Los textos presentados hasta aquí, están referidos al Mundial de Fútbol (Soccer) 2006, realizado en Alemania, un año antes de que comience la Gran Crisis Mundial del Capitalismo, y que pasados ya cuatro años prosigue su marcha, castigando especialmente a las economías europeas. Hasta el mundial alemán se vivía la euforia de los grandes negocios y de las grandes ganancias en la estrambótica feria capitalista y, evidentemente, en el fútbol-soccer, el más grande negocio deportivo de todos los tiempos. En él, dinero y mercado pesan tanto o más que la calidad y capacidad deportiva.
Ya el campeonato mundial del 2010, realizado en Sudáfrica, no tuvo los oropeles ni fuegos artificiales del 2006. La desbocada codicia del capital financiero había mellado la euforia de los mercados y de los negocios. Ahora, avanzamos hacia la realización del mundial en Brasil (2014). El segundo que se realizará en este país, el más grande de Sudamérica. Motivados por tal repetición cerramos esta serie sobre el fútbol-soccer, con un texto referido al Mundial de 1950, donde el país más "futbolero" del mundo, sufrió la "tragedia del Maracanazo".

El 8 de abril de 2000 murió Moacyr Barbosa, primer portero negro de la selección brasileña. Unas 30 personas se acercaron a velar el ataúd cubierto por la bandera del desaparecido equipo Ypiranga. Poco antes de que el féretro fuera trasladado al cementerio, un directivo del Vasco da Gama llevó una bandera del club de la franja negra.
En un país donde los futbolistas alcanzan el rango de semidioses, Moacyr Barbosa fue despedido como un fantasma. Poco importó que el portero hubiera contribuido a darle cinco títulos de la liga de Río y un título de Sudamérica al Vasco da Gama. Su tragedia se cifró en un instante del que no podría recuperarse.


En 1993 la televisión inglesa rodó un documental para preparar el ambiente del Mundial de Estados Unidos. El equipo de grabación quiso que Barbosa visitara a la selección brasileña, pero el entrenador, Mario Lobo Zagallo, le negó la entrada para impedir que el embajador de la mala suerte contagiara su desgracia a sus muchachos. Cuando lo interrogaron acerca de este incidente, Barbosa miró a una cámara con ojos desolados y dijo que en Brasil la condena máxima por un crimen era de 30 años. En un país sin cadena perpetua sólo él estaba condenado de por vida.
La primera muerte de aquel hombre había ocurrido medio siglo antes, en la soleada cancha de Maracaná.
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