domingo, 30 de julio de 2017

La soledad y la infinita soledad

En Latinoamérica y el habla castellana la más famosa soledad es aquella de los cien años que cuenta García Márquez en su muy difundida novela. Aunque más radical es la soledad de Pedro Páramo en el osario de Comala. Estas son soledades de la imaginación donde los protagonistas están, sin embargo, acompañados de vivos y muertos. Pero hay otras soledades de novela y de realidad sin compañía humana, y soledades absolutas que no tienen ningún remedio.




Soledad I
 
Keshpi abrió la boca y enseñó su fuerte dentadura de lobezno; pero no articuló palabra. No sabía razonar y era impotente para coordinar algunas frases con lógica ilación.
(...)

La montaña y la soledad habian aplastado completamente su espíritu. Jamás se ponía en comunicación con ningún ser dotado de palabra. De tarde en tarde cruzaba por allí algún viajero; pero pasaba de largo, como huyendo de la vecindad de los agentes naturales que allí se ostentaban con toda su grandeza. Y él se quedaba solo con sus pocas ovejas, solo frente a la montaña, solo con sus ruidos, con el viento y la tempestad.

Había cerrado la noche, y una vaga claridad comenzó a dorar las cumbres de los montes sumidos en silencio y oscuridad: era la luna que surgía detrás de un pico del Illimani, rielando en un cielo limpio y tachonado de estrellas. Lejos, en las cuencas de los valles y en la falda de los montes, se encendieron algunos fuegos, como para anunciar la presencia del hombre en esos parajes, cuya grandeza y soledad angustiosa oprimían dolorosamente el corazón.

Los viajeros se dieron a la faena de preparar su merienda.

Uno de ellos, Cachapa, cogió una pequeña chonta que encontró sobre una piedra plana que servía de muela al pastor y, con disimulo, salióse a cosechar en una chacra de patatas que había visto crecer detrás de la casa, a la vera del camino; y a poco regresó llevando en su poncho una buena porción de ellas. Agiali fue en busca de la leña, porque el pastor se mostraba huraño y permanecía de pie a la entrada de su covacha, mirando con gran curiosidad los andares de sus huéspedes.

En uno de ellos, Agiali alargó el cuello en el interior de la vivienda de Mallcu, iluminada por un pabilo puesto sobre grasa en roto cacharro, y dijo en voz baja a sus compañeros:
- Este es más pobre que el Leque. (Era el tal un miserable sin más bienes en el mundo que los andrajos con que se cubría.)

Cachapa, curioso, se asomó al agujero negro.

Casi nada había en la desamparada vivienda. Un poyo de barro de lecho, y encima dos cueros carcomidos y casi pelados, sobre los que el idiota dormía abrazado a su perro; un fogón con una olla desportillada encima, un cántaro con el cuello roto, y, colgados de los muros, una chontilla vieja y dos lazos. Eso era todo...

Arguedas, A. (1945). Raza de bronce. Buenos Aires: Losada