jueves, 30 de diciembre de 2010


Argentinos IV

En busca de la divinidad constante


La voz popular tradicionalmente cuenta que Buenos Aires se parece a París. Esto solo es verdad en lo que respecta a unas cuantas manzanas que rodean la plaza Carlos Pellegrini, el Jockey Club y la Embajada de Francia, donde se levantan varios "petit hotels" copia conforme de la arquitectura de Haussman del siglo XIX francés. Por lo demás, el resto de la enorme ciudad de Buenos Aires más hace pensar a Madrid, a cualquier ciudad del Mediterráneo de Italia, y sitios como el viejo Café Tortoni, en la parte de la antigua city, están salidos directamente de algún rincón de Palermo.


Hoy también existe un Buenos Aires "ultra design" de edificios inteligentes de última generación en la nueva zona financiera frente al río y un barrio "yuppie chic" alrededor del Faena + Universe, el último hotel ultratendencia diseñado por Philippe Starck en los renovados "docks" de Puerto Madero.



El perfil de Buenos Aires ha ido cambiando al ritmo de sus olas migratorias y de la moda en el mundo; lo que no cambia es la particular originalidad de su gente. Esta ciudad repleta de galerías de vanguardia, de teatros de ensayo y de librerías con todos los libros que se pueda desear no es solo racionalismo cerebral y cultura europea. A diferencia de Francia, donde el pueblo cuestiona cada cosa y la "inteligentsia" no cree en nada de origen divino, los argentinos ven a Dios en todo. Desde los dirigentes políticos hasta las figuras del deporte y la farándula, aquí nadie es rey, todos son dioses.


El culto a la divinidad conoció su apogeo en la época de Perón, donde Evita no era solo amada como símbolo político sino venerada como una diosa por el pueblo. El premio Nobel V.S. Naipul explora de manera detallada este fenómeno en su cuento corto "The Return of Eva Perón", donde escribe la increíble atracción que ejercía esta mujer de origen humilde y de pasado turbulento sobre una sociedad de militares y de machistas; la eterna fascinación del hombre latino con la figura de la mujer santa y pecadora a la vez. Evita fue una diosa que el pueblo argentino luego trató en serio de elevar oficialmente al rango de santa de la Iglesia Católica, una idea que no prosperó. A partir de allí la gente ya no se conforma con tener simplemente estrellas, hay una necesidad colectiva de rodearse de divinidad.



Las muy famosas y muy veteranas figuras de la televisión Mirtha Legrand y Susana Giménez, que desde hace décadas permanecen en la primera fila de los rátings, son comúnmente llamadas diosas por sus fans. Una belleza más reciente y más joven como la "top model" Valeria Mazza es considerada como la diosa argentina de las pasarelas internacionales. No es inusual que la gente al dirigirse a ellas en público y seguro que en privado les digan "Sos una diosa", con cara de palo y sin pensar que hay en ello ninguna ironía, actitud totalmente impensable para un francés racional por más entusiasmado que esté.


Caso excepcional fue cuando Francia ganó la Copa del Mundo en 1998 y se editó un DVD con el título "Los dioses del estadio", fruto de un entusiasmo que desbordó la conducta medida del francés promedio, la justificación sigue siendo que nadie nunca, ni en mil años, pensó que ganarían. Esto no es nada comparado con la veneración que el pueblo argentino le tiene a Diego Maradona, el dios del fútbol. A partir de su cura de desintoxicación en La Habana y de su protagonismo en la cita cumbre de Mar del Plata junto a Chávez desafiando a Bush, Maradona ha vuelto a saltar a las primeras planas de los diarios y a aparecer en la televisión, donde se lo vio hace poco rodeado por una corte de entrevistadores fanáticos, quienes sumergidos en plena idolatría optaron por llamarlo directamente dios en alusión a su número 10. Durante la emisión iban emocionados de un lado al otro como impulsados por una fe ciega diciéndole: "Por favor, dios, vení para acá".


Cierto es que los argentinos tienen un gran país, muy buen fútbol y que han ganado muchas veces lo que ha dado pie al dicho "Dios es argentino". Y quién sabe, después de todo, ¿por qué no, che?



Maki Miró Quesada. "Carta de París". En El Comercio (Lima-Perú), 17.12.05

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