martes, 13 de enero de 2009

La isla de Robinson Crusoe

Como muchas novelas, la de Daniel Defoe se basa en un hecho real: la historia de supervivencia del marino escocés Alexander Selkirk en una isla del Pacífico sur. Pero, como sucede en muchas ocasiones, la ficción supera la realidad y los personajes literarios quedan grabados en la memoria de la gente como si fueran seres de carne y hueso, desplazando al olvido a quienes fueron su fuente de inspiración.


Casi todo el mundo ha leído o, al menos, sabe de la existencia de la novela de Daniel Defoe cuyo título original es Vida y extraordinarias aventuras de Robinson Crusoe, de York, navegante, pero que comúnmente es denominada Robinson Crusoe, a secas. No obstante, poca gente está enterada de la existencia de una isla que lleva el nombre de ese personaje; entre estos pocos, la mayoría la imagina situada en el Mar de las Antillas, que fue el elegido por el novelista inglés como escenario de las principales andanzas de su héroe. Pero sólo una reducida minoría sabe que la isla está ubicada en el Pacífico sur, en jurisdicción chilena, a 600 kilómetros de Valparaíso.

En realidad, desde el mismo comienzo de su historia, ese pequeño territorio insular se halla ligado a un curioso encadenamiento de circunstancias casuales.

Por ejemplo, su descubrimiento (en 1573) fue fortuito. Juan Fernández, navegante español que cubría habitualmente el trayecto de Valparaíso a El Callao, en Perú, zarpó del puerto chileno y una tempestad lo desvió de ruta. Su buenaventura hizo que pudiera salvar las naves al encontrarse con un conjunto de pequeñas islas volcánicas, a cuyas dos mayores denominó "Más a Tierra" y "Más Afuera", tomando como referencia la proximidad o lejanía de la costa.

Algunos historiadores, empero, sostienen que en realidad Juan Fernández intuía la existencia de tierra en las proximidades de Valparaíso debido al peculiar movimiento de las corrientes marinas, y que por lo tanto su descubrimiento no habría sido tan casual. Estas fuentes aseguran, asimismo, que el hecho se produjo en 1572 durante una travesía de El Callao hacia Chile, y que el desvío provocado por la tempestad le permitió -meramente- confirmar sus teorías.

Sea como fuese, lo real es que con relación a esta historia la casualidad aparece una y otra vez.

En 1703 partió de Inglaterra el galeón Cinque Ports, llevando como piloto al escocés Alexander Selkirk; al llegar a Brasil el capitán murió y asumió el mando Thomas Stradling. En un año de navegación surgieron conflictos entre éste y Selkirk, al punto que la convivencia se hizo materialmente imposible. El problema se resolvió al modo de la época: el rebelde piloto fue desembarcado con su escopeta, algunas municiones y pocos víveres en una isla desierta, precisamente la Más a Tierra.
No hubiera resultado sorprendente que el pobre marinero escocés terminara sus días sin pena ni gloria en la desolada isla, pero su obstinada capacidad de supervivencia y el casual recalado de un barco corsario, cuatro años y cuatro meses más tarde, evitaron una muerte que parecía segura. En efecto, en 1709 el navío Duke, al mando de Wooden Rogers, rescató a Selkirk y lo llevó hasta Inglaterra.

Como es imaginable, su experiencia en la lejana isla desierta fue escuchada con asombro y pronto publicada en varias formas. Además de un relato de autor anónimo aparecido en 1710, con éxito notable, la odisea de Selkirk fue recogida en otras dos obras muy populares, ambas en 1712: Navegación alrededor del mundo, testimonio del propio Wooden Rogers, y Viaje al Mar del Sur, del capitán E. Cooke. La amplia difusión que tuvieron estos libros y el paso del tiempo hicieron que hacia 1719 la aventura perdiera casi todo interés; el asunto, en ese sentido, parecía concluido. Pero...

Daniel Defoe, entonces escritor no profesional y escasamente conocido, decidió retomar el tema; su propósito no era solo narrar las aventuras vividas por Alexander Selkirk, sino -como expresamente lo señala en el prefacio- ofrecer una "ejemplarización religiosa". Este enfoque era muy lógico en la perspectiva del autor (puritano, comerciante, agitador político) y estaba presente en obras anteriores, en las que unía consejos prácticos a enseñanzas de tipo moral o religioso, tal el libro en que indicaba cómo actuar en casos de peste bubónica (Diario del año de la peste).

Pero no obstante las modestas intenciones del autor, Robinson Crusoe (nombre que le puso al personaje inspirado por Selkirk) tuvo consecuencias sorprendentes.

Por un lado, el naciente mundo burgués lo tomó como uno de sus pilares literarios, al extremo que Jean-Jacques Rousseau la señaló como la primera de las obras educativas indicadas para la juventud. Por otro lado, incidió decisivamente en la novelística británica con su estilo espontáneo y el total descuido ante las formas.


En su Historia de la literatura inglesa, Hippolyte Taine expresó: "Una sola vez y por acaso, con un soplo de genio, Defoe pudo fundir una gran estatua, figura original y racial, de un tipo aparte, que es el retrato de él mismo y la más viva efigie de su nación". Y Ramón Setantí aseguró en La novela inglesa que Defoe "halló un estilo perfectamente adecuado, claro, preciso, de una vivacidad incomparable, y que dejó de adornar literariamente para destinarlo tan solo a ser -¡pero en qué grado!- un perfecto modo de expresión. En una palabra, halló el estilo definitivo de la gran novela moderna".

Por lo demás, fue gracias a ello que la aventura del escocés Selkirk -pobremente narrada en los relatos anteriores- se hizo célebre en todo el mundo y que una pequeña isla chilena lleva el nombre no de quien protagonizara el hecho real sino del imaginario personaje de su versión literaria.


Beorlegui, Beatriz. "La isla de Robinson Crusoe". En: Revista de geografía universal. Edición peruana. Año 2, vol. 4, Nº 4.

Imágenes: espacioblog.com, islamyal-andalus.org, malvarezonline.com, squidoo.com

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