jueves, 31 de diciembre de 2009

El gato Jeremías, jefe forestal

El gato está en convivencia cercana al ser humano desde hace unos 9 500 años. Esta asociación ha llevado a que ocupe un lugar importante en la mitología y leyendas de diversas culturas, incluyendo la egipcia, escandinava, china y japonesa. Debido a sus costumbres y hábitos, el gato ha sido identificado con la independencia, la astucia, la limpieza y la elegancia.




Hubo una vez, no hace mucho tiempo, un viejo campesino que tenía un gato al cual no quería nada. En su juventud el animal le había prestado grandes servicios, porque cazaba ratones como nadie. Pero, con la edad, aquel gato, buen luchador en otra época -incluso había perdido una oreja y no era agradable de ver-, con la edad, repito, se había vuelto muy indolente. Más de una vez el viejo campesino lo había sorprendido contemplando, con ojos llenos de indiferencia, a un ratón que se paseaba con descaro a pocos pasos de donde él se encontraba.

El viejo campesino decidió desembarazarse de él y sustituirlo por un gatito. No quiso matarlo, pero tomó un saco, metió en él al gato y se lo echó al hombro; después, se encaminó al bosque. Anduvo largo rato bajo el sol de aquel mes de abril, y cuando creyó que ya estaba lejos de su isba, arrojó el saco entre los árboles.

Hecho esto, sin preocuparse en absoluto, regresó a su casa y, a cambio de un poco de tabaco, un vecino le dio un gatito pelirrojo muy simpático. Contentísimo, se instaló con su nuevo michino ronroneante junto a la estufa y, según mis noticias, es muy posible que allí sigan todavía. Pero no son ellos quienes nos interesan, sino sólo aquel gato que se debatía en su saco en medio del bosque.



La caída del saco había sido amortiguada por los matorrales, y el gato cayó de cuatro patas sin más daño que el susto. "Este viaje por los aires, esta voltereta y este porrazo significan que voy a cambiar de vida -se dijo-. Muy bien, hay que cambiar de vida de vez en cuando". Y se desperezó a conciencia. "El mundo es muy grande -se dijo-, más grande que el pueblo. Iré de exploración".

Anduvo largo rato, y llegó a una vieja cabaña que había pertenecido a un leñador. Estaba deshabitada desde hacía muchos años, y el gato la convirtió en su domicilio. En el granero encontró un poco de heno. "He aquí una buena cama", se dijo. Y se hizo un ovillo y se durmió. "La vivienda no es mala -se dijo-, pero he de buscarme comida. En el pueblo me alimentaba mi amo. Yo cazaba por gusto. Todo tiene que ser como antes. Un personaje de mi categoría no debe trabajar".

Salió a darse un paseo por el bosque. Fue entonces cuando encontró a una joven zorra muy bonita, muy alegre y un poco locuela como muchas jovencitas. Cuando vio al gato se quedó estupefacta.



- Pensar que he vivido -se dijo la zorra- todos estos años en el bosque y que hasta hoy no he conocido a un animal como este... ¡Qué animal tan extraño! ¡Qué piel más lustrosa! Y solamente tiene una oreja. Pero eso no importa. ¡Es muy hermoso!

Se adelantó hacia el gato, se inclinó ante él y le habló así:
- Decidme, señor, ¿quién sois? ¿Qué afortunada casualidad os ha traído a nuestros bosques? ¿Qué nombre debo dar a Su Excelencia?

El gato curvó el espinazo, erizó la cola y dijo con voz lenta y muy tranquilo:
-Vengo de los lejanos bosques de Siberia. Soy el nuevo jefe forestal. Mi nombre es Gato Jeremías Ivanovich.
- ¡Gato Jeremías Ivanovich! -exclamó la hermosa zorra haciendo reverencias-. Lo ignoraba. Suplico a Su Excelencia que me perdone. ¿Me concederia Su Excelencia el honor de visitar mi humilde morada?
- Con mucho gusto -dijo el gato-. Y ¿cómo te llamas?
- Mi nombre, Excelencia, es Lisabeta Ivanovna.
- Os acompañaré, Lisabeta -repuso el gato.

