viernes, 22 de enero de 2010

Eros XI


El corazón del edificio era todo maquinaria. Parte de la misma servía para mantenerlo en el aire; también había máquinas que operaban el sistema de aire acondicionado y los condensadores de agua y las espitas de agua; y una sección aislada, parte de los generadores que alimentaban la trampa electromagnética. Nessus se puso manos a la obra. Luis y Prill le miraban, fingiendo ignorarse el uno al otro.
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Luis estaba descansando, sin dormir. Se había tendido boca arriba sobre el gran lecho. Tenía los ojos abiertos y estaba mirando por la claraboya semiesférica del techo. El resplandor del halo solar asomaba sobre el borde de la pantalla cuadrada. Faltaba poco para el amanecer; el Arco seguía dibujándose azul y brillante sobre el cielo negro.


Una sombra entró en el dormitorio.

Luis se quedó inmóvil. La entrada estaba oscura. Sin embargo, los ondulantes movimientos y la distribución de las suaves sombras de sus curvas le revelaron que una mujer desnuda avanzaba hacia él.

¿Una alucinación? ¿El espíritu de Teela Brown? La figura llegó a su lado antes de que lograse decidirse por una u otra alternativa. Con perfecto dominio de sí misma, se sentó en la cama. Extendió una mano, le rozó el rostro y comenzó a acariciarle una mejilla con las yemas de los dedos.

Era casi calva. Su melena se reducía a un mechón de un par de centímetros de ancho que le crecía en la base de la nuca. Sus facciones resultaban prácticamente invisibles en la oscuridad. Pero tenía un cuerpo adorable. Era la primera vez que Luis veía su figura. Era delgada y recia, como una bailarina profesional. Tenía los senos altos y turgentes.

Si la cara hubiera estado a la altura del cuerpo...

- Vete -dijo Luis sin rudeza. La cogió por la muñeca e interrumpió las caricias de sus dedos sobre su rostro. Le producía una sensación parecida al masaje de un barbero, infinitamente relajante. Se levantó, la hizo ponerse de pie suavemente, la cogió por los hombros. ¿Y si simplemente le hiciera dar media vuelta y le diera una palmadita en el trasero...?

Ella comenzó a pasarle los dedos por el cuello. Había comenzado a usar las dos manos. Luego le acarició el pecho, le dio un pellizco aquí, y otro allí, y de pronto Luis sintió una incontenible lascivia. Se aferró a sus hombros con todas sus fuerzas.

Ella dejó caer las manos. Esperó inmóvil, sin intentar ayudarle, mientras él se quitaba el jersey. Pero en cuanto una nueva extensión de piel quedó al descubierto, volvió a acariciarle aquí y allí, no siempre en los puntos con mayor concentración de terminaciones nerviosas. Cada caricia parecía activar directamente el centro de placer de su cerebro.

Luis era todo fuego. Si ella le rechazaba ahora, recurriría a la fuerza: tenía que hacerla suya...
... Pero en algún recóndito rincón conservaba un resquicio de serenidad que le decía que esa mujer sería capaz de dejarle frío con la misma facilidad con que le había excitado. Se sentía como un joven sátiro, pero también tenía la vaga sensación de ser un muñeco.

Aunque en esos momentos no le importaba un comino.

Y el rostro de Prill seguía tan inexpresivo como siempre.

Le condujo hasta el borde del orgasmo, luego le retuvo allí, le retuvo allí... de tal forma que cuando por fin se produjo fue como caer herido por un rayo. Pero el rayo continuó y continuó, cual centelleante descarga de éxtasis.

Cuando todo terminó, casi ni advirtió que ella se marchaba,.

Debía saber perfectamente hasta qué punto había sido un juguete en sus manos. Antes de que llegara a la puerta, ya se había dormido.

Y se despertó pensando: "¿Por qué lo haría?".

"No hay que ser tan analítico -se replicó a sí mismo-. Se siente sola. Debe llevar muchísimo tiempo aquí. Ha logrado dominar un arte y no ha tenido oportunidad de practicarlo..."

Arte. Debía saber más anatomía que muchos profesores. ¿Un doctorado en Prostitución? La profesión más antigua del mundo era mucho más complicada de lo que podía parecer a simple vista. Luis Wu era capaz de reconocer la excelencia en cualquier terreno. Esta mujer sobresalía en el suyo.

Se tocan esos nervios en el orden adecuado y el sujeto reaccionará de tal y tal forma. Un dominio adecuado de la técnica puede convertir a un hombre en una marioneta...





Larry Niven (1987). Mundo anillo. Madrid: EDISAN

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