miércoles, 12 de agosto de 2009


La antropología criminal

Bajo el término "ciencia" se han refugiado numerosas teorías que de científicas no tienen nada, pero que apelando a la recolección minuciosa de datos y a los prejuicios que subsisten en la sociedad, han terminado imponiéndose en determinadas épocas de la humanidad, generando no pocos abusos e injusticias contra los grupos considerados "débiles", "salvajes" o "criminales natos". A pesar de que estas teorías ya han sido desechadas al comprobarse su invalidez, es lamentable que en pleno siglo XXI todavía se mantengan algunas de estas posiciones "seudocientíficas": los gitanos son como son por herencia, las etnias de la selva peruana y brasileña son salvajes "por naturaleza" y la venganza es algo innato en ellos.




En Resurrección, la última gran novela de Tolstoi (1899), el asistente del fiscal, despiadado modernista, se considera autorizado a condenar a una prostituta falsamente acusado de asesinato:

El ayudante del fiscal habló largamente... En el discurso no faltó ninguna de las frases que por entonces sonaban en su círculo, todo lo que entonces se consideraba, y sigue considerándose, como la última palabra en materia de sapiencia científica: el carácter hereditario y congénito de la criminalidad, Lombroso y Tarde, la evolución y la lucha por la vida... "Se está entusiasmando, ¿verdad? observó el presidente inclinándose hacia el austero miembro del tribunal. "¡Vaya zopenco!, dijo el austero miembro.

En Drácula, de Bram Stoker (1897), el profesor Van Helsing insta a Mina Harker a que describa al malvado conde: "Decidnos... impasibles hombres de ciencia, qué ven vuestros sagaces ojos". Mina responde: "El conde es un criminal y su tipo es el del criminal. Así lo clasificarían Nordau y Lombroso, y como criminal tiene una mente deforme".

María Montessori expresó un optimismo combativo cuando, en 1913, escribió lo siguiente (pág. 8): "El fenómeno de la criminalidad se difunde sin encontrar obstáculo ni auxilio, y hasta ayer solo despertaba en nosotros repulsión y asco. Pero ahora que la ciencia ha puesto su dedo en la llaga moral, requiere la cooperación de toda la humanidad para luchar contral él".





El tema común de estas diferentes afirmaciones es la teoría de Lombroso sobre uomo delinquente -el hombre criminal-, quizá la doctrina más influyente que jamás produjo la tradición antropométrica. Lombroso, médico italiano, describió la intuición que lo condujo a la teoría de la criminalidad innata y a la creación de la disciplina por él fundada: la antropología criminal. En 1870 se encontraba investigando -"sin mayor éxito"- las diferencias anatómicas que podrían distinguir a los criminales de los locos cuando, "la mañana de un nublado día de diciembre", examinó el cráneo del famoso bandolero Vihella y tuvo aquel destello de jubilosa intuición que acompaña tanto los brillantes descubrimientos como las invenciones más descabelladas. Porque lo que vio en aquel cráneo fue una serie de rasgos atávicos que evocaban más el pasado simiesco que el presente humano:

No era una mera idea, sino un destello de inspiración. Al contemplar aquel cráneo, me pareció que, de golpe, iluminado como una vasta llanura bajo un cielo resplandeciente, podía ver todo el probelma de la naturaleza del criminal: un ser atávico cuya persona reproduce los instintos feroces de la humanidad primitiva y de los animales inferiores. Así se explicaban anatómicamente las enormes mandíbulas, los pómulos pronunciados, los arcos superciliares prominentes, las líneas de las manos separadas, el gran tamaño de las órbitas y las orejas en forma de asa que se observan en los criminales, los salvajes y los monos, la insensibilidad ante el dolor, la extrema agudeza de la vista, la debilidad por los tatuajes, la excesiva ociosidad, el gusto por las orgías y el ansia irresponsable de la maldad por sí misma, el deseo no solo de extinguir la vida de la víctima sino también de mutilar el cadáver, desgarrar su carne y beber su sangre (en Taylor et. al., 1973, pág. 41).


