El raje
La opinión ilustrada de Marco Aurelio Denegri sobre el significado de una de las actividades más comunes y detestables del ser humano, resultado de la hipocresía que abunda en nuestra vida social.
Maledicencia es la acción y efecto de hablar mal de alguien y desacreditarlo. Equivale por lo general a raje y éste a murmuración, en la tercera acepción de murmurar, esto es, hablar de un ausente, censurando sus acciones.
El chisme, desde luego, se relaciona también con la murmuración, el raje y la maledicencia. ¿Qué es el chisme? Según la Academia: "Noticia, o comentario, verdadero o falso, con que generalmente se pretende indisponer a unas personas con otras, o se murmura de alguna".
Carlos Alberto Seguín decía que el vocablo chisme tenía el mismo origen griego de cisma y esquizofrenia, voces procedentes de schizo-, y éste de schizein, que en griego significa cortar, separar, dividir. Por eso la Academia dice que el chisme pretende indisponer a unas personas con otras, separarlas, enfrentarlas, desunirlas, desarmonizar su relación. Pero no siempre es ésa la intención del chisme, ni tampoco el chisme es exactamente lo mismo que el raje, ni el raje equivale precisamente a la murmuración. Pero claro está que todos estos conceptos se emparientan muy estrechamente. El concepto central es el de hablar mal de un ausente, censurándolo y desacreditándolo. Esta maledicencia alcanza en el raje una intensidad y violencia que la murmuración y el chisme no tienen. Nótese que rajar, en sentido recto, es dividir en rajas, y raja es cada una de las partes de un leño que resulta de abrirlo con un hacha. Rajar es, pues, hender, partir, abrir. El raje es por lo tanto hiriente y vulnerativo. La murmuración y el chisme pueden ser y de hecho son molestos e incomodantes, pero ni la una ni el otro tienen la violencia denigrativa y pulverizante del raje.
Sostengo -y en serio- que el raje nos es necesario. ¿Por qué? Porque nos permite expresar lo que las convenciones sociales normalmente no nos permiten. Por ejemplo, las convenciones sociales no permiten la absoluta franqueza en el trato con los demás, pues ello traería consigo mil y uno problemas y dificultades. Cuentan los biógrafos de Émile Zola que el haber sido este gran novelista tan franco y directo en sus relaciones con los demás, le ocasionó muchos contratiempos. Cuando le presentaban a alguien y él advertía que se trataba de un estúpido, interrumpía inmediatamente el diálogo y le decía a su interlocutor: "Señor, no puedo seguir hablando con usted, porque usted es un estúpido". Nosotros, en la vida diaria, no podemos tener esa franqueza, porque estaríamos peleando todo el día. Pero en el raje nos desquitamos y decimos: "Ah, ¿fulanito? Bueno, ése es un estúpido".
El raje es pues útil. Es un desahogo ante las restricciones e imposiciones de la vida social. Y a veces no es ocasional, sino solencia. Tal el caso del escritor venezolano Rufino Blanco Fombona (1874-1944), que se despachó a gusto cuando hubo de entrevistarlo el poeta arequipeño Alberto Guillén (1897-1934).
"-¿Qué le parece Linares Rivas? -le preguntó Guillén.
"- El más mediocre de los mediocres.
"- ¿Y Palacio Valdés?
"- Un Linares Rivas de la novela. Ambos sirven para uso de las señoritas de la clase media, que es media en todo. Ni Palacio Valdés ni Linares Rivas son de una estupidez absoluta; son peor que eso: son mediocres.
- "Y Sanchiz, ¿qué opinión le merece?
"- Ninguna. Yo puedo ver, aun sin quererlo, a un corpúsculo como Linares Rivas, pero mis lentes no son microscopios para descubrir microbios" (Alberto Guillén, La linterna de Diógenes. "La Aurora Literaria, 1923, 134-135).
No hay comentarios:
Publicar un comentario