lunes, 24 de diciembre de 2007


Sobre México: Lawrence, Lowry y Greene

Extraña fascinación de los escritores ingleses por México; fascinación y temor ante lo desconocido y diferente en la gente, en la propia naturaleza, y en un mundo no domesticado o "civilizado". También muchos prejuicios ante una realidad que se les escapa de las manos.


D.H. Lawrence: La serpiente emplumada


"Todos los vendedores se habían refugiado en grupos en las tiendas de pulque, una de las cuales tenía el siniestro nombre de A ver que Sale.
Ahora lo repulsivo le daba más miedo que cualquier otra cosa. Había estado en muchas ciudades del mundo, pero México tenía una fealdad subterránea, una especie de malignidad, que hacía de Nápoles una ciudad casi elegante en comparación. Tenía miedo, temía la idea de que algo pudiera tocarla en esta ciudad y contagiarle su rastrera maldad. Pero sabía que lo primero que debía hacer era no perder la cabeza".


"Después de cenar, Kate subió a su habitación. Y no pudo dormir en toda la noche. Escuchó los ruidos de la Ciudad de México y luego el silencio y el horrible temor que con tanta frecuencia inspira la oscuridad de la noche mexicana. En el fondo de su ser, aborrecía Ciudad de México. Incluso la temía. Durante el día podía tener cierto hechizo, pero de noche emergía el terror y la maldad oculta".




"Cuando se olvidan de la Patria, de México y de todas esas pamplinas, son un pueblo simpático como hay pocos. Pero en cuanto se sienten nacionalistas, se vuelven monos. Un hombre de Mixcoatl me contó una bonita historia. Mixcoatl es una capital del sur y hay en ella una especie de oficina laborista. Los indios bajan de las colinas, salvajes como conejos. Y los laboristas, los agitadores, les meten en esa oficina y les dicen: "Vamos a ver, señores, ¿tienen algo que declarar sobre su pueblo natal? ¿No ocurre nada que les gustaría reformar?". Entonces, como es natural, los indios empiezan a quejarse los unos de los otros, y el secretario dice: "¡Un momento caballeros! Permítanme telefonear al gobernador para informarle de esto". De modo que levanta el auricular y marca un número. "¡Oiga! ¿Es el Palacio? ¿Está ahí el gobernador? Dígale que el señor Fulano desea hablar con él". Los indios le miran con la boca abierta. Para ellos, es un milagro. "¡Ah! ¿Es usted, gobernador? ¡Buenos días! ¿Cómo está? ¿Me puede atender un momento? ¡Muchas gracias! Verá, tengo aquí a unos caballeros de Apaxtle, que está en las colinas: José Garcia, Jesús Querido, etc., los cuales desean informarle de lo siguiente. ¡Sí, sí! ¡Eso es! ¡Sí! ¿Qué? ¿Que se ocupará de que se haga justicia y todo se resuelva felizmente? ¡Ah, señor, muchas gracias! En nombre de estos caballeros de las colinas, del pueblo de Apaxtle, muchas gracias".
Los indios se quedan mirándole como si los cielos se hubieran abierto y la Virgen de Guadalupe se hallara de puntillas sobre sus mentones. ¿Y qué ha sucedido? Pues que el teléfono no funciona, ni siquiera está conectado. ¿No es asombroso? Pues así es México".


"Cuando un mexicano grita ¡Viva!, no tarda en gritar ¡Muera! cuando dice ¡Viva!, quiere decir en realidad ¡Muera éste o el otro! Pienso en todas las revoluciones mexicanas y veo a un esqueleto precediendo a gran número de personas y haciendo ondear una bandera negra con ¡Viva la muerte! escrito en grandes letras blancas. ¡Viva la muerte! No ¡Viva Cristo Rey! sino ¡Viva Muerte Rey!"


"En el corazón de esta tierra duerme una gran serpiente, en medio de fuego. Los que bajan a las minas sienten su latido y su sudor, sienten sus movimientos. Es el fuego vivo de la tierra, porque la tierra está viva. La serpiente del mundo es enorme, y las rocas son sus escamas y entre ellas crecen árboles. Yo os digo que la tierra que caváis está viva como una serpiente que duerme. Es tan vasta la serpiente sobre la que camináis, que este lago se encuentra entre sus pliegues como una gota de lluvia en los pliegues de una culebra dormida. Pero también ella vive. La tierra está viva".



