viernes, 7 de enero de 2011

Impostores y falsarios (I)
La fama, el dinero y la vanidad son los fabricantes de esta enorme tribu que distingue a la "especie humana". A partir de ellos la estafa acecha en cualquier momento de la historia. A continuación dos casos notables.



La historia del falsificador más original

La desaparición de "La Gioconda" del Museo del Louvre conmocionó a París en 1911. Casi un siglo después, la más reciente novela de Martín Caparrós causa parecida fascinación al relatar la historia del responsable del hurto: el argentino Marqués de Valfierno.

"Valfierno" (Premio Planeta Argentina 2004), ... es la historia del falso marqués Eduardo de Valfierno, habilísimo estafador argentino implicado en el robo de "La Gioconda" del museo del Louvre en 1911... Curioso personaje este Valfierno. El único dato sobre su existencia proviene de un reportaje publicado en una revista de Filadelfia en 1932, muerto ya el genial falsificador de arte.

(...)

¿Cuán riesgoso puede ser novelar un tema como el robo de "La Gioconda", que de por sí es ya especialmente novelesco?
Eso fue lo que me previno de escribir este libro durante mucho tiempo. Me parecía que la historia en sí ya era tan perfecta que no veía qué agregarle. Pero luego se me ocurrieron dos razones para contestar esta pregunta: intentar una estructura más interesante que un relato lineal e inventarle una vida al personaje de Valfierno, personaje que nadie conoce. La novela ficciona cincuenta años de su vida.

"Valfierno" es también un tratado sobre la falsificación. Señalas en la novela que la condición de la existencia de un falsificador es, justamente, la de no existir...

En este sentido, Valfierno me parece uno de los artistas más loables. En general, todo artista quiere poner por delante de la obra su propia persona, mientras que el falsificador, si quiere ser bueno en ello, lo que hace es borrar todo rastro de su persona, pretender que no existe, que el cuadro lo hizo Da Vinci, Van Gogh, quien sea. Valfierno se falsifica a sí mismo, deja de ser quien era para ser otro. Estás frente a un artista tan imbuido de su arte que se abandona a sí mismo para realizarlo.


Lo paradójico es que Valfierno, al final de sus días, buscó el reconocimiento por su gran obra, la falsificación de la Mona Lisa...

Eso es lo que siempre me interesó del personaje. Debe ser terrible saber que has hecho algo genial y te angustia saber que vas a morir sin que nadie sepa tu historia.

¿Valfierno no es también el símbolo de una Argentina que, en su fundación como nación, no buscó también copiar a Europa, un país que debió falsificar una identidad?

A mí la palabra símbolo me asusta un poco. Digamos que fue la puesta en escena de aquello que la Argentina hizo entre 1880 y 1910. En ese tiempo hubo millones de personas que se falsificaron a sí mismas como argentinas. Llegaban al puerto de Buenos Aires y eran españoles, rusos, italianos o alemanes. Convertirse en argentino implicaba una construcción de una identidad distinta, falsa. Tenían que cambiar de lengua, de comida, de lugares, de trabajo, armarse de otros personajes. Efectivamente, en ese sentido, el destino de Valfierno se relaciona con el de millones de compatriotas.


¿Esa esquizofrenia en la construcción de la identidad argentina cómo se expresa actualmente?
Habría que verlo. A principios de siglo, siempre se comparaba a la Argentina con Australia. Y aparentemente a Australia le fue mucho mejor. Quizás porque entre los primeros contingentes hacia Australia había barcos enteros cargados de putas, y eso les dio algún tipo de ventaja sobre nosotros (ríe). Lo cierto es que ese destino de aluvión está en Australia, Canadá, Estados Unidos y, sin embargo, fuimos nosotros los que peor lo hicimos. Quizás por el esfuerzo de separarnos del contexto. Intentamos tanto no ser latinoamericanos que terminamos en esta situación actual, ridícula, en que somos latinoamericanos en el peor sentido, con la desigualdad, la sociedad polarizada, la exclusión y todo eso. Un país sin un estado fuerte que se haga cargo de sus ciudadanos.

Entrevista realizada por Enrique Planas. El Comercio (Lima-Perú), 22.12.05




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