbica y del neocórtex desaparece con mucha más frecuencia y facilidad de lo que imaginábamos. De allí vienen todas las sangres del terrorismo religioso y de Estado y todas las matanzas "doctrinarias" que en el mundo han sido.

En resumen, el cerebro de este "lóbrego mamífero" que somos no es ni de lejos la máquina perfecta que soñó el racionalismo. Si el cerebro humano fuese la maravilla impecable que nos contaron, ¿cómo explicarse el hedonismo de entrega inmediata de la drogadicción se haya convertido en un problema masivo? Si la computadora neuronal tuviese un antivirus enérgico, ordenaría, en ese caso, que el lector de peligros del neocórtex impusiese su punto de vista. Para no hablar de los mares de estupidez que vemos crecer todos los días a nuestro alrededor y que amenazan con inundarlo todo.
Las fallas de fábrica del cerebro humano y la nueva comprensión en relación a sus orígenes nos permiten decir ahora que esta masa grasienta de un kilo cuatrocientos gramos -membranosa, surcada y protegida por la bóveda craneana-, es más una laptop escolar que una IBM de última generación.
Y es por eso que resulta imperativo cargar a esa computadora esencial con muchos programas que mejoren su rendimiento, refinen sus respuestas y creen barreras adicionales para el espía software simiesco que siempre aspira a adueñarse de sus circuitos. Y eso es lo que, en términos simples, se llama educación. Educación y un poquito de tolerancia (que casi son sinónimos).
Hildebrandt, C. Errores cerebrales. En La Primera (Lima-Perú), 09.06.08
Imágenes: cosassencillas.wordpress.com, wikio.es, conexionismo.com, spacemonkey.info
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