La teoría de Lombroso no fue solo una vaga afirmación del carácter hereditario del crimen -tesis bastante común en su época- sino una teoría evolucionista específica, basada en datos antropométricos. Los criminales son tipos atávicos desde el punto de vista de la evolución, que perduran entre nosotros. En nuestra herencia yacen aletargados gérmenes procedentes de un pasado ancestral. En algunos individuos desafortunados, aquel pasado vuelve a la vida. Esas personas se ven impulsadas por su constitución innata a comportarse como lo harían un mono o un salvaje normales, pero en nuestra sociedad civilizada su conducta se considera criminal. Afortunadamente, podemos identificar a los criminales natos porque su carácter simiesco se traduce en determinados signos anatómicos. Su atavismo es tanto físico como mental, pero los signos físicos, o estigmas, como los llamaba Lombroso, son decisivos. La conducta criminal también puede aparecer en hombres normales, pero reconocemos al "criminal nato" por su anatomía. De hecho, la anatomía se identifica con el destino, y los criminales natos no pueden quitarse esa mancha hereditaria...


Para que el argumento de Lombroso estuviese completo no bastaba con reconocer la presencia de rasgos atávicos simiescos en los criminales, porque esas características físicas simiescas solo podían explicar el comportamiento bárbaro de un hombre si los salvajes y los animales inferiores tenían una inclinación natural hacia la criminalidad. Si algunos hombres parecen monos, pero resulta que los monos son buenos, entonces el argumento no funciona. Así, pues, Lombroso dedicó la primera parte de su obra más importante (El hombre criminal, publicada en 1876) a lo que hemos de considerar como la más ridícula muestra de antropomorfismo de que se tenga noticia: un análisis de la conducta criminal de los animales. Cita, por ejemplo, el caso de una hormiga cuya furia asesina la impulsa a matar y despedazar a un pulgón; el de una cigüeña que, junto con su amante, asesina a su marido; el de unos castores que se asocian para asesinar a un congénere solitario; el de una hormiga macho que no tiene acceso a las hembras reproductoras y viola a una obrera, cuyos órganos sexuales están atrofiados, provocándole la muerte en medio de atroces dolores; llega incluso a decir que cuando el insecto come determinadas plantas, su conducta "equivale a un crimen".



A continuación, Lombroso da el siguiente paso lógico: compara los criminales con los grupos "inferiores". "Yo compararía", escribió uno de sus seguidores franceses, "al criminal con un salvaje que, por atavismo, apareciese en la sociedad moderna; podemos considerar que nació criminal porque nació salvaje" (Bordier, 1879, pág. 284). Para identificar la criminalidad como conducta en los pueblos inferiores, Lombroso se aventuró en el terreno de la etnología. Escribió un pequeño tratado sobre los dinka del Nilo Alto. En él se refirió a los profundos tatuajes que éstos practicaban en su cuerpo, así como al elevado umbral de dolor que les permitía soportar pruebas como la rotura de los incisivos en la pubertad, realizada a golpes de martillo. Su anatomía normal exhibía una serie de estigmas simiescos: "su nariz... no sólo es achatada, sino también trilobulada como la de los monos". Su colega G. Tarde afirmó que algunos criminales "hubiesen sido la aristocracia moral y el orgullo de una tribu de pieles rojas". Havelock Ellis destacó el hecho de que a menudo los criminales y los individuos pertenecientes a grupos inferiores no saben lo que es sonrojarse. "La imposibilidad de sonrojarse siempre se ha considerado como un rasgo concomitante del crimen y la desvergüenza. Los idiotas y los salvajes raramente se sonrojan. Los españoles solían decir lo siguiente acerca de los indios sudamericanos: "¿Cómo confiar en unos hombres que no saben sonrojarse?". ¿Y qué sacaron los incas con fiarse de Pizarro?

Prácticamente todos los argumentos de Lombroso estaban construidos de forma que nunca pudiesen fracasar; por tanto, eran vacuos desde el punto de vista científico.



Gould, Stephen Jay (1988). La falsa medida del hombre. Buenos Aires: Orbis-Hyspamerica




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