El autor adaptó un suceso real como esquema de su narración: el proceso de Antoine Berthet, referido en la Gazette des Tribunaux, era la historia de un hombre acusado y posteriormente guillotinado por disparar contra la mujer que había sido su benefactora y amante. Stendhal se sirvió de este proceso para poner de manifiesto el conflicto entre el individuo enérgico, voluntarioso, y las rígidas instituciones sociales.
El título de la obra responde a un doble significado simbólico e histórico: mientras que el rojo simboliza los valores encarnados por el uniforme militar francés de las tropas napoleónicas, el negro se relaciona con el hábito sacerdotal, emblema de los tiempos de la Restauración; por tanto, el conflicto se dirime entre los valores liberales y las fuerzas reaccionarias. La novela, subtitulada Crónica del siglo XIX, está articulada a partir de una estructura binaria y antitética: dos colores, dos partes, dos mujeres, dos ciudades...
Stendhal definió Rojo y negro como una crónica de las costumbres de la sociedad francesa bajo la Restauración borbónica. Definición modesta si se tiene en cuenta que el escritor utiliza la novela como medio para ilustrar y desarrollar su ideal estilístico, sus más caras creencias, ideas políticas, morales y psicológicas. Stendhal impone a su obra un estilo seco, elíptico, de una desnudez expresiva muy alejada del hiperbólico lenguaje romántico, aun sabiendo que con esa austeridad, que él llama "naturalidad", se ganará la desaprobación de los lectores y la crítica de su época. También impone, por encima de su obra, la mirada de un narrador -heredero de la tradición moralista del siglo XVIII- que toma parte activa, se inmiscuye, critica e ironiza a costa de los personajes, atendiendo a la creencia de que el escritor debe hacerse próximo al lector, debe mostrarse cómplice, aunque sea con unas pocas almas privilegiadas a las que denomina los "happy few".
En cuanto a su ideal novelístico, Stendhal definió el género como "un espejo que se pasea a lo largo de un camino", lo cual, en su caso, no implica el reflejo minucioso de la realidad, sino una selección de los detalles más importantes de la historia capaces de incidir en los personajes y transformarlos. Pero la intención última del novelista es la de influir sobre una sociedad que desprecia y a la que contrapone su modelo de acción y energía, personificado por sus protagonistas. De ahí que el retrato de ese héroe insumiso que lucha contra la "Francia grave, moral y triste que nos han legado los jesuitas, la Congregación y el gobierno de los Borbones"; una sociedad, en definitiva, incapaz de aceptar que un hijo de carpintero pueda llegar a ser general.
Julián Sorel, en ese sentido, es la encarnación de la noción de energía y capacidad de actuación que se ha dado en llamar beylismo (...). Julián no es solo el prototipo de Tartufo y arribista al que lo redujo la visión simplista de su época, sino un ser en conflicto con la sociedad y consigo mismo. Un carácter romántico y rousseauniano, ansioso de heroismos complicados, que se autoimpone como deber el aprendizaje de la hipocresía como único medio para triunfar sobre ésta.
Enciclopedia Salvat (2004). Volumen 17, p. 13518
"... Julián estaba leyendo. Nada había que pudiera serle más antipático al viejo Sorel: hubiera perdonado incluso a Julián su delgado talle, poco apropiado para trabajos de fuerza y tan diferente del de sus hermanos, pero aquella manía de lectura le resultaba odiosa. El no sabía leer".
"A los veinte años, el alma de un hombre joven está muy lejos de dejarse llevar, sin lo cual, el amor se convierte en el más aburrido de los deberes".
"Una joven coqueta que ama pronto, se acostumbra a la turbación del amor; cuando llega a la edad de la verdadera pasión, falta el encanto de la novedad".
"No se puede amar sin igualdad".

"La justicia le da miedo a todos".
"Una hermosa mujer de gran mundo es, según aseguran, lo que más sorprende a un campesino inteligente, cuando llega a las primeras clases de la sociedad".
"Seguramente el amor cerebral posee más ingenio que el verdadero amor pero, en cambio, muchos menos momentos de entusiasmo. Se conoce demasiado bien, se juzga sin cesar. Lejos de dejar extraviarse al pensamiento, se edifica sobre el pensamiento".
"No hay verdadera mirada si no hay intercambio de miradas; la mirada debe convertirse en lenguaje, si no, no es nada".
No hay comentarios:
Publicar un comentario