miércoles, 11 de febrero de 2009


Alejandro Romualdo (II)

Continuando con el homenaje a este destacado poeta peruano, reproducimos la reseña aparecida en el periódico Perú21 (Lima, 29.05.2008). Además, incluimos otra breve selección de sus mejores poemas.

Romualdo nació en Trujillo, en 1926, pero su familia se trasladó a Lima cuando él tenía cinco años. Estudió en la Universidad de San Marcos y, en 1949, ganó el Premio Nacional de Poesía por su primer poemario, La torre de los alucinados.

En 1951 viajó a España, donde se relacionó con grandes poetas españoles, como Vicente Alexaindre, Diego Alonso y, sobre todo, Blas de Otero, quienes influyeron en sus versos. Regresó al Perú en 1953 y de 1965 a 1969 vivió en México.

Sus primeros textos tuvieron una fuerte influencia de Rilke y de Eielson. Sin embargo, España lo transformó. Fue una de las cabezas de la llamada "poesía social", que hacía frente a la "poesía pura". Libros como Edición extraordinaria (1958) dan cuenta de este cambio. También ejerció el periodismo y fue un gran caricaturista.

En los 60 y 70, su poesía regresa a sus orígenes: la fuerza de las imágenes y el lirismo, a la vez que plantea sus inquietudes vanguardistas y el ordenamiento "espacial" de los textos (el diseño gráfico como parte del ejercicio poético). Destacan Como Dios manda (1967), Cuarto mundo (1972) y En la extensión de la palabra (1974). Poesía íntegra (1986) reúne su obra poética.

Es famosa la personalidad arisca de Romualdo. Su gran amigo Reynaldo Naranjo nos dice que le dolía el país y su ingratitud. Varios gobiernos le negaron una pensión. "Pero se fue en plena actividad: pintando y escribiendo". Alejandro, no podrán matarlo.



De "Mar de fondo"


Control remoto

Anónimo, social y combativo,
mi tácito antropoide se levanta.
Come conmigo. Fuma. Silba. Canta.
Enamoro con él. Padezco y vivo.


Siempre corrije todo lo que escribo.
Siempre intuye el dolor. Y se agiganta.
Veloz, fuga de mí: se me adelanta.
Brutal, me empuja todo lo lascivo.

Desde su límite animal, suspira.
Desde su límite animal, me mira
el pobre: taciturno, humanizado.

¡Ah, mi civil, angélico antropoide,
paga en metal y cobra en metaloide
su derecho a vivir encarcelado!



Fe de vida

Puedo morir de rabia y de dulzura.
Morir de hueso en hueso hasta el tobillo.
Arrancarme la piel con un cuchillo.
Quemar vivos mis sueños, mi ternura.

Puedo morir de risa, de amargura,
atorado, revuelto y amarillo.
Romper de amor mi hueso, mi estribillo.
Partir en dos mi vértebra más dura.

Puede lograr mi muerte lo que quiero:
hacer que en la extensión que me consigne
pazca y trisque el dulcísimo cordero.

Puedo morir como un violento cisne
de guerra. Proclamado, y prisionero,
una canción vital, un cuello insigne.

Imagen: eltiempo.com.pe

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