lunes, 29 de junio de 2009


Pitágoras, el del teorema

Sumamente conocido por casi todos los escolares del mundo, Pitágoras es un ser mítico y legendario que vivió (probablemente) hace 2400 años. Matemático, fundador de una secta, gustador de la armonía de las esferas celestiales, es todo un personaje semejante a Cristo, del cual no está probada su existencia histórica. Aunque sí está probada su influencia cultural. A continuación, una presentación desenfadada de este gran personaje.





Cuando se siente la urgente necesidad de calcular la diagonal de un triángulo rectángulo, se aplica la fórmula según la cual el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los otros dos lados. Cálculo matemático de nivel de escuela primaria, pero cuya elaboración es altamente sofisticada. Nadie ignora que el autor de este teorema es Pitágoras. Sí, pero ¿cuál de ellos? Nuestro héroe -nunca mejor dicho, puesto que es hijo de Apolo y de una virgen llamado Pitais- no es sólo un matemático griego nacido en la isla de Samos y criado por Mnesarco el grabador, marido de su madre (*). En realidad, parece ser que tuvo vidas anteriores. Y tal vez incluso posteriores. El relato de las vidas de este ser legendario requeriría varios biógrafos. Lo había visto todo en el transcurso de viajes por Asia Menor, Caldea, Egipto, India y los infiernos, de donde había regresado.

Poseía todos los poderes, hasta tal punto que sus discípulos creían que venía directamente de las regiones hiperbóreas. Porfirio nos lo describe -ocho siglos después de su muerte- dotado de una larga cabellera, un muslo de oro y un porte grave y digno.


Lo sabía todo. Había inventado las tablas de multiplicar, los números irracionales, las reglas de la armonía, los poliedros regulares, los inicios del cálculo de las proporciones y el tetrakys (**), fundamento de todas las cosas. Estos conocimientos diversos, o sea, heteróclitos, permiten a Heráclito tratar a Pitágoras de polímata, forma culta de decir metomentodo.

Nadie le vio jamás entregarse a los placeres de la carne ni -cosa todavía más sorprendente en la profesión de filósofo antiguo- honrar las viñas del Señor. Una fuente suplementaria de asombro es que no se hallaba nunca sometido a las necesidades naturales y, en ocasiones, imperiosas a las que todo quisque se pliega, sea antiguo o moderno, aritmético o porteador de agua.

Tal acumulación de hechos extraordinarios sin duda explica por qué este superhombre se convirtió en cabecilla de una secta. Los pitagóricos, como buenos sectarios, debían respetar unos ritos. Algunos, bastante banales: durante sus sisitias o comidas comunes, no comer gallo blanco, no romper el pan y no ingerir las migas caídas al suelo. Otros, en función de una causalidad imparable: por ejemplo, evitar las habas, bien porque su forma recuerda el sexo femenino o bien porque su lado "ventoso" provoca demasiado soplo vital. Había prohibiciones más misteriosas: hablar en la oscuridad, orinar de cara al sol, atizar el fuego con un cuchillo y volver la cabeza en el momento de abandonar la patria.


Los pitagóricos formaban una congregación eticocientífica, el club más cerrado de Crotona, en Calabria.
Dos reglas fundamentales reinaban en él. Para el neófito, la primera regla consistía en observar un silencio absoluto de cinco años, al término de los cuales tenía derecho a ver a Pitágoras. La segunda, que afectaba a todos, era un examen de conciencia vespertina de requerimientos implacables: "¿De qué enfermedad te has curado?", "¿Qué vicio has combatido?", "¿En qué eres mejor?". Una indagación infinita sobre esta existencia y las vidas anteriores, pues los pitagóricos creían en la reencarnación, o metempsicosis. Como resultaba útil, antes de emprender el viaje siguiente, purificarse cuerpo y alma, Pitágoras había elaborado un técnica cerebrorrespiratoria que se hizo célebre: la de la tensión de los prapides, que, al poseer algo del pensamiento y algo del diafragma, propulsan fuera del cuerpo y del tiempo. Así, para viajar a sus vidas anteriores y prepararse para explorar las posteriores, el yogui al estilo griego se basaba en el número. Meditando en el poder simbólico del 3, que representa el matrimonio (¿ah, sí?), del 4, la justicia, del 7, la ocasión, etcétera, se fusionaba con la armonía universal del Cosmos.

Pero ¿por qué este sistema de educación universal, esta orden de vocación política se desarrolló precisamente en Crotona? Encuentro deslumbrante entre el matrimonio y la Historia: Pitágoras había casado a su hija con un miembro de la aristocracia de la ciudad, y en Crotona estaban produciéndose turbulencias políticas. Milón, su yerno, vencedor varias veces en los juegos olímpicos, era también jefe guerrero y, deseoso de evitar que Síbaris contaminara a Crotona, arrastró a sus compatriotas crotoniatas contra los sibaritas, proverbiales por su lujo y sus costumbres disolutas. Milón luchó en nombre de las ideas de su papá político: la vida es un combate entre el ponos, el esfuerzo arduo, es decir, la virtud, y la trufé, la molicie, a saber, el vicio.





(*) Obsérvese la similitud entre Pitágoras y otro filósofo, éste judío, que también tenía un padre Dios, una madre virgen y un padre adoptivo carpintero.
(**) Suma de los cuatro primeros números, representada por el triángulo decádico y que encierra en sí misma la naturaleza del par y del impar.





Saint-Drôme, Oreste (2003). Cómo elegir a su filósofo. Barcelona: Vergara
Imágenes: toonpool.com, academiapitagoras.cl, cronica2008.blogspot.com, psyc-trance.blogspot.com

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