Malcolm Lowry: Bajo el volcán





"... y Hugh imaginó ver con toda claridad a Juan Cerillo, alto, montado en un caballo demasiado pequeño para su estatura, por lo cual, sus pies llegaban casi a tocar el suelo, sin espuelas, sombrero de ala ancha con un listón echado hacia atrás y una máquina de escribir en una caja que, pendiente de una correa en torno al cuello, descansaba en el pomo de la silla: en la mano libre llevaba una bolsa con dinero, y un muchacho correteaba detrás en medio del polvo. ¡Juan Cerillo! En España fue uno de aquellos raros símbolos humanos de la generosa ayuda con que México había contribuido; regresó a su país antes de Brihuega. Después de estudiar química, trabajó en Oaxaca en un banco de crédito ejidal, entregado, a caballo, el dinero para habilitar el esfuerzo colectivo de lejanos pueblos zapotecas. Asaltado con frecuencia por bandidos que criminalmente gritaban 'Viva Cristo Rey', blanco de balas disparadas por enemigos de Cárdenas apostados en los campanarios de reverberantes iglesias, su labor cotidiana consistía asimismo en una aventura a favor de una causa humana que Hugh fue invitado a compartir (...).

"... Hugh parecía escuchar la voz de su amigo riñéndole. Era la misma voz quejumbrosa que antaño, en España, le dijo refiriéndose al caballo que abandonara en Cuicatlán: -Mi pobre caballo debe estar mordiendo, mordiendo todo el tiempo -pero ahora se refería al México de la infancia de Juan, al del año en que Hugh nació. Juárez había vivido y muerto. Y sin embargo, ¿era un país con libertad de expresión, respeto a la vida, a la libertad y a la lucha por la felicidad? ¿País de escuelas ornadas con brilantes murales y en el cual hasta el más pequeño poblado de las frías montañas poseía su teatro al aire libre y en donde la tierra estaba en manos del pueblo, libre para expresar su genio nacional? ¿País de granjas modelo: de esperanza? ... Era un país de esclavitud en donde se vendía a los seres humanos como ganado, y los pueblos autóctonos: yaquis, papagos, tomasachics, exterminados por deportaciones o reducidos a peor estado que el peonaje, perdían sus tierras en servidumbres o a manos de extranjeros. Y en Oaxaca existía el terrible Valle Nacional, en donde el mismo Juan -esclavo de buena fe con siete años de edad- vio a un hermano mayor azotado hasta morir y a otro -comprado por cuarenta y cinco pesos- morir de hambre en siete meses, porque cuando esto ocurría, resultaba más barato al propietario comprar otro esclavo que tener mejor alimentado al que moría de agotamiento al cabo de un año. Todo esto se llamaba Porfirio Díaz: 'rurales' por doquiera, 'jefes políticos' y crimen, extirpación de las instituciones políticas liberales, y el ejército, máquina de masacres, era un instrumento de exilio. Juan conoció esto en carne viva, y aún más. Porque luego durante la revolución, asesinaron a su madre. Después, Juan mató a su padre, quien al luchar con Huerta traicionó la causa. ¡Ah! la culpa y la aflicción persiguieron también los pasos de Juan, porque no era católico para que pudiera resurgir limpio del refrescante baño de la confesión. Y sin embargo, persistía esta trivialidad: que el pasado había pasado irrevocablemente. Y el hombre estaba dotado de conciencia para lamentarlo sólo en la medida en que pudiera cambiar el porvenir. Porque el hombre, cada hombre, parecía decirle Juan, al igual que México, debe luchar sin tregua por alcanzar las alturas. ¿Qué era la vida sino un combate y el paso por el mundo de un extraño? También la revolución ruge en la 'tierra caliente' del alma de cada hombre. No hay paz que deje de pagar pleno tributo al infierno...".




Graham Greene: El poder y la gloria




"Mr. Tench salió a buscar el otro cilindro, afuera, bajo el sol llameante de Méjico y el polvo blanquecino. Unos cuantos zopilotes se asomaron desde el tejado con apática indiferencia; todavía no era él una carroña. Un vago sentimiento de rebeldía sacudió su corazón; se destrozó las uñas al arrancar un pedrusco del suelo, que arrojó a las aves. Una de ellas partió aleteando sobre la ciudad: sobre la plaza chiquitina; sobre el busto de un ex presidente, ex general, ex ser humano; sobre los dos tenderetes donde se vendía agua mineral; hacia el río y el mar. No encontraría nada, ya que los tiburones buscaban carroña por allí. Mr. Tench siguió atravesando la plaza.
Le dijo Buenos días a un hombre con pistola que estaba sentado en un cuadrito de sombra contra la pared. Pero allí no era como en Inglaterra: el hombre no dijo nada, tan sólo alzó la vista con malevolencia, como si jamás hubiera tenido trato con él, como si él no fuera quien puso el forro de oro en dos de sus muelas".



"No podía verla en la oscuridad, pero muchas caras que recordaba de los viejos tiempos, se acomodaban a su voz. Cuando uno mira con detención a un hombre o a una mujner, siempre llega a sentir piedad...; ésa es una cualidad que la imagen de Dios trae consigo. Cuando miráis las arrugas junto a los ojos, la forma de la boca, el modo de crecer el pelo, es imposible odiar. El odio no es más que un fracaso de la imaginación".

Imágenes: isola-di-rifuiti.blogspot, fantasticfiction.co.uk, groups.msn, lamundial.net,
librodearena.com, archive.salon.com, patricio00.com

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