Partieron juntos y llegaron a la madriguera de la zorra. Era muy confortable y estaba muy limpia. El gato se tendió en el mejor sitio, mientras Lisabeta Ivanovna, la pequeña y bonita zorra, se afanaba preparando el té y pastas con miel.
En tanto trabajaba en la cocina, quitaba el polvo con la cola y miraba al gato. Por último, dijo tímidamente:
- Decid, Gato Jeremías, ¿sois soltero o casado?
- Soltero -respondió el gato.
- Como yo -replicó la hermosa zorra lanzando un suspiro. Y se inclinó ruborosa sobre la taza de té.
- Si estuviéramos casados, Gato Jeremías Ivanovich, haría todo lo posible por ser una buena esposa. Coso, bordo camisas y zurzo; sé hacer frituras excelentes, pastelillos y puches de avena. Tendríais a punto vuestras zapatillas ante el fuego y un calientapiés en la cama para cuando hiciera mucho frío.
- Muy bien, Lisabeta -dijo el gato, encantado-. Me casaré contigo inmediatamente.




La zorra buscó sus reservas, no escatimó manteca ni pollos en gelatina y preparó un banquete de bodas digno de aquel gran Gato Jeremías Ivanovich, que sólo tenía una oreja y había llegado de los lejanos bosques de Siberia en calidad de jefe forestal.
Se lo comieron todo y a partir de aquel momento vivieron días felices yendo a buscar bayas por el bosque y a pescar en la orilla de los lagos. Era Lisabeta quien pescaba... Jeremías sólo tenía que engullir exquisitos pescados de agua dulce sin tomarse siquiera el trabajo de llevarlos a su isba para que Lisabeta los friera.
Una mañana, Lisabeta salió de caza para alimentar a su famoso marido. El se quedó en casa para atusarse los bigotes y dormir. Era un gato perezoro y soberbio. La zorra recorría el bosque en busca de caza, cuando se encontró con su viejo amigo el joven lobo, que comenzó a mostrarse obsequioso con ella.

- ¿Dónde os habéis metido, linda comadre? He visitado las mejores madrigueras y no pude encontraros...
- No insistáis -repuso la zorra con tono cortante-. Basta de galanterías. Me conocisteis soltera y ahora estoy casada.
- ¡Casada! Y ¿con quién os habéis casado, Lisabeta Ivanovna?
- ¡Cómo! -exclamó la zorra-, ¿acaso no sabéis que de los lejanos bosques de Siberia nos han enviado como jefe forestal al gran Gato Jeremías Ivanovich, que sólo tiene una oreja? Pues bien, yo soy su esposa.
- Lo ignoraba, Lisabeta Ivanovna. ¿Cuándo podría presentar mis respetos a Su Excelencia?
- Ahora no, ahora no -dijo la zorra-. Gato Jeremías se pondría furioso si dejara que alguien se acercase a él. Escuchadme, cazad una oveja, preparadla y llevádsela como regalo para darle la bienvenida y mostrarle el acato debido. Dejad cerca la oveja y ocultaos de modo que no os vea, porque si os ve podría costaros caro.
- Gracias, gracias, Lisabeta Ivanovna -dijo el lobo, y corrió en busca de la oveja.

La bella zorra prosiguió su paseo sin apresurarse, porque sabía que el lobo le evitaría el trabajo de cazar. Encontró al oso.
- Buenos días, Lisabeta Ivanovna -le dijo el oso-, estáis preciosa hoy...
- Grosero zanquituerto -replicó la zorra-, ¿no podríais hablarme con más respeto? Me conocisteis soltera y debéis saber que estoy recién casada.
- ¿Casada? -rezongó el oso-. Os ruego que me disculpéis. Y ¿con quién os habéis casado?
- El gran Gato Jeremías Ivanovich ha venido de los bosques siberianos con el cargo de jefe forestal. Pues bien, el Gato Jeremías es ahora mi marido -respondió la zorra.
- ¿Está prohibido ver a Su Excelencia?
- Justamente eso es lo que está prohibido -respondió la zorra-. Gato Jeremías Ivanovich se enfurecería si yo dejara que alguien se acercase a él. Id a buscar un buey y llevádselo como regalo de bienvenida. Y os aconsejo que dejéis el buey cerca y os ocultéis de modo que el gran Gato Jeremías Ivanovich no os vea, porque si os ve podría costaros caro.




El oso se fue apresuradamente en busca de un buey. Llegó el lobo a través del bosque, arrastrando la oveja que había matado. No se atrevió a acercarse a la madriguera de la zorra por temor al Gato Jeremías, el nuevo jefe forestal. Se detuvo para desollar a la oveja y prepararla de la manera más apetitosa posible. Cuando hubo terminado sus preparativos, se preguntó qué haría. Oyó un ruido y levantó la cabeza. Era el oso que arrastraba un buey.
- Buenos días, hermano Miguel Ivanovich -dijo el lobo.
- Buenos días, hermano León Ivanovich -contestó el oso-. ¿Viste a la zorra Lisabeta Ivanovna, con su marido el nuevo jefe forestal?
- No, hermano -dijo el lobo-, estoy esperándoles.
- ¿Qué te parecería si les invitáramos a compartir el banquete en nuestra casa? Estaríamos en un lugar conocido y, en caso de necesidad, podríamos refugiarnos en cualquiera de los escondrijos que nos son familiares.
- Está muy bien, León Ivanovich. Pero ¿quién le transmitirá nuestra invitación?
Mientras ellos discutían acertó a pasar la liebre por allí. El oso fue el primero en verla y la llamó con su gruesa voz:
- ¡Eh, Bisoja! ¡Ven acá!

