domingo, 3 de mayo de 2009

La evolución del español

Presentamos una interesante entrevista con el poeta Marco Martos, presidente de la Academia Peruana de la Lengua, donde analiza -entre otros temas- el impacto de Internet en la evolución de nuestro idioma.


"¿Usted chatea?", le pregunto a Marco Martos, presidente de la Academia Peruana de la Lengua. Está sentado en su oficina de la Escuela de Posgrado de San Marcos, una casona antigua con techos altos, penetrada con el ruido y el polvo de las obras en el Centro de Lima que un alcalde se resiste a culminar. Intuyo que la pregunta lo incomoda un poco: su locuacidad se frena de pronto.

Difícil imaginar a un académico de la lengua -una especie de caballero templario del idioma- chateando con desenfreno, obviando reglas de gramática y ortografía con ese frenesí que imponen los códigos del chat. El poeta acomoda su asiento, se lleva la mano derecha al mentón y responde con sinceridad: "No sé qué contestar; más no que sí".

"¿Y cuando lo hace es con alguien de la academia?", insisto. "Noooo, yo tengo un espíritu más juvenil", aclara. La imagen de las academias de la lengua española ha sido siempre la de instituciones muy conservadoras y verticales. "Hay muchos académicos que no saben ni entrar a Internet. A la academia entra mucha gente mayor que tiene otras opiniones, incluso sobre el impacto de las nuevas tecnologias", confiesa.

La Internet y los mensajes de texto por celular han impuesto una economía sin precedentes en el lenguaje. En sus códigos se ignoran las vocales: mientras más breve, más rápido; por lo tanto, mejor. La inmediatez obliga a escribir poco, a pensar menos. El telegrama parece ser el perverso antecesor de este ahorro.

"Entiendo pocos mensajes del chat, pero entiendo más que otros", cuenta el poeta. No hace mucho el Ministerio de Educación le consultó con preocupación sobre estos cambios en el lenguaje, y él les dijo que no había peligro: "Es solo un lenguaje particular que se salta las vocales, pero lo usan solo entre jovenes". Él es optimista y se cree que tal amenaza reduccionista del idioma no se convertirá jamás en un hábito generalizado. Otros creen que sí.

Dos personas con educación básica no usan hoy más de 300 palabras en su diálogo; otras dos con mayor instrucción utilizan 500; los universitarios, unas mil. Cifras pequeñas ante la inmensidad del castellano: el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) reúne 83 mil términos.



Martos diferencia la jerga ("ese lenguaje secreto que puede volverse masivo") de los códigos del chat: "Estos solo se usan sobre esas superficies tecnológicas". Con paciencia de profesor universitario enfatiza en otros temas y cuenta una de sus primeras anécdotas: un peruano va a comprar ropa interior para su esposa en España. La vendedora le pregunta por la talla, y él, que no lo sabía, contesta con pudor: "Ella es como usted". Ante la duda, la vendedora replica: "¿Tiene las tetas como yo?, ¿el culo  como el mío?". Tras el desconcierto, el peruano compró la prenda. "Estos términos son naturales afuera, pero a nosotros son parecen muy fuertes", explica Martos. Sucede que las diferencias regionales en el mismo idioma encierran, además de conceptos, actitudes.

Peruanismos peruanazos. Los peruanos nos pasamos la voz, bajamos la luna, llamamos pendejo al vivo y cojudo al tonto. Pasar la voz es una frase peruana que casi nadie en el extranjero entiende. "Cómo te voy a pasar la voz. Se pasa un paquete, pero no la voz", ríe Martos. Y cuenta: "Iban un peruano y una colombiana en un taxi. 'Hace calor', dice ella. '¿Quieres que te baje la luna?', pregunta él. Ella coqueta, responde: 'Calor que sí, ¿puedes?'". Lo que afuera llaman vidrio, aquí llamamos luna, como el satélite.

En su "Diccionario del amante de América Latina", Vargas Llosa coloca dos ejemplos sobre otras rarezas del castellano peruano. Advierte que el Perú es el único lugar de la región donde la palabrota pendejo quiere decir vivo; cojudo (reducción de cojonudo), imbécil. La definición de ambas palabras en el resto de países sugiere todo lo contrario.

Martos adelanta que la Academia Peruana de la Lengua se ha propuesto elaborar un diccionario oficial con 10 000 peruanismo. Uno de ellos será roche. La historia de esta palabra (y su ya consabido y horroroso verbo arrochar, sacramentado incluso por el diccionario oficial de la RAE) es un buen ejemplo. "En 1925 el roche era un objeto robado en el sur del Perú, después pasó a ser vergüenza por el robo y al final solo se quedó en vergüenza", explica el profesor.

El castellano es el hijo rebelde del latín. Martos dice de aquel que al inicio fue un latín mal hablado. El primer registro de nuestro idioma se encuentra en las montañas de Castilla (España), en el convento de San Millán de la Cogolla, y lo forma un conjunto de documentos denominados Glosas Emilianenses. Fueron escritos dos siglos tantes de que se escribiera el "Mío Cid" (siglo XII) y 700 años antes de que se fundara la Real Academia Española.



Desde ese lejano momento, cada palabra que ingresa o se suprime del DRAE la discute una comisión integrada por rigurosos académicos. La candidata debe tener un uso de seis años y ser hablada en más de dos países.  Una vez, hace varios años, cuando Martos integraba esa comisión de la RAE, llegó a sus manos una propuesta para incluir como chilenismo la frase "a la chorrillana".  Sin salir enteramente de su asombro y sorpresa, explicó a los otros miembros que se trataba, más bien, de un peruanismo: un poderoso plato encebollado con pescado.  El poeta detuvo así la pretenciosa solicitud del vecino del sur.

La ortografía no se jubila.  En todos los idiomas -el castellano no es la excepción- la relación entre letra y sonido es arbitraria y está hecha de inexplicables costumbres.  En nuestro idioma, el pánico ortográfico recae sobre las letras que suenan igual: b, v, s, c.

En 1997, ante el I Congreso Internacional de la Lengua Española, realizado en México, García Márquez lo dijo de la manera más bella, ante los rostros pálidos de los asistentes: "Me atrevería a sugerir que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros.  Humanicemos sus leyes, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los ques endémicos, el dequeísmo parasitario.  Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la g y la j".



El discurso le costó el rechazo inmediato de Vargas Llosa y Benedetti.  Ambos escritores defendieron con fervor (todavía lo hacen) la necesidad de la ortografía y la gramática para mantener un orden en la comunicación y el lenguaje, aunque ese orden no sea inmóvil.  "Los idiomas están en constante cambio", dice Martos, y recuerda el caso de la palabra abogado.  "Originalmente se escribía con v (advocatus) , y en algún momento varió a la b".

- ¿Puede ser, entonces, que con el tiempo se suprima la b o v, la s o c, o que se fundan en una sola las letras que suenen igual?
- Sí... p uede que García Márquez haya estado loco, pero no tanto, ¿no?, responde el poeta.


El Comercio (Lima-Perú), 19.04.2009
Imágenes: alfonsopinel.wordpress.com, bq.ub.es, viabinaria.com 

1 comentario:

Juan Arellano dijo...

Buen rescate.. no la había visto. Saludos.