viernes, 7 de marzo de 2008


Lo festivo, lo procaz y lo obsceno en literatura (I)

Dicen algunos eruditos que la ñoñería y la pudibundez llegó a la literatura castellana con los judíos durante la feudalidad. Quizá sea cierto, pero en el medioevo y Renacimiento europeo hay buena literatura que puede ser calificada de procaz u obscena. Lo que sigue es de diversas épocas.


Lo festivo




El cura de chuchurumbel

La prima del cura
de Chuchurumbel,
por no hacer dos camas
se acuesta con él.
Ricardo Palma



El delito de Juan Pro

Me llamo Juan Pro. Nací, hace ya algunos años, en un puertecillo pesquero de la costa cantábrica. Mis padres descuidaron mi educación. Fui golfo, recogí colillas, dormí tres veces en cuartel de policía. Al cumplir los quince años, mi padre me llamó una tarde a su dormitorio y me dijo:
- Juan, eres un inútil. Un hombre debe ganarse la vida con su propio esfuerzo. Hasta hoy has tenido mesa, cama y ropa limpia. Mañana el "Isabel II" zarpa para Buenos Aires. Te he recomendado al capitán López. Haz tu lío... y buena suerte.
Me quedé lívido, anquilosado e idiota. En la noche, no cerré los ojos. En la madrugada, mi madre, cautelosa, deslizó tres duros en mi faltriquera. Partí.
Llegué a Buenos Aires un Viernes Santo. Recuerdo que un señor Rivera me aceptó como sirviente. Trabajé, estudié, me hice hombre. A los ventidós años era ingeniero electricista, y jefe de una usina en Córdoba. Y en Córdoba cometí el crimen que desde hace dos años purgo en esta "Cárcel de Nuestra Señora de la Anunciación".
¿Queréis saber por qué delito hube de transponer los infamantes umbrales de este presidio? Os referiré la historia de mi delito, tal como la expuse a mis jueces el día de mi defensa. Hablé así:


"Señores Jueces: La imputación que sobre mi persona recae, de haber atentado contra el pudor de doña Amelia Sotillo, reposa en la ignorancia en que se encuentra todavía la Justicia de ciertos detalles necesarios de esclarecer. He aquí los antecedentes y las circunstancias del crimen que se me imputa.
Vi por primera vez a Amelia Sotillo en el "Teatro San Martín". Era una mujer hermosa, morena, de ventidós a ventitrés años, alta, distinguida y coqueta. Gustó de la impertinencia de mis gemelos aquella noche, mientras en la escena se complicaba el "quid-pro-quo" de una comedia de Tristán Bernard. A la salida, me situé estratégicamente. Me miró con interés, con fiebre casi. La seguí.
Con asiduidad diaria rondé su ventana. Sonreían a mi paso -enloquecedoramente para mi corazón- sus labios sangrientos y húmedos, reventones e inaccesibles. Me enamoré de la boca de Amelia Sotillo...




Una noche de audacia, me detuve a la hoja de su ventana y la hablé. Me contestó, extrañándose de que no lo hubiera hecho antes. Conversamos; conversamos mucho... Daban las dos de la madrugada cuando una mano blanca dibujaba una seña de adiós en medio de la soledad oscura de la calle de Artigas. Volví al día siguiente... Un beso en los dedos subrayó nuestra despedida...
Solicité, discretamente, la amistad de un visitante. No hubo tropiezo en mis propósitos, y una noche -de smoking y gardenia- hice mi entrada en el salón de los esposos Sotillo. Las hijas, Juana, Isabel y Amelia, me recibieron con amabilidad.
Comencé a frecuentar la casa semanalmente. Luego, todas las noches. Se tertuliaba en el jardín de la casa y en la glorieta se servía el mate. A menudo, don Alberto, el padre de la familia, me forzaba a embestidas ajedrecísticas.
Intimé. En aquellas reuniones nocturnas, bajo la gravedad de la glorieta, mi apellido resonaba con solicitación incesante.
- Pro, papá le llama...
- Pro, mamá quiere decirle una cosa...
- Pro, juguemos nuestra partidita...
- Pro, cuidado con el mate que está hirviente...
Una noche nos quedamos solos; Amelia y yo. Era en pleno verano y la familia estaba invitada a una fiesta. Ella arguyó indisposición; yo pretexté fatiga. Permanecimos largo rato en la sala sin decirnos palabra, como temerosos de la felicidad que las horas nos prometían.
Nos acercamos el uno al otro, y ahí, en la soledad tibia del gran salón abandonado comenzó a desgranarse el cuchicheo íntimo, el runrún de los ruegos, el chichisveo insinuante de las frases imploradoras...
- ¡Ven!... ¿Quieres?...
- No, qué dirá la servidumbre...
- ¡Ven!... Nadie nos verá... ¡Ven! Es tan hermoso amarse bajo la glorieta, allá en el corazón del jardín saturado de Luna... ¡Ven!
- ¡No! ¡No, por Dios!...
Pero se puso de pie. Recorrimos el senderillo enarenado; llegamos a la glorieta, y, condiciosamente, eternizamos la sagrada cruz de nuestros labios...




- ¿Me amas Amelia?
Su boca glotona respondió con expresiva elocuencia muda...
- Pro, por favor, no me olvides nunca... Si supieras lo feliz que soy bajo la rudeza de tus manos que oprimen y de tus labios que sangran sobre mis dientes... ¡No me abandonarás nunca!... ¿Verdad?...
Y su mano, su mano aquella que parecía refundir los Siete Pecados Capitales para mi carne en celo, su mano fugaz, rápida, sabia, lenta, cariñosa, enloquecedora, exasperante, atizó mi pasión...
- ¡Prométeme... que serás... siempre... mío!
- ¡Sí, Amelia... sí!
- ¡Pro... mé... te... me... lo!
Al oir mi nombre, la pasión me cegó. Todo mi ser se diluyó en una sola ansia, convergió a un solo fin, arrebatado por el sonambulismo de un deseo incontenible... La inconsciencia de mi fuerza supo cooperar traidoramente... Después... para qué recordarlo... Mi historia continúa en la primera foja de la querella presentada por don Alberto Sotillo por atentado al pudor...
Señores Jueces: ¿Seré culpable? La fatalidad de mi apellido me condenará quizá; pero sobre mi conciencia quedará eternamente gravitando como un consuelo y como una justificación íntima, la anfibología integral de aquella frase maldita".
Así terminaba mi defensa. Pobre debieron estimarla. Me falta un año para cumplir mi condena, cuyos únicos efectos de regeneración moral se reducirán a este simple detalle: usaré el apellido materno...
Alfredo González Prada



Imágenes: biografiasyvidas.com, mundurat.net, vinylzart.com, margaryta983.spaces.live.com

2 comentarios:

Juan Arellano dijo...

No conocía ese texto de Alfredo González Prada... ni tu gusto por ese tipo de literatura.. jejeje. Saludos.

anacarsis klooth dijo...

Para gustar de la literatura hay que aprender a leer de todo.
Saludos.
Anacarsis Klooth