La liebre se asustó y se acercó a saltitos, temblando de miedo.
- ¡Eh, Bisoja! -dijo el oso-. ¿Sabes dónde vive la zorra?
- Sí, Miguel Ivanovich. Bajo la gran haya, a veinte metros de la laguna.
- Entonces ve y dile que Miguel Ivanovich, el oso, y su hermano León Ivanovich, el lobo, han traído para Su Excelencia un buey y una oveja como regalo de bienvenida.
- Recuérdalo bien: Su Excelencia, ¡no lo olvides! -añadió el lobo-. Y dile también que, para evitarle la preparación de estos platos, les rogamos, a ella y a Su Excelencia, que nos hagan el honor de venir a nuestra casa.




La liebre se escabulló sin hacerse rogar, contenta de haber salido bien librada. Mientras tanto, el lobo y el oso pasaban revista al número de escondites de que disponían.
- Será mejor que me encarame a un árbol -dijo el oso-. Voy a instalarme en la copa de ese abeto.
- Y yo, ¿qué voy a hacer? -exclamó el lobo-. No puedo subir a tu árbol. Te ruego que me escondas, o me matará.
- Acurrúcate bajo esos chaparros -respondió el oso, y te taparé con hojas secas.
Mientras tanto, la liebre había llegado jadeante al pie de la ventana de la madriguera de la zorra. La ventana estaba abierta, porque la zorra, acodada en el alféizar, estaba tomando el fresco.
- Vengo de parte de Leon Ivanovich y de su hermano Miguel Ivanovich -le gritó la liebre-. Me han encargado que os dijera que para celebrar la feliz llegada de Su Excelencia el gran Gato Jeremías Ivanovich, le ofrecen un banquete y os ruegan tengáis a bien honrarlo con vuestra presencia.
- Vete, Bisoja -dijo la bella zorra-. Ya vamos.

Y el gato y la zorra salieron juntos. El oso los vio desde lo alto de su abeto y le dijo al lobo:
- Ya vienen hermano León. Vienen la zorra y su marido. Pero ¡qué pequeño es! ¡Diantre!
- ¡Cuidado! -susurró el lobo-. Si nos oyen, estamos apañados.

Jeremías Ivanovich abrió la marcha. Al ver el buey, curvó el lomo, erizó los pelos, se lanzó sobre el buey y empezó a desgarrar la carne con sus colmillos y sus zarpas. El lobo intentó ver, pero se lo impedía el montón de hojas que tenía encima. Suavemente movió la cabeza para dejar libres los ojos. Pero no pudo impedir que las hojas hicieran un leve rumor, que el gato advirtió con su única oreja. "Hoy no he atrapado ningún ratón", pensó. De nuevo rumorearon las hojas secas. El gato saltó y, con las uñas hacia afuera, cayó sobre la nariz del lobo. El lobo aulló de dolor. Las hojas volaron como polvo y el lobo salió de estampida.

Bueno, el lobo tenía miedo, es cierto, pero no más que el gato, os lo aseguro. Cuando el lobo dio el salto en el aire, el gato saltó todavía más en busca del árbol que tenía más cerca, que era precisamente el abeto donde se había escondido Miguel Ivanovich. "¡Oh, me ha visto! ¡Gato Jeremías me ha visto!", pensó el oso. El oso se encomendó a la divina Providencia y se lanzó desde lo alto del árbol. En su caída rompió más de una rama, y se quebró más de un hueso al llegar al suelo. Se incorporó como pudo y se puso de pie gruñendo. La hermosa zorra gritaba:
- ¡Huid, huid, hermano León!... ¡Corred, hermano Miguel! ¡Su Excelencia os sigue, Su Excelencia os atrapa!

Y desde aquel día todos los animales salvajes temieron al gato, y el gato y la zorra vivieron muy felices y tuvieron caza durante todo el año, caza que los demás mataban para ellos y dejaban en las proximidades de la madriguera. Y aquí termina la historia del gato que sólo tenía una oreja y a quien su amo había abandonado en el bosque.






Imágenes: floresdedientedeleon.blogspot.com, pintaos.blogspot.com, 13gatosnegros.blogspot.com

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