viernes, 21 de enero de 2011

Impostores y falsarios (II)


En el mes de julio de 1857, el matemático Michel Chasles puso en conocimiento de la Academia de Ciencias un lote de cartas inéditas de Pascal, que le habían sido vendidas por su proveedor habitual, el ilustre falsario Vrain-Lucas. Según ellas, el autor de las Provinciales había formulado, antes que Newton, el principio de la atracción universal. No dejó de extrañarse un sabio inglés. ¿Cómo explicarse -dijo en sustancia- que estos textos recojan medidas astronómicas llevadas a cabo muchos años después de la muerte de Pascal y que sólo conoció Newton ya publicadas las primeras ediciones de su obra? Vrain-Lucas no era hombre para apurarse por tan poco, puso de nuevo mano a la obra y pronto, rearmado por él, Chasles pudo mostrar nuevos autógrafos. Ahora los firmaba Galileo y estaban dirigidos a Pascal. De esta manera se resolvía el enigma: el ilustre astrónomo había hecho las observaciones y Pascal los cálculos. Todo ello, y por ambas parates, secretamente. Cierto es que Pascal no tenía sino 18 años a la muerte de Galileo. Pero eso nada importaba; no era sino otra razón que añadir para admirar la precocidad de su genio.


Sin embargo, advirtió el infatigable objetante, existe una nueva rareza: en una de esas cartas, fechada en 1641, Galileo se queja de no poder escribir sino a costa de una gran fatiga de sus ojos, y ¿no sabemos que desde fines del año 1637 estaba completamente ciego? Perdóneme -contestó poco después el buen Chasles-, estoy de acuerdo con que hasta ahora todos creíamos en esa ceguera; pero nos equivocamos, porque puedo introducir en los debates una pieza decisiva: otro sabio italiano hizo saber a Pascal, el 2 de diciembre de 1641, que en esa fecha Galileo, cuya vista se debilitaba hacía varios años, acababa en este momento de perderla por completo...


No todos los impostores han desplegado tanta fecundidad como Vrain-Lucas; ni todos los engañados, el candor de su lamentable víctima. Pero que el insulto a la verdad sea un engranaje, que toda mentira acarree casi forzosamente como secuela muchas otras, llamadas a prestarse, por lo menos en apariencia, apoyo mutuo, es cosa que enseña la experiencia de la vida y confirma la de la historia. Es la razón por la que tantos fraudes célebres se presentan en racimos: falsos privilegios del sitio de Canterbury, falsos privilegios del ducado de Austria -suscritos por tantos grandes soberanos, de Julio César a Federico Barbarroja-, falsificaciones en forma de árbol genealógico, del caso Dreyfuss: creeríase (y no he querido citar sino algunos ejemplos) ver una multiplicación de colonias microbianas. El fraude, por naturaleza, engendra el fraude.





Bloch, Marc (1965). Introducción a la historia. México: Fondo de Cultura Económica
Imágenes: madrimasd.org

1 comentario:

Anónimo dijo...

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